Durante un tiempo se habló –ya sea con entusiasmo o desazón– del triunfo cultural del kirchnerismo, pero el programa de apertura del nuevo ciclo del programa de Tinelli, la celebración de la década ganada por el conductor, demuestra que el verdadero ganador en la competencia por la hegemonía cognitiva y perceptual es don Marcelo Hugo de Bolívar. La representación visible de los modos de hacer política hoy pasa menos por la práctica militante y/o gerencial que domina los territorios o por el manejo de los aparatos ideológicos del Estado (ya sea en medios audiovisuales o escritos), que en la capacidad de acumular posibles votantes para ganarse el derecho a tener un gracioso doble en la televisión. El kirchnerismo se hizo fuerte en el discurso y se pensó a sí mismo investido de la suficiente dignidad como para sostenerse en la palabra y prescindir de la lógica del circo. Pero la política que se viene está sostenida en las formas del cuerpo, sus talentos y sus carencias. La desgracia física de Scioli es un valor si se convierte en un chiste que permite que una prótesis se vuelva extensible y se deslice cómicamente sobre la cadera de Karina Rabolini a la hora de bailar el tango con el doble de su marido.
En su debut, Tinelli no sólo usó a Cristina, que nunca fue a su programa, y la ridiculizó al reproducir sus gestos ampulosos doblándole la voz con propósitos autopromocionales, sino que además se dio el gusto de traer a los tres principales candidatos a presidente para demostrar que no tienen nada para proponer y nada para decir, vaciando lo poco de esa nada que dijeron, licuándola con las parodias de los imitadores. Lo que el programa de Tinelli mostró es que él sabe quiénes son, dónde viven, qué les gusta, cómo cogen y cocinan sus candidatos, y que puede hacerlos bailar en su show, que es un match de destrucción, al ritmo de su noche hecha de gestos y silencios, la forma jocosa de una amenaza que también es una ideología.