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TASAS CHINAS

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Braga Menéndez, publicista oficial, dice en una entrevista reciente que, para ampliar su base electoral, el Gobierno tiene que “contar lo que se hizo en forma divertida”. Da un ejemplo: “En un comercial que hicimos, un tipo va en el auto y escucha el GPS que le dice: “Che, flaco, a la derecha tenés una parrillita que es bomba bomba (sic). ¿Sabés que ahora en Tierra del Fuego están fabricando GPS totalmente argentinos?”. Ignoro si, de tanto repetir el guión, el publicista suscribe a la idea de que el ensamblado fueguino de componentes importados –que nos costó miles de millones de pesos en subsidios con impacto minúsculo en la demanda laboral o el balance de divisas– es una versión del desarrollo industrial o una faceta de la política laboral inclusiva. Pero probablemente muchos votantes lo crean.
Hace una semana un amigo, historiador cristinista que se resiste al desaliento, escribía: “Lindo tu libro con Marcos Novaro, poco énfasis en el saldo de la década, según ustedes plagada de errores, que te deja un Estado de bienestar criollo restaurado, una base tributaria sólida, pleno empleo, desendeudamiento pleno, avances notables en la distribución del ingreso. En sentido estricto y objetivo, en términos de inclusión, una década plenamente ganada”. Y advertía: “Los voy a citar cuando me toque argumentar”.
Más allá del tic retórico (el “criollo” remite al especialismo argentino: Tierra del Fuego es desarrollo criollo; el pago con reservas, o la postergación del pago, o el pago con cheques diferidos es desendeudamiento criollo), me llamó la atención la confusión entre Estado de bienestar y red de protección social, algo que no debería serle indiferente a un historiador. El Estado de bienestar en su versión moderna surge en gran medida de las penurias de la Segunda Guerra. El Welfare State, que el gobierno británico opone en 1945 al Warfare State, sigue de cerca el Informe Beveridge de 1942 que urgía al Estado a proveer los “cinco grandes”: ingreso (incluyendo una asignación universal por hijo), empleo, salud, educación y vivienda. Así, el Estado de bienestar de posguerra, hijo de la guerra, incluye la provisión de bienes y servicios públicos tanto o más que la de transferencias. Y en aquel frente la década ganada reprobó con honores: ¿o hace falta pasar revista al estado del transporte, la educación y la salud públicas o la vivienda social? En cuanto a la protección social propiamente dicha, como en toda América del Sur, mejoró en los años buenos a expensas de los servicios públicos –es decir, del resto Estado de bienestar– y hoy hace agua, por  ejemplo, a través del ajuste real de las jubilaciones o del desconocimiento de fallos previsionales. En suma: se repartió lo que había, se recoge el sobre ahora que no hay y, en el ínterin, el Estado de bienestar se herrumbró y derrumbó y juntó deudas de inversión que nadie se atreve a dimensionar. ¿Es esto lo que mi amigo pretende argumentar?
Quizás el test más claro de los efectos persistentes de la publicidad oficial surja del anuncio del 3% de crecimiento en 2013. La noticia, claro, no es el 3% de 2013 (las estimaciones privadas pronostican un crecimiento de entre 2,5% y 3% desde hace un año) sino lo que esto insinúa sobre 2012, 2011, 2010, 2009… Es obvio ahora que, desde que en 2007 dejamos de calcular el crecimiento para pasar directo al comunicado de prensa, crecimos mucho menos de lo que creíamos que crecíamos –digamos, para ser generosos, un 16% menos–. ¿Cuánto tardará el votante de las tasas chinas en asumir este nuevo desmilagro argentino?
Más de una vez expresé en esta página mi preferencia por dejar de saldar cuentas con la década pasada para poner la libido en la década futura, esa que amenaza con darnos una nueva oportunidad de encontrarle la vuelta al desarrollo. Pero esta preferencia en apariencia antirrevisionista no implica la blandura de aceptar lo bueno y cambiar lo malo y enterrar la década a cajón cerrado. Como decíamos en el libro, hay que revisar los consensos que nos llevaron hace dos años a reelegir con el 54% un modelo que ya había mostrado todas sus cartas. Para no repetir los fracasos con otros ismos y otros actores. Y zafar de refritar estas mismas columnas dentro de cinco años.

*Economista y escritor.