En el transcurso de una fría y larga tarde de invierno conversamos largamente con Sergio Berensztein (profesor en la Universidad Torcuato Di Tella y doctorado en Historia de la UBA y de la Universidad de North Carolina, USA) quien, luego de consagrarse en la exitosa consultora Poliarquía, hoy preside la empresa que lleva su nombre.
—Tengo un grupo de jóvenes brillantes que me nutren permanentemente como para poder entender esta nueva realidad, que es muy desafiante –explica Berensztein–. Justamente por eso hace falta gente de diferentes profesiones, con mucha formación para poder lograr una visión objetiva, analítica y de conjunto sin, obviamente, perder la perspectiva sobre lo nacional y lo internacional. Somos en total ocho personas y enfocamos todo nuestro esfuerzo para brindarle insumos estratégicos a gente que toma decisiones (fundamentalmente en el sector privado) para poder navegar por esta incertidumbre con la posibilidad de que cumplan sus objetivos.
—Sin duda un grupo de mucha responsabilidad justamente porque, como usted señala, marca una ruta a centros importantes de decisión y de poder.
—En general son empresas que deben tomar decisiones de inversión, decisiones de mediano y largo plazo y que ven a la Argentina con un enorme potencial pero también con dudas e interrogantes sobre qué va a pasar, cómo van a transcurrir los tiempos y las secuencias. Lo que intentamos, entonces, es poner a Argentina en términos comparados para que (sobre todo en el caso de empresas multinacionales) puedan entender las similitudes y las diferencias respecto de otros países donde ya han adquirido mayor experiencia. A veces la gente no tiene tiempo para entender estas cuestiones no puntuales, más idiosincrásicas. Por ejemplo, era muy común que la Argentina fuera vista, dentro de los mercados financieros, como si fuera Venezuela. Obviamente hay elementos comunes…
—Es una mirada que no nos favorece.
—Bueno pero la verdad es que mirando desde afuera, desde un escritorio en el que se hacen inversiones financieras, la similitud es importante. Fíjese: control de capitales, liderazgos en regiones donde hay llegada a los gobiernos de manera democrática pero en las que, luego, se gobierna en forma bastante autoritaria. Entonces, ven eso y también cosas en común y la verdad es que, muchas veces, lo rico está en los detalles y las diferencias son significativas. Por ejemplo, a pesar de todos los excesos que hemos sufrido, en la Argentina sigue habiendo más libertad de prensa que en Venezuela. No hay persecución a los opositores. Sigue habiendo, todavía, un partido político que le impone restricciones a la Presidenta. Me refiero al peronismo. También sigue existiendo un tejido sindical que genera restricciones indudables para poder desarrollar algunas decisiones políticas. Pero la diferencia más importante es que el gobierno venezolano es el dueño del petróleo y esto resultó en una fuente de recursos muy importantes.
—¿Sigue exportando un millón de barriles diarios a Estados Unidos?
—Efectivamente. Pero la demanda de Estados Unidos está bajando porque ellos han hecho un esfuerzo muy significativo en la producción de energía no convencional parecida a la de Vaca Muerta. Por esto, Estados Unidos se está convirtiendo también en exportador de esa energía, de la cual una gran parte es gas. O sea que sigue importando petróleo, pero también exporta gas. Y esto ha cambiado la geopolítica internacional. De hecho, Estados Unidos tiene hoy reindustrialización gracias a los bajos costos de energía. Este es el tipo de cosas que nosotros queremos agregar al proceso de toma de decisiones. Brindarles a los empresarios (y también a otros líderes) un tablero bien completo para entender las oportunidades y los riesgos; cómo comparar a Argentina con otros países en cuanto a sus ventajas y desventajas en términos de capital humano.
—¿Por ejemplo?
—Bueno, regulación, clima de inversión. Eso requiere, claro, mucho tiempo de preparación y es imposible apoyarse sobre un solo equipo.
—Son tiempos muy particulares: a la altura de la civilización en la que estamos, esta mañana, por ejemplo, todas las tapas de los principales diarios hablaban del frío y de la crisis energética que priva de luz y gas a numerosos barrios de la Capital Federal. Como observador, a pocos meses de las elecciones, ¿cómo definiría nuestra situación?
—Esto es resultado de la falta de planificación estratégica. Lamentablemente, en Argentina no tenemos (sobre todo en la política) el hábito de entender que las decisiones de corto plazo tienen impactos negativos en el mediano y largo plazo. En los últimos años hubo una política energética orientada a alimentar el consumo al no permitir que los precios orientaran los hábitos de consumo y la inversión. ¡La gente imaginó que la energía no costaba nada! Hubo entonces una mala utilización de recursos escasos y, obviamente, ¡nos quedamos sin energía! Yo me crié en una casa en la que mi mamá nos obligaba a apagar la luz que no usábamos. ¡Y lo bien que hacía! –termina, riendo–. Hoy sufrimos entonces, lamentablemente, el haber creído que estos atajos eran útiles. Por el contrario, son contraproducentes.
—Hace algunos días, sin embargo, por cadena oficial la Presidenta señaló que, por suerte, en los hogares argentinos había muchos elementos hogareños “para enchufar”.
