COLUMNISTAS

En Argentina no se consigue

Por qué en el país se puede rehuir un debate presidencial.

Presidenciables de aca y de alla. Scioli y Hillary, dos posturas opuestas a la hora de debatir.
| Cedoc Perfil

Esta semana Massa desafió a Macri a un nuevo debate (el segundo de esta escuálida campaña). Macri, como si lo hubieran invitado a perder tiempo en la televisión, contestó que sólo iba a debatir con Scioli antes de la segunda vuelta, haciendo gala de una soberbia confianza.

El martes pasado, a la noche, CNN organizó y transmitió el primero de los debates de la interna del Partido Demócrata estadounidense. Vendrán cinco más, garantizados. La sede fue un enorme estadio en Las Vegas, todo muy “a la americana”, dispendio de luces sobre una escenografía también reluciente. Se puede ver en el portal de CNN.

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Los periodistas preguntaron acerca de temas concretos y, sobre todo, repreguntaron cuando alguna respuesta les pareció insuficiente. El principal moderador, Anderson Cooper, tenía una pila de fichas y las usó a destajo. Tanto que la crónica del New York Times afirma: “No tuvo empacho en interrumpir a los candidatos”. Muchas preguntas llegaban por Facebook.

En el debate demócrata en EE.UU. hubo preguntas concretas de los periodistas y también repreguntas

Pero lo sorprendente no fue que los periodistas hicieran bien su trabajo (repreguntar es parte del oficio), sino la naturalidad con que los candidatos se interrumpieron y discutieron entre sí, a veces de manera dura, otras, irónica, nunca agresivos. Esto desmiente una creencia criolla: se puede ser muy frontal sin ser insultante (algo a lo que nos desacostumbraron las cadenas presidenciales).
 
Las reglas del debate estadounidense eran estrictas: un minuto de exposición para cada respuesta y treinta segundos para las objeciones. Sin embargo, se ampliaron casi desde el comienzo. Los cinco precandidatos demócratas se contradijeron uno al otro; se recordaron votaciones inconvenientes en el Senado o en la Cámara de Representantes; trajeron a colación las circunstancias más comprometidas de la vida política de cada uno de ellos. Sobre todo las de Hillary Clinton, que, por encabezar las encuestas, podía perder más.
 
Hillary tiene algunas cuestiones pendientes, acusaciones que aquí, según soplen los vientos, serían poco significativas, pero que en Estados Unidos pueden resultar descalificantes. Sin embargo, no se le cruzó por la cabeza que podía escaparle al debate. Su principal contrincante, Bernie Sanders, llega desde Vermont con ideología socialista o socialdemócrata (él vacila entre oponerse al capitalismo de casino o al capitalismo sin otro aditamento); a los 74 años, mueve multitudes juveniles como si fuera un gurú. A Sanders le convenía seguir una estrategia de todo o nada, sin cálculos. Para los otros tres, que tienen intención de voto de alrededor del 1%, el debate era pura ganancia de visibilidad.

O sea que, si camino a las presidenciales de su partido Hillary se hubiera comportado como Scioli, no debería haber ido al debate. Pero allá en el Norte, eso la habría sacado con un solo empujón de la carrera en el Partido Demócrata y, por ende, de sus aspiraciones a ser presidenta de los Estados Unidos. En ese país es posible que no se pague un error de política internacional, pero se paga la cobardía o la falta de carácter. Quienes aspiran a ser presidente pueden equivocarse. Pero no pueden arrugar musitando excusas.
 
Lo que parece incluso más lejano de las costumbres argentinas (aparte del debate en sí mismo) es que Bernie Sanders interviniera para que los otros tres precandidatos no se ensañaran con Hillary recordándole una equivocación grave de su actuación como secretaria de Estado. Hillary le agradeció este gesto a quien le pisa los talones; se dieron la mano en medio del debate y siguieron. Pero la honorable conducta de su competidor no privó a Hillary de atacarlo duramente en la cuestión del lobby de los fabricantes de armas de fuego. Un humorista escribe: “Todavía no sabemos qué llevó a Bernie Sanders a cometer el error de tratar a Hillary Clinton como a un ser humano”.

Rehuir el debate es posible en culturas donde se hizo posible pasar por alto las transgresiones

En cuanto a precisiones, todos los candidatos fueron al fucking point, a diferencia de la vaguedad acostumbrada en los aspirantes argentinos mejor colocados, que quieren hacer realidad los sueños de la gente; que van a cambiar lo que haya que cambiar y conservar lo que haya que conservar; o que lanzan proyectos antinarco que ya fracasaron en otros países. Estos precandidatos del debate yanqui no habrían salido ilesos si hubieran remitido a sus “equipos” las respuestas a preguntas técnicas sobre economía, impuestos o finanzas. Por supuesto que tienen equipos, pero se considera que ellos deben ser capaces de hablar una lengua que sea al mismo tiempo comprensible y adecuada a la complejidad de los problemas.
 
Cualquier lector podrá responderme que prefiere un país que no invada Irak a un país donde los candidatos sean lo suficientemente educados en las reglas de la democracia como para considerar que un debate es inevitable. No acepto la fatalidad de esta alternativa. Invadir Irak fue una equivocación que todavía hoy tiene consecuencias. Rehuir el debate es posible en culturas donde se arraigó la costumbre de pasar por alto las transgresiones.

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Por hallarse de viaje, Jorge Fontevecchia volverá mañana con su habitual contratapa.