La crisis financiera internacional, transformada en recesión de los países avanzados y en desaceleración de la economía mundial, no es un fenómeno norteamericano, sino un producto de la economía global. El boom de crédito que dio origen al boom de la construcción en Estados Unidos, y en gran parte del mundo avanzado, fue obra del extraordinario flujo de capitales que recibió la economía estadounidense del mundo entero en los últimos 15 años (75% del total), proveniente del mundo emergente, y en especial de China. Ese boom de crédito se frenó súbitamente en Estados Unidos a partir de septiembre del año pasado; y desde allí se ha extendido al mundo. Esta es la crisis financiera internacional.
La congelación del crédito hundió a la economía estadounidense, que en los últimos tres meses de 2008 se contrajo 6,2% anual, cinco puntos y medio más que la disminución de 0,5% que experimentó en el tercer trimestre. En el cuarto trimestre, el PBI industrial declinó 15% anual. Los 27 países de la Unión Europea contrajeron su producto 6% en el último trimestre del año; y Japón experimentó en ese período una caída del 15% del PBI, la mayor desde la Segunda Guerra Mundial.
Si la crisis financiera es global, significa que impacta en todas las regiones y países, pero con intensidad diferenciada según las condiciones internas y la naturaleza de los vínculos con el sistema mundial. En tanto global, la crisis es también política: afecta a todos los sistemas políticos sin excepción, tanto en el mundo avanzado como en el emergente y en desarrollo. El colapso puso en evidencia que no existen instituciones políticas globales capaces de amortiguar el impacto de septiembre, y de revertir la tendencia.
Los únicos sistemas políticos existentes son de tipo nacional y carácter territorial, que funcionan de acuerdo a los conflictos y necesidades de la política doméstica. Por eso, experimentan en 2009 una situación de crisis política, producto de la súbita irrupción del hecho nuevo, que es la crisis financiera internacional. Esa crisis se transforma en ruptura, denominada “inestabilidad”, cuando la intensidad del conflicto interno no puede ser procesada por los sistemas políticos nacionales, debido a su debilidad institucional y a su frágil legitimidad.
Varios son los gobiernos de Europa Oriental que han caído o enfrentan situaciones de ingobernabilidad, como consecuencia de una movilización generalizada de la sociedad con características insurreccionales.
En Letonia, donde la aprobación del sistema político es del 10% y la economía se contrajo 10,5% en los dos primeros meses del año, el gobierno del premier Ivars Godmanis cayó el 22 de febrero, en una situación de total ingobernabilidad, con miles de personas manifestándose en las calles de Riga.
También las manifestaciones se suceden en Europa Occidental. Las fronteras y rutas de Grecia se encuentran cortadas por organizaciones de campesinos que rechazan la baja del precio de sus productos. En Francia, miles de personas repudiaron al gobierno del presidente Sarkozy. En Gran Bretaña, los trabajadores petroleros rechazaron que se empleen extranjeros (polacos) en las refinerías del país.
El gobierno belga de Yves Leterme cayó el 19 de diciembre; y en Islandia el gobierno conservador de Geir H. Haarde no pudo resistir la movilización ciudadana que ocupó Reikiavik por el hundimiento de los bancos y la economía del país. Es la primera insurrección en la historia de este país de 300.000 habitantes desde que fuera fundado por los vikingos en el siglo VIII.
La ola mundial de ingobernabilidad se acerca a América latina. Desde Juan Vicente Gómez (1908-1935) hasta Hugo Chávez, el ciclo político venezolano es función del ciclo del petróleo. Las dos figuras más populares en los últimos treinta años, han sido Chávez y Carlos Andrés Pérez (1974-1979 / 1989-1993). El precio del petróleo cayó en 1988 a niveles récord; y aumentaron la inflación, los alimentos y los combustibles. El resultado fue el “Caracazo” del ’89. El barril del petróleo vale hoy 37 dólares, y los alimentos aumentaron 50% en el último año en Caracas. Venezuela está profundamente dividida, y no hay un mínimo de consenso nacional.
Entre 1929 y 1932, 17 gobiernos cayeron en América latina. El signo de la ruptura fue el más dispar: Uriburu en la Argentina, la “República Socialista” de Marmaduke Grove en Chile y la insurrección “gaúcha” de Vargas en Brasil. En todos los casos, más allá del signo ideológico, hubo intensificación del conflicto interno, crisis de legitimidad institucional, en el contexto de una crisis mundial.
Los exámenes históricos son metáforas políticas. Pero a veces resultan iluminadores.