Cinco años después de haberse sumergido en las turbias aguas del negocio de la fe que explotan como nadie las iglesias evangélicas en la Argentina, Alejandro Seselovsky (Rosario, 1971) entrega su segundo libro. ¿Qué pasó en el medio? Muchas cosas, pero sobre todo una: Seselovsky fue puliendo su estilo y profundizando su interés por ciertos fenómenos sociales, y como resultado escribió algunas de las mejores crónicas que se hayan publicado en nuestro país y alrededores (hace un buen tiempo pasó treinta días trabajando en un call center, como manera de denunciar los abusos de una industria siempre al borde de la ley; y en pocos días podrá leerse, en la nueva revista Orsai, su último trabajo: el viaje que hizo a España con toda la intención de que lo detuvieran en migraciones, lo mantuvieran en el aeropuerto de Barajas cuarenta y ocho horas y lo mandaran de regreso, todo para contar los abusos que sufren las personas que, por una razón u otra, no logran entrar a España). Entonces, decíamos, un nuevo libro (Trash. Retratos de la argentina mediática), y con él la certeza de que Seselovsky integra, junto a Leila Guerriero, Cristian Alarcón, Josefina Licitra, esa suerte de dream team de la crónica argentina. Pero también, a la luz de esta nueva serie de retratos, la posibilidad de que Seselovsky se haya convertido en el mejor prosista de su generación.
Hay en estos textos (perfiles y entrevistas con Adrián “el Facha” Martel, Nazarena Vélez, Ricardo Fort, Johnny Allon, Wanda Nara y otros exponentes de la fauna televisiva y mediática nacional), por supuesto, ecos de una tradición: la que va de los Retratos de Truman Capote a las crónicas de Martín Caparrós, pasando por el periodismo gonzo de Emilio Fernández Cicco y la devastadora inteligencia del Juan José Becerra ensayista. De hecho, no son pocos los puntos de contacto entre Trash y Grasa, el libro de Becerra de 2007 que llevaba por subtítulo Retratos de la vulgaridad argentina. Pero también hay diferencias: si Becerra es un narrador elegante y cínico que se detiene a reflexionar sobre personajes como Marcelo Tinelli, Jorge Bucay o Alan Faena para reducirlos a las cenizas de su frivolidad (en una especie de acto justiciero aplicado por inteligencia propia), Seselovsky, que se ha formado en revistas populares y del espectáculo, convive con sus entrevistados y los respeta en su desesperado camino por conseguir la fama más efímera. Donde en Becerra hay distancia, en Seselovsky hay contigüidad: no busca mirar desde afuera ni ser un outsider, tampoco explotar a sus personajes para abandonarlos más tarde (ese proceder típico del peor periodismo miserabilista). Y no por eso es menos impiadoso cuando hay que serlo: donde hay un asomo de virtud, el cronista lo pule hasta que esa superficie brilla; pero cuando hay sólo cáscara (Luciana Salazar, Sandy González, Martel) el retrato que hace de ellos logra exponer el puro envoltorio con todas sus imperfecciones, de una manera brutal.
Ironía, honestidad, inteligencia, sentido del humor: todas virtudes que conviven en un libro que, como los mejores, se vuelve adictivo (el excelente texto sobre Ricardo Fort demuestra que quienes lo desprecian no se tomaron el tiempo ni el trabajo de pensar qué miserias, qué tristeza, cuánta desesperación se agazapa detrás del personaje público) y que demuestra que cuando se piensa bien y se escribe mejor, nada puede fallar.