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IDENTIDAD

Eran europeos y se hicieron yihadistas

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Durante muchos años, las sociedades europeas han pensado que podían “integrar” o “recuperar” a las poblaciones de origen musulmán inmigradas. El yihadismo de Al Qaeda, primero, y el de Estado Islámico después, ha roto esa ilusión. El pasado domingo, una manifestación organizada en París por el imán de Burdeos para condenar el terrorismo del EI reunió a… 97 musulmanes franceses. Las encuestas publicadas en Gran Bretaña y Francia al respecto muestran una realidad tortuosa: la mayoría de los musulmanes en esos países condena sin paliativos las matanzas, pero es creciente el número (entre el 20% y el 30%) de quienes muestran “comprensión” hacia el terrorismo yihadista y aún es mayor la proporción de quienes, condenando la violencia, defienden sin embargo la Yihad en su acepción bélica. ¿Qué está pasando?

Lo que está pasando es que las comunidades musulmanas en suelo europeo han experimentado en los últimos veinte años un agudo proceso de radicalización. La manifestación más visible es la extensión entre esas comunidades de atuendos tradicionales –chilabas en los hombres e hiyab en las mujeres, por ejemplo– que hace veinte años nadie utilizaba ya. No es sólo una anécdota sobre la vestimenta: es la manifestación de una voluntad de hacer patente la propia identidad frente a un entorno que ya se considera hostil. ¿Causas de esa radicalización? Varias y todas bien conocidas. Primero, el mecenazgo saudita –wahabista– de innumerables mezquitas en Europa, que ha difundido por  una interpretación fundamentalista del islam. Junto a eso, la explosión de la inmigración musulmana en los últimos quince años, que ha configurado en nuestras comunidades una realidad social específica, con identidad propia, que ya no se reconoce en el marco de convivencia europeo. Y además las convulsiones que el propio islam vive a partir del enésimo “revival” del yihadismo (desde los Hermanos Musulmanes hasta Al Qaeda y, hoy, Estado Islámico), convulsiones que llegan a Europa provocando una radicalización victimista de las comunidades islámicas.

Esta radicalización no tiene por qué generar automáticamente la aparición de terroristas, pero sí crea un caldo de cultivo adecuado para que surjan predisposiciones violentas y, sobre todo, para que el resto de la comunidad musulmana soporte, comprenda o incluso justifique el terrorismo. Si a todo eso le añadimos la desquiciada política norteamericana respecto de Oriente Próximo y una crisis económica que ha frustrado muchas expectativas, tendremos una combinación propiamente explosiva. Hoy en Europa ocurren cosas tan asombrosas como, por ejemplo en Francia, que musulmanes largo tiempo radicados en el país opten por alternativas electorales antiinmigración, porque los veteranos, generalmente bien integrados en el país de acogida, no desean ser confundidos con los recién llegados. De hecho, unos y otros viven en mundos mentales completamente distintos. Lo alarmante es que los hijos de los veteranos –los inmigrantes de segunda o tercera generación– se dejan seducir por los nuevos, a los que consideran más “puros” en su identidad. Eran europeos, pero se hicieron yihadistas.

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La mayor parte de los discursos oficiales en Europa sigue insistiendo en la integración y en la multiculturalidad. Pero son discursos que las propias comunidades musulmanas ya no aceptan, quizá porque, frente a su identidad tradicional, las sociedad posmodernas no ofrecen más que una “no identidad” vacía, sin otra referencia que el ordenamiento legal y unos “valores universales” que con frecuencia sólo son papel mojado. Sea como fuere, lo cierto es que las guerras internas del islam, que son inherentes a su propia estructura como religión política, se han instalado ya en suelo europeo. Y esto es la primera vez que ocurre.

*Autor de Historia de la Yihad.