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Enseñanzas del caso Maldonado

Hay quienes creen que la grieta es una trinchera en la que sus ideas están seguras y no este pozo ciego en el que corremos el riesgo de caernos todos.

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MALDONADO. No lo mató la grieta, pero ella se hace un festín con su memoria. | PABLO TEMES

La grieta es esta bomba que estalló sobre el país y nos dejó lo que somos. Una palabra que viene del latín (crepta) y significa, justamente, “crepitar”, “estallar”. Es mucho más que las diferencias que pueden existir entre las clases sociales, los conflictos interpersonales o las brechas políticas o religiosas. La grieta es lo anterior, pero con el agregado de la pasión, la cuota de odio, el golpe. Grieta es también grito.

Cuando manda la pasión, la razón duerme. Y cuando no hay razonabilidad, se pierde la percepción del otro, el sentido crítico, el esfuerzo autocrítico.

El neurólogo Facundo Manes da una explicación científica de este mecanismo cerebral: “El sector A está convencido de que el sector B es malo y está equivocado. El sector B piensa lo propio del A y es muy difícil que cambien de opinión, aún con evidencias. Desde el punto de vista científico es lo que llamamos sesgos mentales, que son esquemas de confirmación que aplicamos a diario y que se repiten en lo ideológico: los sectores A y B discuten no para escucharse, sino para buscar la información entre lo que el otro dice para reforzar lo que ya pensaban”.

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Ir en contra de ese mecanismo neuronal requiere de un esfuerzo intelectual complejo, en especial cuando las corrientes mediáticas y políticas de la época abonan al infantilismo antropológico del ser humano.

Reflexiones desde el pozo. El agrietamiento cerebral argentino lo atraviesa todo. El caso Maldonado no podía ser la excepción. Desde el fondo de la grieta y cavando el pozo a cuatro manos, quizá sea difícil de ver.

Se dijeron y se hicieron tantas cosas sobre la desaparición de Santiago Maldonado, que sólo entendiendo que fueron realizadas desde ese pozo ideológico pueden merecer cierto manto de piedad.

Maldonado desapareció en medio de un choque entre gendarmes y mapuches, según la primera hipótesis que terminaría demostrándose como correcta.

La grieta hizo lo suyo desde entonces.

Por el Gobierno, la ministra Patricia Bullrich cerró filas sosteniendo con énfasis la imposibilidad de que algún gendarme estuviera involucrado en la desaparición. Con los antecedentes de la historia argentina sobre la participación de miembros de fuerzas de seguridad en delitos tanto políticos como comunes, tal actitud generó sospechas sobre si el Gobierno en verdad pretendía ocultar algo que lo involucrara.

Ella representa al sector A de la grieta. Creyó que si hubiera dicho con igual énfasis que confiaba en la Gendarmería, pero que si había un gendarme involucrado no quedaría impune, le daría un triunfo dialéctico al sector B. Todavía esta semana jugaba en las redes sociales apoyando a quienes le exigían a la familia del fallecido que pidiera perdón. Junto a la ministra estuvieron políticos, periodistas, intelectuales y una parte de la sociedad. La grieta insensibiliza.

Del otro lado del pozo, el sector B afirmó a través de sus medios y sus dirigentes, que Santiago Maldonado fue el primer desaparecido de Macri. Ratificando lo que ya creían: él es un dictador capaz de desaparecer al que piensa distinto. Bullrich defendía a la Gendarmería, porque se trata de un crimen planeado desde el Gobierno.

Como suele pasar cuando las tribus A y B se enfrentan por algo, el paso del tiempo sólo sirvió para profundizar la grieta.

Desde el Gobierno se avalaba extraoficialmente la hipótesis de que el joven jamás hubiera estado en el lugar, pese a los testimonios que indicaban lo contrario. Pero como esos testigos pertenecían al sector B, no resultaban confiables. En esta guerra tribal, el otro no es un testigo capaz de aportar un dato, es el enemigo.

El sector A le dio amplia cobertura a la supuesta aparición de Maldonado en distintos lugares del país. Y la sociedad que está de ese lado del pozo abría sus propias hipótesis: el tatuador permanecía escondido para desgastar al Gobierno o estaba muerto y los mapuches lo enterraron.

El sector B nunca pensó eso. Allí siempre estuvo claro que hubo una orden que bajó desde la Presidencia para inaugurar una etapa de represión violenta de las protestas sociales que podría incluir la desaparición de personas. Maldonado fue su primera víctima fatal.

Cientos de miles de personas se movilizaron bajo esa consigna más o menos explícita. Marcharon pidiendo la aparición con vida del joven, como un anticuerpo lógico en una sociedad que guardó tanto silencio cuando las desapariciones eran de a miles, pero también con una certeza que no requería de más pruebas que los propios prejuicios.

Desde el sector A, Elisa Carrió cavó más a fondo. Con exactitud estadística aseguró que había “un 20% de posibilidades” de que Maldonado estuviera en Chile. Y cuando se halló su cuerpo, comparó su estado con el de Walt Disney. Durante un par de días, en el Gobierno temieron que esos dichos afectaran el resultado electoral, en especial en la provincia de Buenos Aires. De los dos encuestadores externos que contrató la gobernación, Aurelio y Poliarquía, el primero advirtió tres días antes de la votación que sus sondeos detectaban un descenso de dos puntos en Esteban Bullrich, poniendo en dudas su triunfo. Pero el sábado la encuestadora registró una nueva suba de la intención de votos. Fue después de la instalación mediática de la supuesta resolución del caso por ahogamiento y sin registro de golpes ni balazos en el cuerpo. Los resultados finales de la autopsia recién estarán en las próximas semanas.

En todo caso, los más de 50 puntos de Carrió en la Ciudad de Buenos Aires, los más de 40 puntos de Bullrich en la provincia y otros tantos de Cambiemos en todo el país, demostrarían que los dichos sobre Maldonado que podrían haber sonado tan desafortunados, en realidad pudieron servir para ratificar las percepciones preexistentes en el sector A.

Festín morboso. Esta semana, los A y los B siguieron cavando la grieta.

Ahora, con la misma certeza con que el sector B sostenía la idea de la desaparición forzada de personas, se afirma que aunque no fuera así, igual el Gobierno es responsable de la muerte: si la Gendarmería se hubiera limitado a desalojar una ruta como había instruido el juez y no a perseguirlos hasta el río Chubut, Maldonado no se habría ahogado.

Esta semana, en el sector A, un alto dirigente del macrismo le aseguró a PERFIL, off the record, que a Maldonado lo mataron los propios mapuches y que fueron ellos los que dejaron su cuerpo en el río.

A su vez, en el sector B están los que insisten en que Gendarmería lo secuestró, lo mató y guardó el cuerpo en una cámara frigorífica cercana hasta que lo depositó sobre el río días atrás.

Cualquier argumento suena verosímil en la grieta. En la Argentina todo puede suceder. Incluso que haya un testigo E que el sector A asegura que declaró que “Santiago se ahogó”. Exactamente opuesto a lo que el sector B dice que dijo (“A Santiago se lo llevaron los gendarmes”), mientras el juez afirma que no existe un testigo E.

A Maldonado no lo mató la grieta, pero ella se hace un festín morboso con su memoria.

Algunos ya tienen las uñas y el corazón magullados de tanto cavar.

Creen que la grieta es una trinchera en la que sus ideas están seguras y no este pozo ciego en el que corremos el riesgo de caernos todos.