Un concepto teórico que une a la ciencia política y a las Relaciones Internacionales como disciplinas autónomas hermanadas es el de Estado.
En la ciencia política el Estado cobra especial interés en tanto se lo teoriza en relación con el concepto de democracia que ha sido la médula de la teoría política desde la antigüedad, como afirmó Walter Bryce Gallie en Essencially Contested Concepts.
Los modelos de democracia teorizados por David Held desde la antigüedad, pasan a concentrarse en los estudios de la segunda y tercera ola en definir nítidamente su concepto. Muchas de estas discusiones se preocuparon en la “definición mínima de democracia” –como en Dahl y Schumpeter, entre otros– para medir el grado de democratización de los países, sobre todo de aquellos que lo habían logrado de manera tardía –entre ellos–, los de América Latina.
Estas definiciones trajeron el problema de forzar el ingreso al concepto de realidades empíricas específicas. De ahí, los distintos intentos por crear lo que podríamos llamar “conceptos concomitantes” de democracia. En este sentido, ejes propios de la disciplina como sistema político, sistemas de partidos, diseños federales o unitarios, por ejemplo, otorgan caracterizaciones a esas democracias procedimentales –como ha teorizado Sartori en Concept Misformation in Comparative Politics.
Otro intento en el problema de la conceptualización fue el de crear “subtipos disminuidos de democracia” como plantearon Collier, Mahon y Levitsky y surgieron categorizaciones como “democracias tuteladas” o “democracias de sufragio limitado”.
Pero lo más importante en los estudios de otras propuestas, son las estrategias de modificar el concepto e invertir la adjetivación en, por ejemplo, el “Estado democrático” o el “gobierno democrático”. Aquí, no solamente el concepto de Estado se relaciona directamente con el de Democracia, sino que analiza sus compontes socio-económicos internos que le dan su constitución y legitimidad real.
Y es Guillermo O’Donnell, quien introduce desde el corazón de la ciencia política elementos no exclusivamente formales para definir el Estado democrático. Su preocupación está centrada en cómo garantizar la protección de las condiciones sociales y económicas de la ciudadanía.
Pero más allá de estos intentos, no se logra cumplir con las promesas de fondo esperadas por el ideal democrático: que el poder resida en el pueblo alejado de toda democracia restringida o elitista y que se garanticen sus derechos fundamentales materiales, como analiza Callinicos en The Revenge of History.
A su vez la dimensión de la interconexión internacional entre las democracias no tiene un desarrollo robusto para comprenderla y deja vacíos explicativos profundos.
A su vez, en las Relaciones Internacionales, la centralidad del Estado como unidad autónoma en la versión realista y neorrealista (Morgenthau y Waltz) como en la interdependencia compleja (Keohane y Nye) se diluye la relación estructural y sistémica entre el Estado y sus componentes socio-económicos internos con el sistema internacional.
Un acercamiento a esta interconectividad entre lo nacional y lo internacional tuvo un comienzo con los planteamientos de los “sistemas mundiales” de Wallerstein y se profundizaron agudamente en la Economía Política Internacional de Cox.
Ambas limitaciones, tanto en la teoría política como en la teoría internacional, no logran complejizar y comprender la única realidad que existe en la dimensión política del Estado-nación y el sistema internacional: el Estado Democrático Globalizado.
En tanto, ni el Estado soberano ni el sistema internacional de unidades independientes o interdependientes se comprenden en su totalidad si no se problematizan como una unidad integrada de manera estructural.
*Politólogo y Doctor en Ciencias Sociales. Profesor e Investigador de la UBA.