—¡Y hoy falta energía para que funcionen! La verdad es que tenemos una comunidad de expertos que alertaron que en algún momento esto iba a pasar: me refiero a los ex secretarios de Energía. Esto es interesante. En la Argentina no hay diálogo ni planificación estratégica. Cuando recibe una crítica, el Gobierno reacciona como si eso no tuviera validez. En una sociedad democrática (con intercambio entre el mundo público y el mundo privado), donde se permite y alimenta la crítica, esto se hubiera evitado. Creo, incluso, que es un buen ejemplo de los desfuncionamientos más importantes de la Argentina en términos de cómo funcionamos socialmente y cómo se toman decisiones públicas. Falta planificación, falta diálogo e interacción entre el mundo público y el mundo privado para, justamente, alimentar la toma de decisiones. Esto ha ocurrido con otros gobiernos. Es algo bastante común. ¡Esperemos que se corrija en el próximo gobierno!
—Entonces, su mirada sobre la sociedad argentina…
—La veo dispuesta a un cambio. No es un cambio radicalizado ni súbito. Es un cambio que tiene algunos matices. Por ejemplo, la gente ya hace mucho tiempo que se manifiesta muy preocupada por la inseguridad. Curiosamente, ahora ocurren cosas que ya no alarman tanto porque nos acostumbramos a que es un hecho real que a uno lo asalten mientras piensa dónde estacionar o si puede ir al cine de noche. Si los chicos, cuando salen, van a llegar o no… Esas preocupaciones cotidianas ahora forman parte de nuestros hábitos y tiene que ocurrir algo realmente muy fuerte para que nos sorprenda. ¡Hemos incorporado estos hechos como parte de la realidad! Sin embargo, el reclamo por inseguridad se ha generalizado a nivel provincial y nacional. Tenemos que hacer algo al respecto porque, de no hacerlo, el costo es cada vez más alto por el desarrollo de las redes que, fundamentalmente, ha organizado el narcotráfico.
—Incluso, usted escribió un libro sobre el narcotráfico, ¿no es cierto?
—Sí, El poder narco. Es una investigación muy larga que publicamos el año pasado con Eugenio Burzaco. Yo no sabía nada del tema. Burzaco, en cambio, fue jefe de la Policía Metropolitana. Hablamos largamente sobre esto y Burzaco expuso toda su experiencia. Yo tomé la parte más política, la opinión pública, por ejemplo. Fue un libro muy difícil de escribir. Nos angustiaba mucho comprender la profundidad del tema. En la década del 90 viví unos años en México y había observado un fenómeno muy similar: la sociedad mexicana negaba la evidencia de una mayor violencia. ¡Hechos muy significativos que la sociedad mexicana negaba! Hasta que fue demasiado tarde. Cuando uno advierte la profundidad del fenómeno es muy difícil controlarlo y reducirlo. Estas son cuestiones que están muy instaladas en la sociedad como preocupación y me parece que el próximo gobierno va a tener que adoptar una postura más comprometida frente a esa agenda de seguridad.
—¿Y la inflación?
—Ocurre lo mismo: Argentina convivió mucho tiempo con una inflación de magnitud: 20% o 25% anual. Por ejemplo, la década del 60 tuvo una inflación parecida a la que tenemos ahora. Era un mundo inflacionario y no había una demanda muy clara de la sociedad como para reducir la inflación. La gente reaccionó con episodios como el Rodrigazo. O la hiperinflación de 1989 cuando “entendimos” que ¡aquello era un horror!
—Desgraciadamente estos fenómenos hoy no parecen tan alejados.
—Volvemos entonces a convivir con esta inflación alta y, obviamente, las consecuencias hacen que éste sea un país en el que observamos restricciones como el cepo, la inseguridad jurídica (que se ha profundizado en todo este tiempo) y vemos que es un país que no está creciendo, que no genera empleo, que tiene dificultades en “soltarse” ¡y volver a crecer! Entonces yo creo que también ahí existe la demanda de una política económica más normal. Más semejante a cómo se gobierna, en general, en países más parecidos a la Argentina: Uruguay, Chile, Brasil… Todo el mundo tiene problemas. Aun los países que están bien objetivamente tienen muchos problemas.
—Sí, pero Uruguay exporta más carne que nosotros…
—Por supuesto. Hemos perdido mercados como consecuencia de este hiper-estatismo, de estos controles excesivos que han desalentado inversiones como, por ejemplo, en el sector agroindustrial. No solamente se trata de la carne sino que los productores de soja o de maíz (¡de trigo ni hablar!) tienen problemas. Seguramente, ahí el horizonte será muy positivo porque, quien sea que gane las elecciones, va a tener (supongo) una política más razonable incentivando al productor para que vuelva a producir. Sin embargo, pienso que en la década del 90 existía la sensación de que había un camino claro que aseguraba el crecimiento. Y que la democracia en el mercado era inevitable. Mire, cuando Francis Fukuyama escribió el famoso libro El fin de la historia aquello era un paradigma muy duro. Hoy , por suerte, somos mucho más humildes: sabemos que hay mecanismos que deberían funcionar mejor en una democracia pero también que nadie es dueño de la verdad y que aun los países más desarrollados, con las democracias más plenas, sufren situaciones muy problemáticas. Incluso, reversiones desde el punto de vista cultural. Por ejemplo, en Europa hay una ola de racismo y de antisemitismo muy fuertes. Hay problemas de empleo en los países más desarrollados…
—Perdón... y lo que es peor: los pobres africanos que huyen de su continente para no morirse de hambre y a los que Europa les ha cerrado las puertas.
