COLUMNISTAS
Defensor de los Lectores

Esta vez, aplausos y no palos

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Los lectores merecen saber que existen grandes dificultades para que los periodistas especializados en temas científicos –en particular vinculados a la medicina y la tecnología, dos áreas de sensible competencia entre actores económicamente muy poderosos– aborden con la mayor exactitud, ecuanimidad y seriedad las notas de su área. Esta introducción viene a cuento tras la lectura atenta, ayer, de lo publicado por PERFIL en su sección Sociedad con la firma de la editora de Ciencia, Florencia Ballarino. El tema es delicado y saltó en los últimos días de manera viral a las redes sociales y los medios de comunicación masiva: enfermo de esclerosis lateral amiotrófica (ELA, el mal que afecta, también, al científico Stephen Hawking), el escritor argentino Ricardo Piglia libró una batalla contra la empresa de medicina prepaga Medicus, a la que reclamaba que financiara un tratamiento aún experimental.
El tema creció en términos de polémica periodística y social. Sin contar con argumentos científicos sólidos pero con entusiasmo y gratitud hacia el autor de Respiración artificial, muchos actores de la cultura y usuarios de las redes sociales se unieron en una fuerte campaña para respaldar la posición del escritor, demandando que el costo del tratamiento (no inferior a 100 mil dólares) fuese asumido por la compañía prepaga, a la que un juez ya había conminado a hacerse cargo.

Cuando se produce un hecho de esta naturaleza, el o la periodista tiene un protocolo a cumplir: establecer con precisión la validez de una u otra posición; certificar la veracidad de lo que se dice desde el corazón de la investigación científica en debate; averiguar cuál es el punto al que ha llegado esa investigación; si tiene o no la aprobación de los organismos científicos –estatales o privados– que regulan la aplicación de sus resultados; y aproximarse a la verdad en relación con la disputa entre dos posiciones (en este caso, la familia y allegados a Piglia, a los que se suman miles de adherentes de la sociedad, y la prepaga).
Ballarino fue transitando, con precisión casi quirúrgica, cada uno de estos puntos. El resultado fue el impecable informe que ocupó ayer la página 46 de este diario, con el título “Polémica por la droga experimental que reclama Piglia” y una bajada aclaratoria: “Tras los pedidos de cobertura a la prepaga del escritor, especialistas en ELA alertan que no hay aval científico para el fármaco”. La argumentación que se desarrolla en el artículo deja claro que ni la FDA (el organismo estadounidense que autoriza o no la aplicación de tratamientos o la aprobación de medicamentos) ni su par argentino, la Anmat, han aprobado el fármaco, aún en etapa experimental con muy limitados casos en desarrollo. Pudo quedarse allí la autora, pero fue más allá y aclaró otro punto importante: la familia pidió que se autorizara la importación del fármaco alegando un recurso conocido como “uso compasivo”.

Por cierto, los lectores deben estar agradecidos ante tal sujeción a las normas periodísticas y éticas, tantas veces vulneradas por los medios cuando se trata de notas, artículos o columnas de opinión en las que están involucrados grandes laboratorios medicinales. La historia del periodismo registra hechos de extrema gravedad que fueron ocultados o manipulados por las presiones (o actos de corrupción) de laboratorios con abultada billetera y periodistas con escasez de escrúpulos.

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Algunos ejemplos:

◆ A comienzos de los 80, los medios aceptaron como ciertas las afirmaciónes del laboratorio Burroughs Wellcome, que afirmaba que su droga Retrovir era efectiva en la lucha contra el VIH/sida. Se comprobó, más tarde, que en verdad no era tan así, aunque el laboratorio se apresuró luego a patentar nuevos tratamientos investigados por institutos nacionales de salud de los Estados Unidos y el Pasteur de París. La empresa cobraba 10 mil dólares a cada paciente. Fue un escándalo internacional.
◆ La poderosa Novartis perdió la batalla por conseguir una patente sobre un remedio contra el cáncer en la India, debido a que pretendía modificar un medicamento genérico ya existente, aduciendo que era 30% más efectivo contra la leucemia sin demostración alguna. El producto de Novartis costaba 2.600 dólares y el genérico, 200. Casi todo el periodismo saludó el “descubrimiento” del laboratorio con aplausos y sin críticas.
◆ Pfizer incurrió en “delito y fraude” por experimentar ilegalmente drogas antibióticas con 200 niños africanos, un proceso que resolvió pagando indemnizaciones a las víctimas y familiares sin pena de cárcel para ninguno de los directivos de la empresa. Once niños murieron, otros quedaron ciegos o sordos, otros sufrieron parálisis y otros, más daño cerebral. El periodismo lábil calificó la investigación como un gran acto humanitario y no se rectificó –salvo excepciones– cuando la investigación demostró lo contrario.