“Uno de esos seres espléndidos y tempestuosos, a quienes la vida les pertenece íntegra y, porque les pertenece, juegan a agotarla minuciosa, fatalmente, como si su fin último fuera la autodestrucción.”
Abelardo Castillo (1935); de su novela “La casa de ceniza” (1968).
La selección de Sabella es una sirena. Bellísima de la cintura hacia arriba pero con cuerpo de pez, viscoso e inasible, a partir de allí y hasta la cola. La voz irresistible de esta ninfa marina, se sabe, es la de Messi, que elude rivales como a Ulises atados al mástil de sus naves. Su canto enamora, pero ese cuerpo grácil, tan estético y plástico debajo del agua, se vuelve torpe sobre el césped si toca defender. Cuidado. A falta de Perfumos, Passarellas, Ruggeris u otros dioses mitológicos de la zaga, habrá que armar una sólida estructura que proteja al equipo de desagradables imprevistos. Que sea rápido.
En tanto, veamos la zona premium: la delantera. Los tres mosqueteros –Messi, Higuaín y Agüero– están fuera de discusión. Di María, nuestro D’Artagnan con rostro de Kafka, también. El tema es el recambio. Por ahora suenan dos nombres: Palacio y Lavezzi.
Palacio tuvo un digno paso por el Calcio y del Genoa pasó a un grande: el Inter. Tácticamente es útil para el equipo: pica, se muestra, arrastra marcas, hace el trabajo sucio. Y goles. Porque Lavezzi no es goleador; va por afuera, es pícaro, le gusta gambetear. Fue ídolo en Napoli y hoy juega en Paris Saint-Germain. Tiene el cuerpo cubierto de tatuajes y, según cuentan los que saben sobre la intimidad del grupo, es compinche con Messi. Una circunstancia que –insinúan los malintencionados– le asegura, casi, un lugar.
¿Y Tevez? Acaba de ganar la Supercopa Italiana con la Juventus, el doble campeón del Calcio. ¿Por qué nunca fue convocado? ¿Jugó Barcos y no él? ¿No es eso algo… snob?
Cuando Tevez debutó, yo vivía en Madrid. Lo vi un par de partidos y no me deslumbró. No era goleador, ni armador, ni extremo. No supe de qué jugaba. Lo recuerdo hábil, veloz; y también colgado del travesaño en Racing, celebrando el Clausura 2003, cantando con la hinchada: “¡La Selección se va a la puta que lo parió…!”. Debía elegir: el Mundial Sub 20 en Emiratos Arabes o la Intercontinental, contra el Milan y en Japón. La decisión, obvio, estaba tomada.
Brasil fue campeón y Grondona no olvidó ese gesto. Ganó su desconfianza eterna y ni siquiera su fantástica actuación en Atenas 2004, donde ganó la medalla de oro y fue goleador con ocho tantos en seis partidos torció la historia. Tevez no volvería a jugar en ese nivel con la Selección, pero su carrera en Europa fue arrasadora. Evolucionó técnica y físicamente hasta llegar a ser un delantero de elite. Estrella de Mundial.
Cuando sonaba el Himno, Messi pegaba los labios y más de uno se volvía loco, a Tevez empezaron a llamarlo –a partir de otra frase ocurrente de Maradona que, como pasa con Moria, suelen confundir con inteligencia– “el jugador del pueblo”. Wow. Con menos que eso, Massa puede llegar a presidente.
Basile, harto, se fue y Maradona lo logró: le dieron la Selección. La apuesta terminó en desastre pero Tevez, fiel a sus códigos barriales, lo defendió a muerte. Le costaría caro.
Ya con Batista, acusó una lesión y no viajó a Qatar para enfrentar a Brasil, aunque días después jugó para el City. Ruptura total. Mil excusas para dejarlo afuera de la Copa América 2011. Presión popular. Titubeos. Marcha atrás. Tevez volvió como Perón, pero el equipo fue un desastre. Uruguay nos eliminó por penales y el definitorio, como en un mal final de folletín, se lo atajaron a él. Sabella por Batista. Carlitos, nunca más.
Si Tevez no es ni el quinto delantero, algo no anda del todo bien en este proceso tan ordenado, racional y exitoso. ¿Será que Grondona lo mantiene en su lista negra? ¿O se repite el caso Ramón Díaz, ignorado por Bilardo porque Maradona no lo quería? No creo. Sabella es un caballero y Messi no vive sumergido en la lógica binaria maradoniana, donde todo se plantea en la dicotomía amigo-enemigo. Puede ser que Lavezzi le caiga bien y que tanto furor por Tevez lo fastidie. ¿Por qué no? Es humano. Pero no lo creo capaz de prohibir a nadie en la Selección. Fuera de la cancha, se refugia en la familia, se esfuma. Es todo paz, calma, armonía.
Tevez es otra historia. Nació en un barrio violento, difícil, donde la vida y la muerte juegan a los dados, cada día. Dramas familiares, amigos al filo de la navaja; la horrenda cicatriz que dejó la olla con agua hirviendo que se le cayó encima cuando tenía un año. Sufrió. Tuvo un par de novias de poster, pero volvió con su mujer y sus hijas. Es frontal y se peleó con más de uno. Pero allí donde jugó, la gente lo ama. La masa corinthiana; la working class del West Ham, al que salvó del descenso; la aristocracia del Manchester United; los vecinos pobres del City, con quienes celebró una Premier luego de 44 años, y ahora, con tres goles en sus tres primeros partidos, ya tiene a los tifosi de la Juve a sus pies. ¿Cómo puede ser que no tenga un lugar? Que alguien me lo explique.
No hace mucho, conté por qué, pese a que afectaba el buen clima de trabajo, Herzog llamaba a Klaus Kinski para filmar: era genial. Tal vez Tevez no alcance ese estatus, pero imaginar que su vuelta pueda perturbar la armonía del grupo es ridículo. Como futbolista –no creo que esto admita discusión–, es más que Lavezzi o Palacio. Y si alguien piensa que sumarlo a este plantel es poner en riesgo el proyecto, tiene una pésima opinión de Sabella como conductor.
OK: todas las fichas a Messi y a rezar para que ni se resfríe. Bendito sea ese chico manso que hace maravillas con la pelota. Me encantaría verlo con la copa en alto. Y atrás, la sonrisa salvaje del jugador del pueblo que se quedó sin pueblo; una injusticia para un tipo capaz de dejar hasta la piel, justo la piel, en cada partido.