—Esta es una alarma. Y uno de los pocos que la denuncia ¡es el Papa! Al mismo tiempo existe una ciudadanía acostumbrada a cierta seguridad o a cierto nivel de vida que es difícil de sostener. Porque éramos el “Estado de bienestar” tan asentado en la década del 70 y es muy difícil mantener a gente que, por ahí, se retira a los 60 años y que pensaba vivir (después de trabajar durante otros 35 años de aportes) en descanso. Probablemente esto ya no sea posible. Así es que estamos en un momento en el que “las grandes verdades reveladas” ya no lo son tanto y, me parece, hace falta tener una actitud más humilde, autocrítica y abierta para entender que, entre esta idea de que el Estado es la solución para todo o que el mercado resuelve cada problema hay que buscar el justo medio, lo cual es muy difícil.
—¿Usted cree, luego de estas elecciones, que aun con kirchneristas en el poder viene otra cosa? ¿Algo que ya no es la era K?
—Por un momento, miremos el mundo. La verdad es que uno ve reacciones contrarias al mercado y justamente reactivas a promesas incumplidas de la democracia: argentinicemos el fenómeno y lo que uno ve (por ejemplo surgieron movimientos reactivos a la globalización en diferentes partes del mundo) son consecuencias típicas de cambios importantes en la forma de vida, de empleo, de inseguridad laboral (que implica estar sometido a cambios de la economía de mercado). Han surgido entonces, como le decía, movimientos populistas o neopopulistas en la región y en el mundo. Por ejemplo, el proceso en Bolivia, en Ecuador, también el chavismo… ¡Miramos lo que no ocurrió pero pudo haber ocurrido! López Obrador en México… También en Europa… Y esto ocurre en la izquierda y en la derecha. Miremos a España, el fenómeno griego… Hungría con un fenómeno muy populista que cierra la economía… Son movimientos nacionalistas que reaccionan a la globalización, que expresan el enorme malestar de las sociedades como en Europa en 2008 y 2009. También esto ha ocurrido en Estados Unidos. Dentro del Partido Republicano encontramos una reacción de derecha con el Tea Party… También en la izquierda demócrata hay un movimiento que se opone al libre comercio, pero el presidente Obama está tratando de firmar acuerdos de Comercio con el Pacífico mientras que los sindicatos y otros grupos se oponen… entonces, me parece que si uno trata de mirar el kirchnerismo de una manera un poco más general se da cuenta de que nosotros tuvimos una crisis muy profunda en 2001 en la que había mucha gente que venía acumulando resentimiento e insatisfacción por la apertura de la economía. Gente que se quedó sin trabajo y no pudo reinsertarse por falta de entrenamiento para entender la nueva dinámica… por todo ello el kirchnerismo es un mecanismo muy complejo, conocemos algunas de sus manifestaciones más evidentes con liderazgos muy fuertes: primero de Néstor y luego de Cristina. La idea de concentrar mucho el poder, tratar de evitar que la división de poderes funcione correctamente… Estos son elementos típicos de este proceso, pero también creo que vale la pena valorar y entender todo el componente de reacción y de malestar frente a la globalización y esta transición hacia la economía de mercado que se intentó durante la presidencia del doctor Menem que logró algunos beneficios (modernización para un conjunto importante de la sociedad) pero que también dejó afuera a un sector importante. Creo entonces que uno puede aprender de estos hechos y entender que el kirchnerismo tiene un fenómeno también (más allá de los años 70 que son más complejos) en el que se piensa que es importante tener un Estado que proteja y que, en la medida que los mecanismos de mercado puedan crear desigualdad, la Argentina es un país que desde su concepción prioriza un umbral de igualdad (que ya encontramos en el Himno Nacional) y que tiene un piso simbólico de igualitarismo que rechaza la pobreza. No puede verse a sí mismo en estas condiciones… Creo que lo interesante de esta polémica sobre el 5% de pobreza es que ¡tampoco la Presidenta lo puede admitir! Efectivamente, admitir que la Argentina es un país tan injusto no sólo contradice el famoso “relato” sino que se opone a algo que se parece a un acuerdo (no formal pero muy fuerte) que tenemos los argentinos: necesitamos ser una sociedad con mecanismos de movilidad social ascendente que, por lo menos, asegure un piso mínimo de subsistencia para la gente que no tiene la posibilidad de insertarse exitosamente en el mercado de trabajo.
—Por eso, a fines del siglo XIX y principios del XX tuvimos un aluvión de inmigrantes que venían a una tierra de igualdad.
Berensztein sonríe con luz en la mirada:
—Y yo estoy aquí, en este país, justamente por eso.