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QUEDA ESPERAR

En calma

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Estás ahí, mirando el tiempo pasar, fumándote un puchito, bebiéndote un oporto, brindando a las estrellas, saboreando el sereno día que se avecina. A tu alrededor, en las redes, en las pantallas, se arremolinan las voces y las caras que aguardan impacientes su instante de fama ante la cámara. Se calientan, se escupen, se muerden, se entreveran, se gritan, se muestran los dientes, se insultan, se ofenden, pero no se callan. Con la falta que hace a esta hora un poco de silencio, y no se callan. Y vos ahí, como uno de tantos giles, disfrutando del entretiempo, del triunfo ya irreversible sobre Aníbal, pensando, algo es algo, la democracia tarda pero de pronto llueve y llega, lava el aire, las veredas, sopla, despeja, limpia las bajas, sucias, mentiras.
 Y, nada. Tranquilo, en calma, en paz.
Sólo queda esperar que se desate el implacable huracán de la última voluntad para que sus ráfagas terminen de barrer los restos de canallas, miserables, mercenarios, fanáticos, amorales militantes del terror y del bolsillo. Por ahora no hay nada más que hacer. Callar y dejarse acariciar por la brisa de la clara noche hasta que amanezca. No da la fatiga del deseo como para dormirse, pero sí para soñar despierto.
Despierto y callado, los ojos abiertos. Hay que mirarles el miedo a la cara, las mejillas rojas, la furia, la amenaza, la extorsión, la bajeza, la impúdica, obscena vileza de intentar amedrentar a los que nada tienen para contestar más que su voto, su dignidad y su coraje. De pie y en silencio, como si te enfrentaras a un pelotón de camisas negras. Sin dejar de verles en los ojos el miedo que tienen.
Ya todo fue dicho. Si acaso te hicieran falta recuerdos para enfrentarlos ahí están, escritos en las paredes, los nombres de todas las víctimas. A medida que los evoques ellos se van a agrupar en tu memoria. Uno a uno, los muertos que mataron y vuelven a matar cada vez que reescriben la historia, te dirán: estoy, contá conmigo, hablá de mí, de todos nosotros, de los crímenes que cometieron, por corruptos, por inútiles, por injustos, por venganza, por cómplices, por trepadores, por ruines, por infames. A cada  nombre, los verás transformarse de vampiros chillones en ratas asustadas.  Embajada, AMIA, Cromañón, Once, inundaciones, desnutridos, pibes sin destino, narcos, muertos en las calles, en los saqueos de Tucumán cuando Cristina bailaba en la Plaza.
Están haciendo un intento desesperado para que te resignes y abandones. Que te conformes con lo que dan, con lo que hay, y te convenzas de que esto es así, que nada, nunca va a cambiar. Que te dejes, que no pierdas tiempo, que te dediques a otra cosa y hagas tu vida con lo que sobra y te toca. Que no leas, no sepas, no hables, no opines, no te informes, no investigues, no te enteres de lo que en verdad pasaba en los años 90, cuando Néstor decía que Menem era el mejor presidente de la historia, cuando Cristina defendía a Cavallo, cuando cobraron 600 millones de dólares para aprobar la liquidación de YPF y se la llevaron.
Te quieren hacer cantar una y otra vez el mismo tango, el Cambalache que abruma por su cruel fatalidad: “No pienses más/ hacete a un lao/ los inmorales nos han igualado” cuando se trata de “Honrar la vida”, es decir: “darle a la verdad/ y a nuestra propia libertad /la bienvenida”. Que te dejen ser. Que te dejen estar sin bajarte línea desde arriba tipos que nunca laburaron de otra cosa más que de ser alcahuetes del poder. No más, no menos.
Calma. Serena calma. No hay milagros, sólo promesas que te hacen y que te hacés. Después, se verá. Y si no se ve, la democracia volverá a llover, a llegar, a lavar el aire, las veredas, a soplar, a despejar, a limpiar las bajas, sucias, mentiras. Que de eso se trata, de dejar rodar el agua entre las piedras hasta que se vuelva potable, bebible, vivible. En estos tiempos, amigo, “hay que tener temple de héroe para ser, sencillamente, un hombre decente” (John Le Carré).

*Periodista.

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