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Elogio de las conspiraciones

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La siguiente anécdota bien podría ser apócrifa pero no deja de ser ejemplar: enclavado en las arenas de Egipto, dudoso entre convertirse a la fe de Mahoma o atravesar el desierto o enfrentar a los ingleses por mar, Napoleón Bonaparte se entera de que su otro yo político y el hombre en el que había depositado su confianza, Talleyrand, conspiraba para quedarse con la suma del poder en Francia. Indignado, le envía una carta llena de denuestos encabalgados. A vuelta de correo, Talleyrand le ofrece su lacónica y sincera respuesta: “La traición, señor, es cuestión de fechas”. No conozco otro ejemplo más digno de asunción del noble arte de la conspiración.

Si tiene razón Epícteto y es cierto que lo que perturba el ánimo de los hombres no son las cosas en sí sino las opiniones sobre las cosas, podríamos inferir que la conspiración, el intento de sublevar un orden y reemplazarlo por otro, supone siempre un sistema de crítica y es un esfuerzo por llevar a la práctica una interpretación. La conspiración, el obstinado ejercicio de producir en la realidad las consecuencias de esa interpretación, llena de sentido la vida.
Desde luego, los hechos existen, pero capturan nuestra atención apenas por segundos. Un accidente de tránsito convoca nuestro interés. Nos enteramos de las cifras de muertos y mutilados y el cronista televisivo se ocupa de informarnos acerca del tiempo que permanecerá interrumpido el tránsito. Pero lo que verdaderamente nos importa es lo que creemos que el accidente delata: el modo en que la lógica empresaria privilegia la ganancia por sobre la seguridad, el alcoholismo de los conductores, la mano alevosa de una mafia que tenía entre ojos al conductor. La posibilidad de discurrir infinitamente sobre cualquier cosa ilumina la realidad de lo humano con el relámpago de la interpretación conspirativa. No importa la categoría de los sucesos. Ver al otro como un pozo de intrigas e iniquidades, observarlo como capaz de gestionar en nuestro perjuicio es concederle una entidad que supone, en principio, el respeto, y quizá el temor.

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Pero no se trata sólo de eso. No nos ocuparemos de Duhalde y de su presunta aptitud para generar hechos repelentes y potenciarse –con afiches de fondo cordillerano– como rival privilegiado del Gobierno. Que el kirchnerismo lo haya elegido como adversario favorito de esta temporada habla bien de la inteligencia de sus propias estrategias conspirativas para perpetuarse en el poder, eligiendo rivales que supone débiles. Lo que quería decir, antes de quedarme largo, es que el par conspiración-denuncia de la conspiración, al establecer líneas de relaciones la mayor de las veces incomprobables, es la forma particular que adopta la política cuando quiere participar del arte de la novela.