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descripciones en el blanco

Encuentros con Dios

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Cuando acepté la invitación de la Universidad Diego Portales para pasar unos días en Chile no sabía que iba a tener dos encuentros notables: el primero con Dios, el segundo con un libro extraordinario de Roberto Merino. Empecemos con Dios. Lo conocí en un programa de radio Cooperativa que conduce Cecilia Rovaretti. Como ya todos sabemos, Dios es argentino. En este caso se llama Juan Leyrado y estaba promocionando junto a Thelma Biral una obra de teatro que llevaron a Santiago cuyo argumento es que Dios –Leyrado– cae en el consultorio psicoanalítico de la doctora Thelma Biral. Como se ve, el argumento es sencillo y pegadizo. Dicen que la obra es un éxito en Buenos Aires. Yo también estoy invitado al programa de radio y mientras espero mi turno escucho la charla entre Rovaretti y mis compatriotas. La conductora se esfuerza para que los protagonistas cuenten algo del argumento de la obra, pero Dios y su psicóloga no están muy inspirados esta mañana y tampoco quieren contar de qué va la obra. No quieren spoilers. La conductora cambia de tema y pregunta por la situación del país. ¿Es verdad lo que se ve desde acá?, dice. ¿Qué se ve?, pregunta Dios. Que están viviendo un momento social muy difícil, con dificultades económicas, dice Rovaretti. Dios se prende fuego: eso lo dice la prensa hegemónica, que está contra el Gobierno, explica. “Aunque el Papa, según Néstor, era el líder de la oposición, Dios es kirchnerista”, pienso, mientras tomo un café y espero mi turno para ser entrevistado. Termina la entrevista y Dios y la locutora siguen discutiendo. Thelma Biral pasa a mi lado y me dice, con cierto cansancio: “Yo no soy ni kirchnerista ni antikirchnerista”.

Por la tarde, Matías Rivas, el director de publicaciones de la UDP, me pasa un libro de Roberto Merino que se llama Pista resbaladiza. En la tapa hay una foto del escritor chileno: es un hombre mayor, de pelo largo y barba blanca y espesa, podría ser tanto el guitarrista de Grateful Dead o, pienso, Dios. No bien abro el libro me doy cuenta de que ha cultivado una prosa sintética y precisa, cálida. Como Dios, se ocupa también de los intersticios: esos recodos, segmentos, de la vida ordinaria donde se ocultan las epifanías más extrañas. En las primeras páginas le contesta al Dios argentino: “No quisiera encontrarme con ninguna persona que lleve la verdad por delante, agitándola como una bandera”. Pienso en algunos amigos que en el último tiempo militarizaron el estado de ánimo. Sigo leyendo a Merino: “El adicto a la verdad suele imponernos un discurso de hormigón armado desde el momento que nos ha llevado a su propio terreno. Hace aspavientos de saber qué es lo que realmente nos sucede, qué es lo que nos conviene, cuál es la intención de fondo que encubren nuestras palabras. Después de trasminar nuestra intimidad se pasa a la política, ámbito en el que tiene muy claro quiénes son los buenos y quiénes son los malos”. El libro está construido con columnas que Merino escribió en un periódico, sin embargo, el conjunto es sólido y contundente: parece escrito por un Montaigne menor –repitamos menor, menor, menor y surge la palabra “enorme!– que pasa sus días de manera solitaria, padeciendo insomnio por las noches y caminando por las calles de la ciudad pensando disparadores para sus textos. Escribe: “Hacía hoy el ejercicio de recordar un día entero de mi vida, por ejemplo un día de hace treintaitantos”. Y este comienzo da paso a hermosas descripciones y a la definición de que es “abismante darse cuenta de que estamos olvidando siempre”. En otra parte del libro dice: “Cuando uno escucha –asunto que sucede con bastante frecuencia– a personas que exponen sus proyectos de iniciar su retirada del mundo, no puede sino sentir una cierta desazón, una triste incomodidad, no sólo porque sabe que esos proyectos no se realizarán jamás, sino porque en ellos se revela primordialmente la humana arrogancia”. Mientras leo este párrafo, pienso en todos esos escritores que anuncian que dejarán de escribir, como si fueran una banda de rock que decide separarse. Merino, una vez más, tiene razón. En Argentina –donde vive Dios– la editorial Mansalva reeditó En busca del loro atrofiado, otro libro notable de Merino.