Daniel Scioli rechazó el servicio militar obligatorio diciendo que la instrucción castrense era una “cosa del pasado”. Sin embargo festeja, desde hace varias semanas, junto al ministro Granados el “alistamiento” exitoso para ser policías. Cerca de 26 mil jóvenes se inscribieron para formar parte de la Bonaerense, y se suman a los diez mil anotados el año pasado en la Vucetich. Esta ha sido “la campaña de reclutamiento más grande de la historia para ingresar a la fuerza de seguridad”.
Pero más deben haber celebrado los jefes de la cúpula de la Bonaerense. La convocatoria se llevó a cabo en medio del debate sobre la creación de la Policía Local que –de llegar a implementarse–, puede restar operatividad y territorio a la Bonaerense. En esas condiciones la policía provincial quiere engordar sus filas todo lo que pueda. De allí que la Bonaerense haya lanzado en febrero una convocatoria proponiendo la formación descentralizada en las 25 escuelas que se crearon el año pasado.
El reclutamiento confirma la concepción policialista que tiene el Gobierno sobre la seguridad: seguridad es igual a policía, o mejor aun, más policías en las calles, más patrulleros, más municiones, etc. El objetivo es la saturación policial y, por añadidura, la militarización de la ciudad.
Conviene recordar que la seguridad no pertenece a las matemáticas. La saturación policial no es una estrategia para perseguir el delito, y tampoco para prevenirlo. Si tenemos en cuenta que el objeto de la policía de visibilidad es el delito predatorio o callejero, no se nos puede escapar que el crimen tenderá a mudarse de barrio. Con esa saturación lo que se busca es disminuir el miedo al delito. Los funcionarios saben que si baja la sensación de inseguridad, se habrá escondido el delito debajo de la alfombra.
Ahora bien, ¿qué pasó en la Provincia para que los jóvenes eligieran una institución desprestigiada como la Bonaerense como estrategia de sobrevivencia y pertenencia? ¿Qué se hizo mal para que la misma policía que los detiene, estigmatiza y violenta haya sido identificada como fuente laboral? La respuesta hay que buscarla en la persistencia de la informalidad del mercado laboral que impacta centralmente en los sectores juveniles, y en la presencia deficitaria del Estado provincial. En la falta de presupuesto para educación, en la ausencia de políticas públicas culturales y deportivas (sólo se financian eventos espectaculares); y, sobre todo, en el vaciamiento del Ministerio de Desarrollo Social (la desinversión de los programas Envión y Envión Volver), en la limitación de otros planes asistenciales. No basta un cupo en una cooperativa de trabajo para “atajar” a los jóvenes. Más aun cuando se trata de trabajos precarios y que no permiten acceso al crédito.
Los aspirantes a la Bonaerense, por el solo hecho de haberse inscripto, percibirán un sueldo de $ 3.200, con cobertura médica y aportes. Además, los trabajos que ofrecen las cooperativas son tareas estigmatizadas por la sociedad (barrer la calle, blanquear paredes, cobrar estacionamiento público, etc.), y los jóvenes continúan viviendo con humillación el mundo del trabajo. Así, los jóvenes encontraron en la policía la oportunidad de tener un trabajo pero, sobre todo, la posibilidad de ganar “autoridad”. Cuando los jóvenes son etiquetados como “vagos” o “pibes chorros”, una de las maneras de adquirir prestigio, sobre todo en las generaciones mayores, será alistándose en la Bonaerense.
Nos guste o no, el reclutamiento histórico se explica, por un lado, en la demagogia securitaria, y por el otro, en las limitaciones de las políticas sociales. En la falta de imaginación política como en la incapacidad para gestionar. Tratándose de un precandidato a la Presidencia, son cuestiones para estar más que atentos.
*Docente e investigador de la UNQ, autor de Temor y control.