Se pueden destacar tres principales corrientes de pensamiento en la historia de la filosofía moderna: la francesa, la alemana y la anglosajona. Las producciones teóricas de otros países se han moldeado por lo general de acuerdo a lo originado en estos centros de difusión y elaboración. Las excepciones confirman la regla.
Los franceses se destacan por su impronta revolucionaria y un tono sarcástico. Sartre decía que hay una fuerte tradición moralista francesa que va de Montaigne a Bataille y Camus, a la que podemos sumar una inclinación política de tipo jacobino. De Voltaire y Rousseau a Althusser y Foucault, una alta intensidad temperamental condena a “los perros guardianes del saber” como decía Paul Nizan. Esta intransigencia de principios se combina con una prosa ordenada y precisa. El envase cartesiano sigue las reglas de la disertación escolar con todas las funciones protocolares de un armado claro y distinto. Respecto del contenido, se le pide a éste que sea polémico y consistente. La consigna a trasmitir es que el presente existe para ser condenado, se dibuja un mundo dividido por una gama polarizada por blancos y negros, siendo los grises los peores por su hipocresía, y en cuanto al porvenir se requiere para su redención una transformación explosiva y radical.
Los alemanes por su parte no han dejado de ser místicos. Su exaltación espiritual es fundamentalmente verbosa. Quieren llegar muy alto y no hay escalera de palabras que les alcance. Cada vez que llega un filósofo alemán a las puertas del paraíso, San Pedro huye espantado. Sabe que un Dios abrumado le ruega que los mantenga en el Purgatorio y los entretenga con crucigramas en griego.
Las etimologías de estos pensadores llenan incontables volúmenes y rebalsan los estantes de las bibliotecas. De Hegel a Husserl y acompañantes han trazado un camino que es una ciénaga. Estudiantes y profesores invitados a recorrerlo son devorados por el barro y desaparecen sin siquiera dejar huellas. Los filósofos alemanes se sumergen en las profundidades a las que llaman hermenéutica. Para ellos el sentido o la significación están ocultos. Se inclinan por la poesía, por la teología, y por un romanticismo tenebroso, sturm und drang, tormenta e ímpetu, rayos truenos, címbalos y timbales apocalípticos. Pero hay alemanes que creen en la ciencia con la misma fe que en la mística racional. Con Frege y Carnap, entre varios otros, han inoculado en el mundo anglosajón la idea de que es posible construir una lengua sana y monovalente gracias a la lógica simbólica y a las matemáticas pitagóricas. Los anglonorteamericanos agradecidos le han dado la bienvenida a este nuevo dogma. Pero ponen sus condiciones. Provienen del empirismo, y no creen en la palabrería espirituosa ni en el entusiasmo populachero. Piensan al contado, cash, postulan la existencia de una verdad objetiva, de una realidad exterior, y de un conocimiento que rinda cuentas de su veracidad con pruebas universales. Consideran al resto pura cháchara, un pagadiós diferido, literatura para adolescentes.
Desde el positivismo lógico a la filosofía analítica, proponen un método terapéutico que nos ayude a despojarnos de las confusiones de una sintaxis y de una semántica que nos extravía. Hay una gramática de excelencia que los profesores de lengua inglesa construyen para que nuestra mente se libere de sus fantasmas y el cerebro obtenga la transparencia del vidrio.
Gracias a este nuevo rigor filosófico tendríamos los humanos la inocencia de un algoritmo y la belleza de una raíz cuadrada.
Estas tres tradiciones no han perdido su antigua vitalidad. Quizás la única diferencia con otras épocas es que lo que dicen no trasciende los límites institucionales de las universidades y de la industria cultural a cargo de los congresos y simposios académicos.
Rara vez un filósofo salta a la arena publica como el alcalde de Venecia Mássimo Cacciari, o el ex ministro de Asuntos Estratégicos del Brasil Unger Mangeira. No sabemos qué rédito han obtenido para el pensamiento filosófico por su ingreso a la gestión de los asuntos comunes, ni cuales son los aportes que los destacan de sus colegas dada su formación académica. Pero no hay dudas de que el día a día de la política le da un ingrediente al pensamiento especulativo que la intemporalidad platónica no les ofrece.
¿Qué es el día a día? Tiene que ver con la densidad cotidiana de la vida. Si la vida y las sociedades estuvieran totalmente programadas ese día a día no existiría. En filosofía hay un concepto que designa a este día a día, se llama contingencia. Los antiguos decían fortuna o azar.
Pero lo diario o lo actual no es un desparramo caótico de instantes aglomerados. Es una serie en la que priman las conexiones. Conectar series es pensar. Para esto es necesario “deconstruir” el orden dominante que nos impone una interpretación de los hechos. Este orden es polifónico, lo componen pastores, periodistas, padres, docentes, científícos, una serie institucional que enlaza discursos de autoridad. Deconstruir es disolver el orden del discurso autorizado y conectar nuevas series de inteligibilidad.
La filosofía en cualquiera de sus vertientes es la madre de las conexiones. Es una retórica de una serialización máxima. Lo que no quiere decir totalidad, por el contrario, es incompletud con insuficiencia semántica. No satura su voluntad de saber.
El discurso filosófico es difícil, pero inteligible. Su rigor se mide por la precisión de sus conceptos y por la economía de sus enunciados. Su consistencia no es de mármol, sino gaseosa. Su modo de producción y exposición pueden ser sistemáticos, edificantes o sísmicos.
Gracias a esta dificultad el texto filosófico no admite lectura rápida. La filosofía no se lee, sino que se estudia. En cualquiera de sus tres tradiciones y en sus innumerables estilos, estudiar filosofía nos enseña a conectar series y pensar dificultades. Es importante que una lectura presente obstáculos y que el lector sepa diagramar abstracciones.
Si bien es cierto que el día a día y la actualidad reciben las contribuciones del periodismo, también es cierto que el ejercicio periodístico es un arte para convencidos. El columnista repite lo que ya cree o ya sabe para un lector que cree y sabe lo mismo. Tienen un mundo común y lo comparten para reconocerse en él. La filosofía enseña que el obstáculo en la comprensión, la fricción con la contradicción, y el desafío de un sistema de pensamiento a contracorriente de nuestras convicciones, le dan vigor a nuestras ideas.
Pensar la actualidad requiere el cruce de estas dos instancias discursivas. La vida breve o el plazo corto del pensamiento sobre la actualidad, y el sistema de conexiones transdisciplinarias de la filosofía en sus tres lenguas.
*Filósofo (www.tomasabraham.com.ar).