¿Qué se puede decir horas antes del Argentina-Bélgica por los cuartos de final? ¿Qué escribir, si es muy probable que estés leyendo esto cuando la Argentina ya jugó? ¿Ganó? ¿Perdió? Decime que clasificamos a semis, por favor. Decime que está todo bien, que esta ansiedad que tengo ahora, inversamente proporcional al largo de mis uñas, valió la pena. Decime que estamos festejando, que me estás leyendo mientras vas a festejar al Obelisco.
Ya dije que ver el Mundial implica ver todos los partidos, no sólo los de la Selección. Hago de eso mi bandera, mi ideología, mi credo, mi fe. Jamás comulgué con una hostia, pero en estos días vengo comulgando a diario con el control remoto, que va de la Televisión Pública a TyC Sports. Porque hay Mundial y no me importa si me tengo que bancar las publicidades del gobierno nacional o de la Municipalidad de Almirante Brown. Hay Mundial y no hay Cristina ni Giustozzi. Hay Mundial y no hay grieta ni Griesa.
Si el Mundial en sí genera sentimientos religiosos, lo que provoca la Selección argentina es directamente fundamentalismo extremo. Estoy al borde de la fatwa, de la yihad futbolística. ¿A qué aferrarme? Ni siquiera la hermandad latinoamericana sirve aquí. Pero lo voy a intentar. Después de todo, me estoy mordiendo las uñas con la misma bronca con la que Luis Suárez muerde rivales.
La hermandad latinoamericana me da consuelo. Sobre todo si esa hermandad es con el Uruguay. Allí puedo encontrar respuestas. Como las que dio el presidente uruguayo, José “Pepe” Mujica. Aclaro: hay a veces una sobreactuación en la admiración a todo lo uruguayo. Una corrección política recalcitrante que construye un imaginario de sociedad, gobernabilidad, civismo y honestidad en todo lo que tiene que ver con el paisito que termina funcionando como la idealización del mejor alumno de una clase.
Me irrita la corrección política, el deber ser. Y la idealización de lo uruguayo es absolutamente arbitraria, como toda idealización. Pero hay que reconocer que se basa en argumentos reales. Muchos. Cada vez que me brota el escepticismo, siempre aparece alguien para taparme la boca. Ese alguien suele ser el presidente uruguayo. Y esta vez, el Pepe lo hizo de nuevo.
El “estos viejos de la FIFA son unos hijos de puta” fue brillante. Notablemente mejor que el “es una medida fascista”, que ya era muy bueno. Pero lo colosal, lo descomunal, lo que lo distingue de cualquier otro mandatario de cualquier país del mundo es lo que vino después, cuando el tipo de la cámara le pregunta si puede poner eso. “Poné lo que quieras”, le respondió el Pepe, de vuelta de todo. Genio.
Hoy juegan Argentina-Bélgica. O ya jugaron, no lo sé. Ya ni sé lo que estoy diciendo. Pero lo digo. Porque se me canta. Dejen que diga. Dejen que escriba. Dejen que divague. A mí o a cualquiera. Dejen hablar al Pepe.
*Periodista y escritor.