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Emojis, maldita droga

1-11-2020-Logo Perfil
. | CEDOC PERFIL

Cesar Aira, el escritor que prácticamente nunca da notas, el escritor al que tantas veces intentamos, en vano, llegar, fue entrevistado por Alan Pauls. Varias de sus respuestas me emocionaron. Una emoción que nada que ver con las lágrimas ni con sonrojarse, una emoción que no pude encontrar traducida en el display de emojis que me ofrecía el celular cuando empecé a reenviar el material por WhatsApp a mis allegados lectores de Aira, de Pauls o de ambos. 

Recordé una conversación con Carlo, amigo italiano quien, pese a vivir de la especulación financiera y a situarse sin titubeos a la derecha del arco político, inculpaba a los emojis de ser otro vector de la colonización cultural norteamericana. No mostraba empacho en asegurar que, tras haber impuesto, Hollywood mediante, una gran cantidad de usos propios al resto del mundo, los yanquis dieron un paso aún más profundo y artero estableciendo una nomenclatura visual arbitraria y sesgada de la emotividad humana. Protestaba por la ausencia de gestos inmortalizados hace décadas en el cine por De Filippo, Sordi o Totò en el acotado imaginario al que los emojis, de alguna manera, nos someten. 

Ignoro cuál es el grado de responsabilidad de Estados Unidos y poco me interesa, pero coincido en que esos malditos, cómodos y siempre disponibles emojis, aliados de la molicie, pero también de la aceleración gratuita, pilares de la pobreza discursiva y la falta de ideas propias, carceleros de las emociones complejas y negadores de cualquier goce espiritual, son menos inofensivos de lo que parecen. Y sin embargo... ¡Cuánto los uso! ¡Con qué júbilo recibo los nuevos modelos! ¡Cuánto insisto en enviar los me gustan más! Como me autoconvenzo de estar comunicando algo complejo con la pequeña imagen de una bailarina flamenca o un lápiz labial... Si fuera posible, terminaría este texto con uno que descubrí hace poco, uno muy lindo, uno que ya no sé cómo describir con palabras.