Tengo en mis manos el libro de un hombre muerto.
Es lo mismo que se podría decir de muchos libros. De hecho, las palabras escritas son una de las pocas verificaciones de nuestras aspiraciones a la eternidad.
Pero este libro al que me refiero es diferente y el destino de su autor no es el de tantos otros hombres muertos. A este autor lo mataron.
El relato profético de Mujámmad ordena plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Mientras que el primer trabajo es relativamente sencillo y está al alcance de cualquiera, y en tanto el segundo trabajo es más o menos razonable y las personas que tienen hijos no suelen ser individuos excepcionales, la tercera tarea es poco menos que titánica. Algunas personas no plantan el árbol porque de entrada sospechan que jamás escribirán su libro. Sin embargo, Abu al Baraa, que así se llamaba el autor, parece haber empezado por la parte complicada. Su libro se llama Siria bajo fuego; tuvo dos hijas y dudo mucho de que haya tenido tiempo de plantar árboles. Era un joven de 24 años y fue abatido hace una semana por francotiradores rusos en una emboscada en los suburbios de Aleppo, cuando miles de milicianos autoorganizados intentaban cortar el cerco de las tropas de Al-Assad y sus acólitos para llegar a Damasco. Abu al-Baraa encabezó la lucha, junto a centenares de sirios, por la libertad de los presos políticos del mundo: los de la resistencia palestina, los presos vascos, los obreros petroleros condenados a perpetua en Las Heras en el tranquilo sur de la Argentina, los anarquistas presos en Grecia. Es sencillo decir que la lucha es la misma en todas partes pero no es del todo verdadero: los autores que no están bajo fuego pueden optar por escribir libros, publicarlos, discutir, disentir, reflexionar, plantar árboles, tener hijos, criarlos, adorarlos. Pero si te toca estar en Siria, ¿cuántas opciones reales te quedan?
La distorsión de las noticias es el mayor frente de batalla. No sabemos nada, se encargan demasiado bien de hacernos no saber nada; la muerte de este hombre será oficialmente ignorada. Pero basta observar de qué lado caen los muertos, en qué trinchera y junto a quiénes. Basta verificar que las bombas caen sobre las fábricas, como aquella en Urem al-Kubra, expropiada por 700 sirios y bombardeada por Al-Assad y Putin con la excusa de una guerra que es una operación masacre.
Ojalá el asesinato de Abu al-Baraa sirva para correr el velo de mentiras que han echado sobre la Siria ensangrentada.