En el marco internacional hay al menos tres grandes debates o tendencias que son claras y relevantes para la Argentina. Una es la discusión sobre desaceleración o recesión de las economías desarrolladas (especialmente EE.UU.). La segunda es la redistribución del crecimiento hacia los países en desarrollo de Asia y América Latina. Y la tercera, en gran parte como consecuencia de las primeras dos, es la re-asignación de flujo de capitales hacia los países conocidos como emergentes.
La recuperación económica pos-crisis financiera global se ha desacelerado fuertemente, empezando por los EE.UU. y China, y lo mismo comienza a verse en Europa.
Los mercados de acciones y las tasas de interés expresan una visión del mundo en el que la política monetaria del G7 no cambia por al menos 18 meses (se mantiene laxa). Es decir, las tasas de interés en el G7 (y sus curvas) nos dicen que esos mercados esperan crecimiento mediocre o nulo, sin la amenaza de inflación.
Los mercados de acciones parecen esperar que las ganancias de la empresas del mundo desarrollado, no sólo no crezcan desde los aún bajos niveles pos-crisis, sino que bajen algo (ratios P-E debajo de 11, con supuestos de ganancias muy moderados).
Los mercados internacionales parecen haber incorporado una prima de riesgo que corresponde con un escenario de recesión sin inflación, que choca con los datos y la realidad de lo que ocurre en los mejores países en desarrollo (China, India, Indonesia, Turquía, Brasil, Colombia, Perú, Chile, etcétera).
El crecimiento del mundo en desarrollo se recuperó antes y se mantiene mejor que el del mundo desarrollado. Estamos viviendo una redistribución del crecimiento novedosa en términos históricos. Novedosa no significa insustentable. El escenario más probable para los próximos dos años es uno con buen crecimiento en el mundo en desarrollo y mediocre en el mundo desarrollado. Desde nuestro punto de vista, la economía de EE.UU. sólo está sufriendo una pausa (no inusual en esta etapa del ciclo), en lugar del comienzo de otra recesión.
En este escenario base, la re-asignación de capitales hacia las regiones y países que crecen se convierte en una tendencia secular y se intensifica. Un ejemplo es lo que ocurre con los fondos de inversión que invierten en bonos denominados en moneda local de países emergentes. Hace ya muchos meses que esos fondos son los beneficiarios de constantes y crecientes flujos de entrada.
El índice con el cual se evalúa a esos fondos engloba instrumentos con un valor de mercado total de más de un trillón (un millón de millones) de dólares. La participación de extranjeros en esos mercados ha subido a cerca del 10% (en promedio), pero los flujos constantes garantizan que ese porcentaje crezca aún más. Esto significa que los capitales del mundo desarrollado están siendo diversificados hacia el mundo en desarrollo de forma que siguen al crecimiento económico y la sanidad fiscal.
A estos tres debates o temas le sigue la, ya hoy trillada, historia del fuerte crecimiento de China e India, con sus consecuencias sobre las commodities. Este escenario base (que excluye una crisis en G7, dado que contempla crecimiento mediocre pero en proceso de mejorar) es un escenario ideal para nuestra región. Es un escenario para el cual algunos países como Brasil, Colombia y Perú se han venido preparando (apertura, integración, mejoras sociales, seguridad jurídica, mercados de capitales locales, etc.) y hoy obtienen los resultados buscados.
Mientras tanto, la Argentina sigue detenida en la revisión constante de su pasado. Enfrascada en un “ombliguismo” regresivo, es como si sólo le importara compararse con cómo estaba o lo que pasaba hace setenta, cuarenta, veinte o diez años atrás. Del futuro casi no se habla y se hace, poco y nada, para aprovechar de verdad un contexto muy favorable. Tal vez sea porque la clase dirigente se convenció de que es verdad eso que la “Argentina está condenada al éxito” y, por lo tanto, no tiene temor a darse ese lujo u otros (como el del 82% móvil).
Es cierto, el escenario internacional es favorable al crecimiento de la Argentina aún cuando desde la política se haga poco para aprovecharlo. Los términos del intercambio comercial (la relación entre los precios de exportación e importación) están en el nivel más alto de los últimos cuarenta años. Y hoy, la cadena de valor agroindustrial (a pesar de los maltratos a la que está sometida) y algunos nichos del sector manufacturero están más que nunca en condiciones de aprovecharlos. Como mencionamos en los párrafos anteriores, nuestros vecinos, clientes y socios comerciales se benefician de condiciones internacionales favorables para su crecimiento. Y aún cuando la Argentina permanezca al margen de los grandes flujos de inversión directa extranjera, recibe los beneficios (indirectos) del capital que se radica en esos países.
Pero tal escenario no alcanzará para seguir creciendo a las tasas récord del primer semestre de 2010 (10% anual). Tampoco será suficiente para crecer al promedio de los mejores años de esta década (8% anual). Primero porque no estará presente el efecto soja (la cosecha aumentó más 70% respecto a la de la campaña previa, signada por la sequía), aún cuando haya buen clima. Segundo porque Brasil, si bien continuará creciendo, lo hará a tasas más moderadas. Por último porque las políticas fiscales, monetarias y salariales expansivas encontrarán el límite que les pondrá una tasa de inflación en aumento y una incertidumbre electoral que promete ser elevada.
Si lo mejor, de aquí hasta el 2012, en materia de crecimiento quedó atrás, cabe preguntarse hasta qué punto estará dispuesto el Gobierno a comprometer la estabilidad nominal tirando de la cuerda del intervencionismo y la expansión fiscal y monetaria para intentar (sin éxito) crecer un poco más. Argentina no debería darse el lujo de comprometer aún más la estabilidad nominal. Si bien ésta no es una condición suficiente para aprovechar las oportunidades que ofrece el mundo y crecer en forma sustentable, el deporte nacional del revisionismo histórico debería ser más que suficiente para explicar porque sí resulta inequívocamente necesaria.