A diferencia de cómo versa la mentirosa propaganda oficial: “Argentina, un país en serio”, tenemos una inflación del 20% anual, crecemos a no más del 7%, el desempleo ha dejado de bajar, los salarios reales caen y el trío de pobreza, indigencia e inequidad distributiva empeoran.
O sea, se puede afirmar que lo mejor del modelo productivo (definido como una escatológica combinación de producción con estafa) ya fue, es historia.
Desde ahora en adelante, se viene una desaceleración de la economía, cuyo piso dependerá de la situación internacional y de las cuestiones internas. Es probable que los precios de nuestros commodities de exportación continúen firmes, porque el dólar puede devaluarse más en el mundo y las relaciones de stock/consumo de cereales están en niveles históricamente bajos. La gran duda es cuánto se ha cortado, después de la crisis del mercado subprime americano, el poco financiamiento externo que importantes corporaciones argentinas estaban consiguiendo.
Desprolijo. A nivel local, lo que tenemos es un gran mamarracho. La presión impositiva sobre los que están en blanco es salvaje y a pesar del récord de actividad económica, hay déficit fiscal (sin mentiras) porque el gasto público crece al 50% anual. Además, no podemos olvidarnos de que el Gobierno tiene los mercados de capitales cerrados y que pretendemos cerrar, ridículamente, un acuerdo de deuda con el Club de París despotricando contra el FMI.
Todo esto, en un contexto en el que los vencimientos de capital de deuda para el período 2008-2011 son la enormidad de 7.000 millones de dólares por año.
Y más allá del, a esta altura, anecdótico y siniestro Guillermo Moreno (el secretario de Comercio Interior), que ha destruido el sistema estadístico nacional con dibujos creyendo que los argentinos somos estúpidos, lo cierto es que con una inflación al 20% y acelerándose, la actividad económica puede sufrir. Si los sindicatos consiguen ajustes del 25 al 30%, los salarios reales no caerán y el consumo tampoco, pero se derrumbarán las ganancias empresariales que son el financiamiento para la inversión. Si las empresas consiguen resistirse a semejantes aumentos salariales, caerá el poder adquisitivo de los salarios y así el consumo. En cualquier caso, el “virus” del ajuste ya se le metió adentro al modelo productivo y –al revés de lo que creen los cristinistas de paladar negro–, cuanto antes lo hagan, mejor. Todo por culpa de Néstor.
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