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Embotado (segunda parte)

En este grupo militan los denominados bots conversacionales, programas de inteligencia artificial que simulan una conversación con una persona.

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Embotado (segunda parte) | marta toledo

En un precipitado paso por la Wikipedia descubro que un bot, además de aféresis de robot, es un programa que realiza tareas de manera automática (no autónoma) a raíz de unos comandos (input) instalados de forma previa a su ejercicio. Pero además, el bot posee capacidad de interacción, cambiando de estado para responder a un estímulo (ahora sí introducimos la función de alguna manera autónoma). Ejemplos de bots, a montones. Los motores de búsqueda de internet, lógico; los hay indulgentes y compañeros (nos reemplazan en el frente para combatir contra los comportamientos maliciosos que contaminan la red; espías, etcétera) pero a la vez tropezamos con otros que son verdaderamente malvados: entre los muchos roles que ejecutan ostentan la capacidad parar recopilar direcciones de correo electrónico con fines publicitarios. Las redes sociales son el hábitat donde los bots germinan de forma fluida y por lo general cumplen con la función de simular el comportamiento humano, automatizando respuestas que logran posicionar mejor al usuario del servicio en cuanto a la cantidad de seguidores o números de visitas por posteo. En definitiva, el alcance de la acción del bot (y las consecuencias) depende, tan solo por ahora, de la programación diseñada por el hombre: desde cumplir una tarea muy simple como recordatorio de agenda, hasta algo más complejo que implica tomar decisiones. En este grupo militan los denominados bots conversacionales, programas de inteligencia artificial que simulan un diálogo con una persona. De manera que los usuarios podemos enhebrar preguntas (en distintos idiomas) y recibir contestaciones. O eso creemos.
Hace apenas unas semanas, mientras me encontraba en Dresde, Alemania, tomé la decisión de alquilar un auto en Budapest (mi próximo destino) para de esa manera recorrer los últimos tramos del periplo a mi antojo, sin depender de fechas de pasajes, reservas de estadía, desempolvar el estrés digamos. Fue así que otra vez, luego de algunos cruces infructuosos, me encontré chateando con un bot. Transcribo tal cual: Hola, por acá Alejandro. Alquilé un auto para mañana a las 19.30 horas en el aeropuerto de Budapest. El número de reserva es YXB405. Bot: Hola. Es un gusto hablar con usted. ¿Cuál es su consulta? Yo: Mi consulta es la siguiente (sin querer oprimí el botón de enviar y al cortar el chat, el Bot interfirió: No interpreto su consulta. Para luego desplegar una ristra de posibilidades de atención, enumeradas del número 1 al 7. Por mi parte, no las atendí y proseguí): mi vuelo a Budapest se retrasó (concentré mis energías para esquivar el botón que diera por cerrado el diálogo); mi consulta entonces es la siguiente: ¿Puedo retirar el auto una hora después de lo pautado? Como verán, no se trató de un exabrupto en la modulación; la librería de vocabulario utilizado bien podría ser traducida por los algoritmos de inteligencia artificial y PNL (se basan en el experimento de Alan M. Turing de 1950.). De súbito comprendí que se trataba de un chatbot perezoso.
Al seguir la cadena de pasos y niveles ininteligibles, y con ayuda de un tutorial de Youtube, logré que me atendiera un ser humano, o algo así (en el antropoceno las diferencias se evaporan). Copio y pego: Señor, tiene a su disposición el contrato con la rentadora, así como el procedimiento para reclamar, sigue las instrucciones de Términos y condiciones. Sin embargo si deseas validar más información de esta puedes ingresar al mismo correo de confirmación y validar la política de ésta.