La aprobación de presupuestos estatales suele ser un tema crucial en todos lados (no en vano la ley que los consagra –además de la Constitución– es nombrada como “ley de leyes”). Ahora mismo, en la Unión Europea, la discusión sobre Irlanda y Portugal se recalienta. En la cola de los penitentes siguen Holanda, Italia y Francia.
Se entiende: esterilizar las consecuencias sobre el desempleo y el crecimiento de las medidas de austeridad no es coser y cantar. En Irlanda el paro asciende a 13,6% (agosto) contra el 14,7% del año pasado, por encima del 12% que exhibe la Eurozona como promedio. Según Lisboa, en 2013 la economía portuguesa se contraerá un 1,8%. La troika (Comisión Europea –órgano ejecutivo de la Unión Europea–, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) vigila con pupilas de usurero.
En los Estados Unidos, lo que está en crisis es que los republicanos (que controlan la Cámara de Representantes) y los demócratas (controlan el Senado) no se han puesto de acuerdo respecto del monto de los gastos discrecionales del presupuesto para el año 2014, y quien vigila con ojos, si no avariciosos, seguramente lunáticos, es el Tea Party. Movimiento de derecha, fiscalmente conservador y “originalista” –propenso a regresar a los orígenes filosóficos-constitucionales de los Estados Unidos según resultan de su propia imaginación–, ha venido obstaculizando toda salida al shutdown (cierre) que sufre la administración Obama. Se denomina así al proceso en el que se ve inmerso el Poder Ejecutivo cuando debe recurrir al Congreso para que “tape la brecha” sancionando normas para fondear operaciones del Gobierno.
A este respecto, Obama ha dicho que la economía global está en riesgo. Por añadidura, el 17 de octubre el país bajo su presidencia alcanzó el límite autorizado para la emisión de deuda, que si no se amplía produciría que el gobierno caiga en default respecto de sus obligaciones, lo que hubiese disparado una abrupta subida en las tasas de interés y un nuevo descenso (downgrade) en la escala de las calificadoras de riesgo.
Además, el presidente norteamericano hizo público lo que denominó “demandas irresponsables de los republicanos que buscan por una cruzada ideológica negar el acceso al seguro de salud a millones de estadounidenses”. Se trata de la vieja tirria contra la reforma de salud conocida como “Obamacare”, norma federal que procura reducir el costo de los seguros médicos y ampliar la cobertura a los que no la tienen. Un estudio publicado en el sitio web Macroeconomic Advisers calcula el costo de un cierre temporal del gobierno en 0,3% del PIB. Pero todo depende del plazo y la extensión, es decir de qué tan “cierre” y de qué tan “temporal” sea.
Al Tea Party las admoniciones de Obama lo tienen sin cuidado. Desde su belicoso púlpito, ha acusado a autoridades legislativas republicanas en la Cámara de Diputados de “conseguir votos a favor del ‘Obamacare’ con azotes” –un juego de palabras–, comprometiendo incluso la estrategia republicana global para las próximas elecciones de medio término, ya que a nadie le conviene un gobierno convertido en estatua de sal como Edith, la mujer de Lot. Pero para dicho movimiento, cuanto peor mejor, lo que prueba una vez más la identidad de los extremos.
Glenn Beck –un ex alcohólico y mormón converso– tuvo hasta no hace mucho un show en Fox News del que eran devotos más de dos millones de televidentes. Según el profesor de historia Sean Wilentz, Beck llegó a transformarse de un comunicador a un verdadero educador y, desde ese lugar, una figura unificadora y un guía intelectual para el movimiento. El maestro Beck considera el sexenio que Obama lleva en el cargo una era totalitaria, y opina pertinazmente que la decadencia norteamericana se remonta a comienzos del siglo XX –durante la presidencia de Woodrow Wilson–, cuando tanto el sistema de la Reserva Federal cuanto el impuesto federal gradual sobre la renta vieron la luz.
