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Valijas

En latín también

Allá, in illo tempore, cuando atravesar el Atlántico en avión no era más que un sueño y todo el mundo se subía a los barcos, llevaba un montón de equipaje.

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Allá, in illo tempore, cuando atravesar el Atlántico en avión no era más que un sueño y todo el mundo se subía a los barcos, llevaba un montón de equipaje. Valijas, valijitas, baúles, bolsos de mano, carteras, portafolios, sombrereras, dos o tres de cada clase y de diferentes tamaños. Claro, había porteadores; no, porteadores no, ésos eran los de los safaris en Africa con oasis y jirafas y leones, no; había changadores que se ocupaban de todo y que en carretillas ad hoc (hoy corren vientos de latinajos, Etelvina) llevaban las valijas, los baúles, etcétera, de los coches a las planchadas de los barcos, de las planchadas a los camarotes, y al llegar a destino, de los camarotes a las planchadas y todo lo demás al revés. El proceso, con perdón de la palabra, era muy complicado, francamente. A menos que una tuviera una doncella francesa que viajara con una y se ocupara de todos los detalles, ¿cómo podía una saber en qué valija estaba el echarpe blanco con flores azules, eh? Y una tenía que ponerse ese echarpe indefectiblemente esta tarde de viento para pasear por la cubierta. Lo encontraba finalmente. O porque una tenía una memoria excepcional o porque Jeannette se ocupaba de todo o por casualidad, pero una iba y se ponía el echarpe blanco con flores azules que el viento hacía ondear y los ojos de los señores volverse discretamente hacia la onda inconsútil que llevaba la bella (esperemos que lo fuera). Hoy todo es mucho más fácil, aunque a veces el echarpe blanco se niega a aparecer. Hoy una valija, un bolso de mano y chau, y Jeannette está haciendo su maestría en La Sorbonne (Paleoantropología). Lo cual quiere decir que siempre, siempre las valijas son misteriosas. Casi como las puertas cerradas: ¿qué hay detrás?, ¿qué hay adentro? Se las abre con cierta parsimonia, no sea que, como quería Raymond Chandler, del otro lado hubiera un tipo con una pistola en la mano apuntándonos directamente al corazón. O que adentro hubiera un cadáver cortado en pedacitos. Cosas ambas que han sucedido en la vida real tanto como en la narrativa espectacular. En fin, en la vida real han sucedido cosas más espectaculares aun. Y yo, Etelvina, y creo que vos también, yo me quedo con aquel equipaje que listo para partir, tenía la divina Silvana en Muerte en Venecia mientras hablaba en esa lengua extraña, y desgraciadamente, además, con cierta Dies irae que no termina de llegar.