La semana pasada, al mencionar el reparto de las cargas originadas por la crisis económica mundial, esta columna aludió a la tasa de desempleo que abruma a los trabajadores norteamericanos. La inquietud por el déficit había logrado que los representantes republicanos bloquearan los esfuerzos demócratas por extender la ayuda a los desocupados. El desvelo fiscal no se trasladó al Senado, que aprobó esta semana (con 81 votos a favor y nueve en contra) un proyecto de compromiso entre los líderes republicanos y el gobierno de Obama, que establece recortes tributarios cuyo alcance superaría los 850 mil millones de dólares. El asunto pasa ahora a la Cámara de Representantes, donde enfrenta una indignada reacción demócrata porque el texto legal incluye una extensión de los recortes de impuestos a los más ricos, aprobado en su tiempo a instancias de G. W. Bush. A propósito, vale recordar que durante su presidencia se recreó y se salió de madre el déficit fiscal.
Apunta Paul Krugman que cuando Clinton subió la presión tributaria sobre los ricos, “desde la derecha todos predijeron catástrofes, pero siguieron ocho años de rápido crecimiento y con el primer presupuesto superavitario en tres décadas”. Warren Buffet, figura de predicamento, apoyó la rebaja impositiva a la clase media pero, agregó, “la gente en el extremo superior –gente como yo– debería pagar mucho más en impuestos”. Para 2011, Nouriel Roubini predice que el crecimiento de la economía norteamericana no logrará bajar significativamente el desempleo.
A principios de diciembre el director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, contribuyó desde la India al sobresalto de los mercados declarando que Irlanda y Grecia estaban al borde del abismo. En la reciente cumbre de Bruselas, los líderes de la Unión Europea acordaron poner en marcha a mediados de 2013 un fondo de rescate que reemplace el mecanismo existente. Los escépticos apuntan como lejana la fecha elegida y la falta de precisiones en el anuncio, incluido el monto. La idea de los “eurobonos” difícilmente sobreviva al rechazo germano, quien siempre termina por hacerse cargo de las ideas propias de un “mundo feliz”. Poco después, la calificadora Moody’s degradó cinco escalones la nota de Irlanda: el fantasma de la suspensión de pagos dejó a la deuda irlandesa al borde del bono basura. Adicionalmente, adelantó una revisión a la baja para la de España.
En un artículo de su blog que tituló “El prisionero español”, señala Krugman que lo bueno de Irlanda es su tamaño, y lo mismo puede decirse de Grecia y Portugal. “Aquellas son ‘tapas’, dice, pero el plato principal es España.” Su historia económica reciente recuerda la de los Estados Unidos: la burbuja inmobiliaria y el gran aumento en la deuda privada. Cuando la burbuja explota, acontecen la recesión y el desempleo. También –después– un gran aumento del déficit público, por los costos de la recesión (menos ingreso fiscal y ayudas a los afectados). España adoptó con entusiasmo el euro –1999– lo que ayudó notablemente al crecimiento del crédito y de la economía. Durante los años del boom, costos y precios subieron más rápidamente que en el resto de Europa, lo que ayudó a la pérdida de competitividad de la industria española y a un déficit comercial creciente. Hoy, el “paro” supera el 20%.
España –Krugman dixit– resulta ahora “prisionera del euro”; al no tener moneda propia no puede inducir su baja y recuperar competitividad. Y una “devaluación” al interior del país sería lenta y muy penosa –años de salarios en baja–, mientras la recuperación de mercados tampoco es un proceso rápido. La salida del euro, para Krugman, un evento verosímil en el caso griego y una posibilidad creciente para Irlanda, resulta improbable, si no imposible, para España. Un observador argentino diría que si una de estas posibilidades se convierte en realidad, será por el desborde de la situación antes que como alternativa elegida por un gobierno. Mientras nuestra propia historia es rica en cambios de moneda y en devaluaciones sin aviso previo, la retirada de la moneda común en un país europeo no podría eludir el tratamiento parlamentario. En estos días se ha visto cómo –sin novedades destacadas– el franco suizo registró su máximo histórico contra el euro. El solo anuncio de un proyecto oficial de regreso a una moneda nacional provocaría una corrida contra el sistema bancario local. Para evitar la conversión forzosa, los depositantes retirarían los euros y también podrían cambiar de moneda (franco suizo, yen o dólar, por ejemplo, porque el euro también sufriría). En cualquier caso, el sistema bancario tendería a vaciarse y a quebrar. Por distintos motivos no es imaginable un “corralito” generalizado en tiempo oportuno (Islandia intentó algo por el estilo). La tasa de conversión (por ejemplo 1 euro: 2 nuevas liras o “cavalieri”), especialmente si el mercado no la convalidase, daría lugar a interminables pleitos. Al colapso de la economía seguiría la caída del gobierno.
Alemania enfrenta un dilema tal que, cualquiera sea el camino elegido, no podrá quedar al margen de la suerte europea. Si opta por abrir más el bolsillo, el gobierno enfrenta al electorado local y arriesga desembolsos cada vez mayores. Pero Alemania es la gran exportadora de Europa: si aprieta el grifo apresura el desenlace sombrío y perderá mercados.
Jürgen Trittin, líder parlamentario del Partido Verde, dice tener evidencias de que Angela Merkel es vista en la Eurozona, como un “monstruo teutónico ahorrador” que ha contribuido a agravar la crisis. Mohamed El-Erian publicó un artículo en el Financial Times: “Alemania en situación de perder o perder”. Mal que bien, ha sido el mayor contribuyente al salvataje de Grecia e Irlanda. El problema, según El-Erian es que este enfoque centrado en lidiar con problemas de liquidez ahora y de solvencia más tarde, no está funcionando. En realidad, en lugar de considerarse más seguros con la provisión de liquidez, los depositantes y acreedores del caso han aprovechado los fondos del rescate para sumarse a la fuga de capitales (“ya lo decía yo”, diría el observador argentino).
Menos inversiones en la “Europa periférica” implican menos empleo y más contracción, haciendo cada vez más políticamente inviables los planes de austeridad, concluye El-Erian. La globalización, supo decirse, hizo aparecer a los países globalizadores y a los globalizados. Como se ve, esto tiende a ser cada vez menos así.