Además de su propia inspiración, las ideas de Beck están ancladas en las de W. Cleon Skousen, a quien el propio J. Edgar Hoover y el FBI consideraban un poco demasiado corrido hacia la derecha, y en las de Robert Welch (creador de la Sociedad Birch), que heredó a los seguidores del senador Joseph McCarthy tras su caída (y se da por descontado que también el sustantivo “macartismo”).
Skousen, en un texto titulado “El ataque comunista a los mormones”, defendió la política de dicha creencia consistente en negar el sacerdocio a los negros. Welch, por su parte, en un trabajo denominado “El político”, describió a Dwight Eisenhower como un dedicado agente de la conspiración comunista que durante toda su vida había servido al complot. En la serie La Escucha (The Wire), el soplón “Bubbles” (Andre Royo) –señalando al policía McNulty (Dominic West) el desolado lugar de Baltimore donde vive–, dice: “Hay una delgada línea entre el cielo y esto”. Si hubiese estado escuchando a Beck, Skousen & Welch conservando el humor, no habría dicho otra cosa.
Lo que agrava el panorama es una breve recorrida por los sitios web que frecuentan los republicanos –que son bastantes– y los hastiados –que son cada día más–. Allí se advierte que los años no morigeran ni sofistican la porción con escamas que conserva el cerebro humano. Las opiniones vinculadas con la política y el Tea Party pueden ser ordenadas en cuatro categorías: a) reflexiones sobre liderazgo y credibilidad popular; b) sobre los partidos políticos; c) sobre los republicanos; d) sobre el Tea Party.
En lo que respecta a las primeras, shockea por lo inapelable la que dice que “nosotros no pertenecemos a Washington no creemos en nuestros líderes”. Dentro del segundo grupo, un clásico es “a mayor caos mejoran nuestras posibilidades de hacer borrón y cuenta nueva con ambos partidos corruptos y degenerados” (pensamos que “ambos” se refiere a demócratas y republicanos). El tercero vinculado con el GOP (acrónimo del Partido Republicano, “Grand Old Party”) consigna “más de los mismos republicanos es precisamente más de lo mismo de lo que tenemos. Basta es basta”. Y en el cuarto cabe situar a “tengan en cuenta que el Tea Party está fondeado por pequeñas donaciones de gente promedio”. O más explícito: “El liderazgo, según los demócratas y los republicanos lo han demostrado, no es el deseo de hacer lo correcto sino sólo lo que les es conveniente. No tienen interés en nada que pudiera ir en contra de su propio instinto de conservación. Las únicas personas que están haciendo lo correcto son la gente del Tea Party”.
Algo viscoso situado en la parte más primitiva del cerebro de los norteamericanos parpadea. Ya lo dijo el propio Obama: “Lo cierto es que hay un lado reptiliano en nuestro cerebro que, si alguno de nosotros suena diferente, se vuelve cauteloso”. Y Obama, definitivamente, suena diferente a los oídos del Tea Party. Tanto como los Oráculos de Isaías suenan distinto de Las Cuatro Modernizaciones de Zhou Enlai. Zhou supo decir: “Los comunistas somos ateos, pero respetamos a quienes profesan creencias religiosas. A cambio, esperamos que quienes tienen estas creencias respeten a quienes no las tienen”. No pareciera ser el camino del Tea Party.
La obstinada arrogancia y la dificultad persistente en el análisis de la realidad que ostentan los sectores más conservadores del Congreso de los Estados Unidos han quedado bien visibles en la semana que culmina, en la que lo inverosímil ascendió a la categoría de lo posible. Si, para medir la cotización de la derecha o la izquierda en el mundo, se usara un ábaco de los que eran habituales en los café-billares de Buenos Aires para contar las carambolas, habría que estar moviendo más frecuentemente las bolillas hacia la derecha que hacia la zurda.
Después del regreso de la derecha en Gran Bretaña (2010) y en España (fines de 2011), se han verificado, sucesivamente, un crecimiento del partido de ultraderecha en Grecia, la vuelta de los conservadores en Noruega, y un nuevo respaldo de los alemanes a Frau Merkel.
Los resultados obtenidos por el partido de Le Pen en Francia en una reciente elección municipal son otro botón de muestra, cuyo análisis desborda este espacio.