El concepto de “Europa de los ciudadanos” nació en 1979, año desde que el Parlamento Europeo es elegido mediante sufragio universal directo, enlazando votantes con eurodiputados. Del 4 al 7 de junio, 27 Estados miembro proclamaron a 736 eurodiputados. La crisis económica y de empleo, el desempeño de las autoridades y la oferta electoral ofrecen un rico escaparate, con ofertas para estimular a convencidos y para animar a indecisos. Mientras que la debacle de la renta y la esperanza de cambio fueron dos de los peldaños que llevaron a Barack Obama hasta la Casa Blanca, en la Unión Europea estas mismas premisas influyeron en los votantes de manera diferente: no hay elecciones; hay electores que piensan distinto. De lo contrario, bastarían una computadora y un modelo matemático para que no fuese necesario ir a las urnas.
Nada nuevo bajo el sol: con indumentaria de estación, el Viejo Continente convocó a antiguos espectros para conjurar los males flamantes. Con un nivel de abstención sin precedentes, triunfó la derecha en las más imaginativas variantes: un dilatado arco político de fuerzas moderadas y extremas, racistas y xenófobas, tales como el partido húngaro Jobbik (Movimiento para una Mejor Hungría), que centró su campaña contra la “criminalidad gitana” y obtuvo casi un 14,8% de los votos.
Con el resultado puesto, la explicación más socorrida ha sido el descontento generalizado de la población ante la falta de respuesta de los partidos socialdemócratas, frente a la crisis económica, financiera y laboral que está golpeando a Europa, aunque la caída en el apoyo electoral a estos partidos precede a la crisis.
El escepticismo europeo tiene un no sé qué de euroescepticismo, pero no deja de ser escepticismo. Los niveles de abstención fueron francamente alarmantes. En las últimas elecciones votó sólo el 43,3% del padrón. Esta situación se verificó incluso en países que son los más proclives a fortalecer la Unión Europea. En España sólo concurrió a las urnas un 45,8%; en Grecia –donde el voto es obligatorio– un 45%.
En Suecia los socialdemócratas obtuvieron buenos resultados frente a gobiernos de centroderecha y otro tanto ocurrió en Grecia. Sin embargo, en este último país la extrema derecha de Alerta Ortodoxa Popular casi duplicó sus votos con relación al 7,1% obtenido en las elecciones precedentes, como consecuencia tanto de las fuertes tensiones sociales como del clima de racismo latente que apunta a los inmigrantes como los principales responsables de la crisis. En el resto de los países, la centroizquierda resultó castigada.
El Partido Nacional Británico (BNP), abiertamente racista, logró el 6,2% de los votos y los altos niveles de abstención –sobre todo en regiones obreras como Yorkshire, votantes tradicionales del laborismo– redundaron en un mayor porcentaje para el antieuropeo y xenófobo BNP, que por primera vez ganó dos bancas. En Francia e Italia, los partidos de centroderecha mantuvieron su primacía frente a la centroizquierda, a pesar de las políticas antiobreras que promueven tanto Nicolas Sarkozy como Silvio Berlusconi. Aunque el presidente francés supo declarar que el español José Luis Rodríguez Zapatero era una de sus múltiples influencias, atribuyéndole “la ciencia de la opinión”, no se consideró influido por la política de regularización de trabajadores extranjeros de su colega ibérico.
Un elemento para analizar es el buen desempeño de los llamados “partidos verdes”, en Europa en general y en Francia en particular. La lista encabezada por Daniel Cohn-Bendit y el líder “altermundista” (opuesto a la globalización) José Bové sacó el 16,2%, poco menos que el Partido Socialista, que obtuvo el 16,8%. Muchos vinculan este resultado con una mayor concienciación sobre los peligros ecológicos. Otros dicen que los sectores de la clase media, empobrecidos por la recesión, ven en los discursos de los ecologistas sobre “crecimiento ecológico sostenible” una alternativa para atenuar los efectos de la crisis. O, simplemente, para soñar: una pintada –probablemente originada años después del Mayo del ’68 que saltó a un periódico mexicano y acabó en una pared de Buenos Aires– reclamaba: “¡Políticos, basta de realidades! ¡Queremos promesas!”.
La derecha europea logró mantenerse en las urnas mediante el trasvestismo de su discurso, que caló hondo en algunos sectores populares acorralados por la desazón. Después de más de dos décadas de elogios al liberalismo, los líderes de la derecha cambiaron su discurso criticando el “modelo ‘anglosajón’ del capitalismo salvaje” e inaugurando una nueva fase de intervencionismo estatal orientado a proteger “lo nacional” ante la crisis global. La promoción de las acciones y los mensajes antiinmigración movilizaron a sectores de la clase trabajadora que sienten amenazados sus puestos de trabajo y el uso de prestaciones públicas (como la educación).
Mientras tanto, el desencanto ante los partidos socialdemócratas y de izquierda se debe, podría decirse, a la pérdida de su sustancia: el conmutador burocrático los volvió partidos socioliberales; es decir, partidos que asumieron como suyos los postulados liberales, desarrollando políticas públicas que han incluido la dilución de derechos sociales y laborales, la austeridad del gasto público (incluido el social), la privatización de los servicios públicos, la desregulación de los mercados laborales y la disminución de la progresividad fiscal. Terminaron olvidándose de cómo había empezado. Consecuencia de estas prácticas ha sido el gran crecimiento de las desigualdades en Europa, con exuberantes aumentos de los beneficios empresariales y de las rentas, a costa de un notable descenso de las rentas del trabajo y del bienestar de las clases populares.
Curiosamente y más allá del voto, el 72% de la población en los países de la UE considera que las desigualdades sociales son demasiado grandes, que hacen falta medidas redistributivas que reduzcan tales desigualdades (68%) y que debieran expandirse los derechos sociales y laborales (76%), porcentajes que han alcanzado los niveles más altos de los últimos treinta años. Esto es lo que da su discreto enigma al voto: el votante piensa, pero luego debe elegir según la oferta.
El concepto de “Europa de los ciudadanos” parte de una premisa: que existan personas a quienes los gobiernos los hagan sentir ciudadanos. De no ser así, los administrados vuelcan su malestar en los comicios y buscan otros caminos.