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El último eslabón

Las vidas de millones de hombres y mujeres están todavía atravesadas por la revolución cubana y por lo que significó en el proyecto revolucionario en América.

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La historia de América latina está estrechamente vinculada con la historia de la revolución cubana. En las buenas, y en las malas.

Varias generaciones de jóvenes conocieron la cárcel, la tortura y la muerte tratando de reproducir en sus países la toma del poder en 1959 protagonizada por Fidel Castro.

La defensa de Cuba fue una consigna que atravesó todo el continente y decenas de miles estuvieron dispuestos a poner el pecho a las balas para detener los intentos de derrocar el régimen. Muchos se entrenaron militarmente en la isla y retornaron a sus territorios para iniciar la lucha armada; y fueron miles los que murieron en el intento. En México, Lucio Cabañas; en Colombia, Fabio Vázques Castaño y Manuel Marulanda, Tiro Fijo; en Venezuela, Teodoro Petkof; en Perú Luis De la Puente Uceda; en Brasil, Carlos Lamarca y Carlos Marighela; en Uruguay, Raúl Sendíc; en Argentina, Jorge Ricardo Masetti; Envar El Kadri, Amanda Peralta, Roberto Quieto, Roberto Santucho.

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Esos son algunos de los dirigentes, los que abandonaron todo, sus profesiones y sus familias, para sumarse a una corriente libertadora que parecía incontenible. Es interminable la lista de mujeres y hombres que, al decir de Camus, salieron a la calle “con las armas en la mano y un nudo en la garganta”.

Fue Cuba la que incendió América con un espíritu de lucha que conmovió a grandes imperios. Los conmovió, pero no los tambaleó. Sin embargo, fue por Cuba que Estados Unidos invadió la isla, ocupó militarmente Santo Domingo, desembarcó en Guyana y conspiró abiertamente para derrocar a Salvador Allende en Chile. Fue Cuba y fue El Che, por supuesto. Porque cuando Fidel mesuró sus intentos de exportar la revolución, Guevara no se dio por vencido y se lanzó con los hermanos Peredo en la selva boliviana.

Todo fracasó. El gran proyecto libertario se deshizo y el costo fue de sangre. Una tras otra fueron derrotadas las guerrillas americanas y muertos o apresados sus miembros; únicamente Nicaragua triunfó, pero los resultados están a la vista: una suerte de monarquía matrimonial con corrupción  latente.

El revolucionario Fidel Castro, no siempre fue un modelo. Los argentinos lo sabemos bien, a pesar de los intentos de la izquierda por disimularlo. Mientras la dictadura de Videla asesinaba a miles de jóvenes, Cuba miró hacia otro lado. “Nosotros creemos que en Argentina no hay una dictadura, sino un régimen autoritario”, afirmaron los dirigentes cubanos a la delegación integrada por David Viñas y Gustavo Roca. Se negaban a denunciar las desapariciones que a diario se producían en nuestro país.

¡Qué curiosa es la historia! Mientras esto ocurría en la Habana, Estados Unidos (el imperialismo yanqui) denunciaba en la ONU las violaciones a los derechos humanos de Videla y exigía que se enviara una comisión investigadora para comprobar si existían o no campos de exterminio. Fidel se negó sistemáticamente, junto con la Unión Soviética. El presidente James Carter recurrió entonces a la OEA, donde los cubanos no tenían representación, para que esa misión se cumpliera. Su delegada, Patricia Derian, viajó tres veces a la Argentina en 1977 y recibió más de 5.000 denuncias de familiares de desaparecidos. Fidel no dijo ni una palabra.

Igualmente, debemos de tener cuidado con las comparaciones o con las analogías ahistóricas. Fidel Castro no fue ni Fulgencio Batista, ni Anastasio Somoza, ni Francois Duvalier, ni Marcos Pérez Jiménez, ni Rafael Trujillo, todos dictadores tropicales corrompidos por el dinero, el lujo y los placeres obscenamente mundanos. Fue, sí, un dictador profundamente convencido de que la revolución debía ser mundial y absoluta, como Lenin, como Mao, como Tito. Dictador, además, en un país que jamás conoció la democracia.  

Hoy, los cubanos de Miami, festejan con champagne; ¿qué pensarán, en cambio, los guajiros que en estos cincuenta y seis años mejoraron su acceso a la educación y la salud? Esa pregunta no tiene respuesta; es como preguntarle a los millones de argentinos que viven en villas miseria qué piensan de la democracia que pronto cumplirá 33 años.

Para quienes en nuestra juventud alzamos las banderas de la Revolución en América, Fidel Castro es el último eslabón de una gran gesta perdida que dejó marcas indelebles.  Las vidas de millones de hombres y mujeres están todavía atravesadas por la revolución cubana y por lo que significó en el proyecto revolucionario en América. Una parte de nuestra historia heroica, apasionada y reprensible, dolorosa y también infausta, se va con él.


*Coautor de la revista Lucha armada en la Argentina y del libro Perón y la Triple A, las 20 advertencias a Montoneros.