Salió a pescar como todas las madrugadas. Navegó una hora, quizás más. Un leve golpeteo en la cubierta que el oído experto distingue de una ola interrumpió la vigilia. Paró el motor. Ahora a la deriva oyó otro... y otro más. Supo de inmediato que se trataba del horrendo ritual al que por haber nacido donde el diablo perdió el poncho pero no las mañas, el destino somete a los habitantes de este islote. Sin ver –en abril amanece tarde– estiró el brazo y sintió la desesperación de la mano que lo agarraba, y la propia, porque se le resbalaba.
Dejó el timón y ofreció el otro brazo sin respuesta, traccionó fuerte. Juzgó por el peso y la delgadez del cuerpo que adivinó en la penumbra que se trataba de alguien muy alto, entonces, al izarlo hasta que la cintura dejó el agua, vio su rostro bellísimo, los rasgos eritreos y la pena en sus ojos, antes de que se zafara y se la tragara el agua.
Desde la tragedia, el pescador de Lampedusa no pudo volver al mar. La pequeña isla es una metáfora de humanidad que Europa escamotea. Calles con refugiados triplican sus seis mil habitantes que por la solidaridad que da la cercanía al que sufre son, involuntariamente, la reserva moral de una UE que los avergüenza porque olvida por conveniencia y partida doble: a los descendientes de los que la hicieron grande trocando juventud por trabajo, y a los que les abrieron la casa a sus ancestros cuando la miseria de la guerra y el hambre era ciega al color de piel y a la latitud.
La crisis humanitaria es en gran parte resultado de una cultura neoliberal hija de la receta alemana de salida de 2008, que naturaliza y premia un ajuste selectivo, invisibilizando sus consecuencias sociales.
“Marenostrum”, la operación de rescate de alcance moderado que con la venia papal cubrió la costa africana salvando miles de vidas, fue reducida a patrullaje costero, a su versión enclenque –“Tritón”– con la tercera parte de los recursos y fines defensivos, con
la excusa de que induciría más salidas. Falso, se mantuvieron, no así su saldo luctuoso. Sus mejores lobbystas: Mariano Rajoy, autor del cupo más bajo de refugiados de la UE (1.500), que les quitó la sanidad y alambró fronteras en Ceuta y Melilla, con intendentes leales con lemas tales como
“Limpiemos Badalona” –una ciudad prístina donde el único delito es la consigna proselitista.
El prime time de la TV española, Visavis exhibe una rubia “cheta”, por error en una cárcel regida por funcionarios de honesta estirpe hispana, rehenes de la villana –Zulema Zahir–, una reclusa que opera por afuera con la mafia egipcia. El galeno del penal, un depravado con un acento que haría parecer rumano a Alfio Basile.
No es extraño en una nación que judicializa a quien investiga al franquismo, mientras campesinos conocen (y callan) las leguas hasta las fosas
comunes.
Qué decir de Cameron que alienó la coalición que lo mantuvo años en el poder para disputar votos al Partido por la Independencia planteando expulsión y restricción a la libertad de movimiento a los inmigrantes. No hay apelaciones xenófobas políticamente rentables sin clientes que compren. Los europeos sensatos que se interpelan por las causas tienen un déjà vu de chivo expiatorio –hoy en pateras– símbolo de la culpa de todo para quienes legitiman tanta vergüenza. El sistema educativo “Pisa” funcional a la globalización del mercado de trabajo no combate estereotipos: el fracaso escolar de extranjeros y descendientes que perpetúa su sobrerrepresentación en el segmento manual se vincula a la insuficiencia de políticas y parámetros para medir e intervenir en la evolución de la brecha intercultural, amén de esfuerzos interesantes: aulas de acogida y programas de inmersión lingüística comprometidos por los recortes.
En plenario urgente que exuda culpa burguesa la UE definió acciones: reimplementar “Marenostrum” –poco ante la inminencia del aumento de flujos por los mares calmos del verano– y desarticular las redes de tráfico, tarea compleja que implica violar soberanía: la mayoría de los migrantes huyen de zonas de conflicto: Sudán, Siria y Somalia con origen en Libia, un país sin Estado que con redes de trata en línea directa con las facciones que se alternan el poder, no confiere interlocutores fiables. En medio de aviesos políticos oportunistas que eligen
olvidar, y dictadores feroces imposibles de olvidar yacen ellos, desesperados, haciéndose a una mar indolente con navíos que les daban peces en los lagos apacibles de un hogar que ya no existe.
*Geógrafo UBA. MA, UA. UNY.