Rita murió hace poco tiempo a sus ciento tres años. Hay una foto de ella al cumplir los cien, de pie, derechita, vestida de negro y con esa corona de pelo blanco plateado nimbándole la cabeza e iluminando su cara sonriente. Una la contempla y piensa enseguida en esas rubias insulsas que se pasean por la televisión y las revistas, y concluye que no se sabe lo que es la belleza hasta que no se ve esa expresión fuerte y feliz en una cara como la de Rita.
Le dieron el Premio Nobel de Medicina en 1986, y creo que fue a la persona de más edad jamás concedido, y fue por sus descubrimientos en fisiología del cerebro y la formulación del Factor de Crecimiento Nervioso (NGF).
No fue fácil. Rita Levy Montalcini nació en Italia en una familia judía. Estudió Medicina, contra toda oposición razonable, puesto que en ese momento, principios del siglo veinte, estaba muy mal visto, no prohibido, pero escandalosamente considerado, que una mujer entrara a la Facultad de Medicina o a cualquier otra facultad de cualquier universidad. Ella y su prima desafiaron el contexto social y entraron como alumnas regulares a la Facultad de Medicina. Sus compañeros las esperaban en la puerta y cuando las veían llegar las insultaban, les gritaban y les tiraban piedras. Hasta que el portero de la facultad se apiadó de ellas y les propuso que llegaran más temprano que los tipos ésos, y él las haría entrar por su propia casa, que comunicaba con el claustro, de modo que cuando empezara la clase ellas estuvieran sentadas muy formalitas en sus asientos de la primera fila. Se recibieron antes que los varones y con mejores calificaciones. De los patanes que trataron de hacerles la vida imposible, nadie nunca volvió a oír hablar. Rita obtuvo su Premio Nobel y su prima se vino a la Argentina y fue una médica prestigiosa con una obra académica, bibliográfica y de investigación de primer orden.
Allá cuando eran estudiantes, llegó el mussolinismo a Italia y Rita tuvo que dejar sus actividades, judía como era, y tratar de pasar inadvertida para el mundo. ¿Qué hizo? Montó en su dormitorio un laboratorio clandestino y siguió con sus investigaciones. Y fue allí, en esas condiciones no sólo desfavorables sino también hostiles, en donde puso la piedra fundamental de sus descubrimientos. El mussolinismo desapareció de Italia y del mundo, y Rita hizo su obra, vivió para la ciencia y dijo cosas como: “Yo no soy mi cuerpo, yo soy mi mente” o “Es inevitable que mi cara se arrugue, pero mi cerebro se mantiene intacto”.
Malala recibió el Premio Nobel de la Paz en 2014, la más joven jamás distinguida con ese galardón ya que fue a sus diecisiete años. Se lo dieron por su reclamo para que se permitiera a las niñas educarse, estudiar, ir al colegio, lo mismo que los varones.
Había nacido en una familia que hoy llamaríamos progre, en la que su padre insistió en que la niña tuviera la misma educación que sus hermanos. Aprendió por lo tanto a leer y escribir, fue a la escuela como los varones y tuvo algunas compañeras como ella que venían de familias como la suya. Sólo que ella pretendía que todas las niñas de todas las ciudades fueran a la escuela, y eso, francamente, era demasiado. Así por lo menos pensaban los talibanes que un día detuvieron el colectivo en el que Malala volvía a su casa, subieron y preguntaron por ella, y ella respondió y los tipos le pegaron tres tiros en la cabeza.
Sobrevivió. Increíblemente sobrevivió, gracias a que la trasladaron de inmediato a Inglaterra, donde la metieron en terapia intensiva durante dos meses, le curaron las heridas, le pusieron una placa en la cabeza, allí donde la bala había destruido el hueso, y la mandaron de vuelta a su país. En el que, por supuesto, siguió con su prédica y su lucha para que las chicas pudieran estudiar lo mismo que los chicos. Los talibanes, bueno, ya sabemos cómo pasaron a la historia. Malala Yousafzai, también, ya sabemos cómo pasó a la historia: como el símbolo de una lucha justa por la educación de las chicas. No conozco una foto de ella pero sí un video cuando habló en las Naciones Unidas. Vale la pena verlo, vale la pena oírla.