El gobierno nacional prosigue su ruta por un camino crecientemente encrespado y lleno de obstáculos. En el trayecto, se va haciendo cada vez más evidente la vocación del elenco gobernante por ser un equipo de gestión poco preocupado por ejercer un liderazgo simbólico ante la sociedad. En el cúmulo casi interminable de mensajes que circulan día a día en los medios y en las redes, se rescata esta observación: “Más que relato, la gente quiere gestión”. Pero la comunicación del Gobierno sigue siendo un tema que suscita a diario comentarios en distintas direcciones.
El Gobierno ofrece gestión sin demasiadas aclaraciones discursivas ni ropajes simbólicos. Por lo demás, si se habla de comunicar proyectos y razones, el Gobierno no muestra nada descollante, pero otros sectores políticos tampoco. La agenda de todos es, efectivamente, la del día a día. Es la tónica que caracteriza a la Argentina desde hace mucho tiempo: el ámbito de la política como caja de resonancia de inquietudes puntuales, reclamos, demandas y preocupaciones de distintos sectores de la sociedad, con pocos ingredientes “estratégicos”, poco interés por pensar el país.
La oposición realmente comunica poco. El peronismo, fragmentado en distintas facciones, carece de un mensaje único. El kirchnerismo dice exactamente lo que venía diciendo mientras era gobierno, obviamente con escasa capacidad de convencer a quienes no están ya convencidos de sus razones. Los grupos “renovadores” del peronismo apenas atinan a justificar sus motivos para apartarse del liderazgo que la ex presidenta reclama para sí, y poco más que eso. Los que están en el medio de esa puja balbucean como pueden sus motivos; cuando Cristina los convoca, algunos dicen que asisten para escuchar, no para avalar. El Frente Renovador habla de temas muy puntuales, y de manera fragmentada; su oferta, por ahora, es la de un grupo parlamentario que actúa responsablemente. La izquierda dice lo mismo que ya decía. En los ambientes más intelectuales, en las columnas de opinión de la prensa gráfica y televisiva, cuando se sale de lo coyuntural o del análisis de temas específicos puntuales, aflora la línea discursiva referida a ideales institucionales. El sindicalismo vuelve a la carga, aparentemente reunificado, para expresar con su estilo bien conocido lo que todos ya conocen, muchas demandas y pocas soluciones. Es la política toda, no sólo el gobierno nacional, la que tiene poco para comunicar a la sociedad.
Mientras tanto, el Gobierno se mueve con mucha seguridad en los terrenos donde sus objetivos están claros. Uno muy notorio es haber instaurado en la sociedad un clima de diálogo y apertura, un ambiente respirable para todos. Ese clima es una de sus marcas distintivas. Otro es el tema de la deuda externa pendiente, a cuyo capítulo final estamos asistiendo. Claramente, quienes objetan se apoyan en premisas insostenibles: no es creíble el kirchnerismo cuando critica después de haber planteado inicialmente exactamente el mismo objetivo y de haber resuelto en su momento, de manera aun más expeditiva, los temas del Club de París y de Repsol. Tercero, el balance en el ámbito internacional, donde el Gobierno cosecha réditos incesantes: recuperación de la confianza en el país, solución de problemas, acceso al crédito, mejor inserción en los ámbitos institucionales mundiales. Otros terrenos son más espinosos y en algunos tramos el carro se atasca. La inflación no cede, la recesión acecha, el desempleo asusta.
La agenda del Gobierno parece establecerse desde el día a día: precios, salarios, empleo, ingresos insuficientes, impuestos, presupuestos locales, seguridad, salud, una gran porción del territorio nacional bajo el agua… una parte de la Argentina pide más apertura a la globalización, otra pide menos; y la vida sigue, por momentos haciendo estragos, como en la fiesta de Costa Salguero, en hechos delictivos puntuales pero reiterados, en inundaciones que toman sin defensas a enormes porciones del territorio. Cada uno de estos múltiples frentes exige respuestas inmediatas y es tratado –o eso parece– como un rompecabezas desarmado donde quien maneja las fichas procede sin un plan claro, a puro ensayo y error.
Allí radica –según se entiende– el “déficit comunicacional” del Gobierno. Y el de la política toda. Habiéndose avanzado durante estos primeros cuatro meses del gobierno de Macri en un razonable clima de acuerdos y transacciones productivas en los ámbitos políticos, asoman en el horizonte momentos más conflictivos. En un sistema político sin liderazgos fuertes, en el que las principales fuerzas que organizan la oferta política sufren inestabilidades diversas, un escenario de disenso creciente y desordenado es previsible.
Las chances de que Cristina y La Cámpora puedan retomar la conducción del espacio opositor son inciertas. Las señales que la sociedad y la opinión pública ofrecen estos meses más bien avalan un pronóstico en contrario. Las chances de que el gobierno de Macri pueda conformar una opción política duradera, liderando el proyecto de una Argentina menos conflictiva, más abierta al mundo y más próspera, son igualmente inciertas.
De uno y otro lado hay liderazgos en potencia, jugadores en el banco o en la reserva que pelearán su lugar, y una sociedad expectante que todavía no ha redefinido sus expectativas y sus demandas de largo plazo. El futuro de la Argentina es incierto, pero se tiene la impresión de que la sociedad tiene claro que quiere dejar su pasado atrás.