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Estado pedagógico, Estado árbitro

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Los resultados de las PASO confirman un cambio que, anticipado por algunos analistas, es decisivo para la cultura política argentina. Frente al actual gobierno, los tres principales presidenciables, Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa, exhiben entre sí diferencias conceptuales que son secundarias. Hay mayor distancia entre el discurso kirchnerista (sobre todo el de los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner) y el de Scioli que entre el de Scioli y sus dos rivales para acceder a la presidencia.
El contundente respaldo electoral que acumularon en conjunto Scioli, Macri y Massa puede interpretarse como indicador del desplazamiento de un ciclo caracterizado por la sobrepolitización y por una conducción estatal que se invistió de un rol pedagógico, hacia un ciclo que será menos politizado y por gobernantes más cómodos en el papel de árbitros del litigio social. Las elecciones 2015 otorgan un mandato elástico, relajado y no programático a la política profesional. Como ironizan Martín Rodríguez y Tomas Borovinsky en la revista digital Panamá (http://panamarevista.com), “el 90% de los argentinos votó por candidatos que le gustan a la gente que no le gusta la política”. El apoyo electoral a los presidenciables expresa un modelo cultural que prefiere la entretención a la pedagogía. No en balde los tres inauguraron el show de Marcelo Tinelli en mayo pasado. Es esencial comprender el fundamento cultural común a la tríada Scioli-Macri-Massa para aquellos a los que les interesa o deben tomar decisiones de política “pura y dura”.
La legitimidad electoral de los principales candidatos presidenciales condensa un horizonte de expectativas donde parece haber consenso en no tocar variables centrales de la estructuración económica pero, a la vez, disponer de un entorno menos confrontativo en el espacio público. Mientras que en política económica los presidenciables son ambiguos en sus definiciones (como analiza Marcelo Leiras en Le Monde Diplomatique (www.eldiplo.org/194-los-tabues-de-la-campana/el-silencio), la concepción oficial de cómo y para qué debe intervenir el Estado sufrirá ateraciones.
El esfuerzo kirchnerista por representar una bisagra histórica, un hito refundacional que antagonizara con modelos anteriores, fue una operación de carácter pedagógico. Con sus premios y amonestaciones, con sus (móviles) antinomias, el Estado kirchnerista es un dispositivo formativo. Hoy el favor electoral corona discursos ubicados en las antípodas de esa pedagogía. Los sucesores del kirchnerismo eluden toda pretensión inaugural. Con ello desestructuran el ADN de la política de los últimos años. La desestructuración es fronteriza con el "cualunquismo" y su constante referencia a “la gente” como colectivo amorfo cuya heterogeneidad exige prudencia, consenso y desaceleración.
El kirchnerismo desplegó recursos para exponer permanentes sospechas acerca de los intereses ocultos tras los discursos de otros actores políticos, sociales y económicos (todos los que hablan lo hacen en nombre de alguien, y es preciso explicitarlo). Esa labor, que exige dispositivos destinados a instruir, develar y denunciar intereses adversos, no interesa a los presidenciables 2015.
La pedagogía normativa y movilizadora que cuestiona toda instancia de enunciación que no le sea afín, propia del kirchnerismo, está huérfana de representación electoral. El lenguaje de los presidenciables enfatiza el valor de la previsibilidad y concibe al gobernante como árbitro imaginario que debe conservar orden y armonía. Lo novedoso del kirchnerismo desde la autoridad estatal fue poner en palabras los desequilibrios de ese orden, asumiéndose alborotador y descargando culpas. En cambio, los candidatos más votados tramitan los diferendos como hechos inherentes a toda administración que, para sortearlos, debe arbitrar respuestas técnicas (los equipos) antes que políticas. El arbitraje se supone neutro. Ese es el sustrato conceptual de la política que viene.

*Especialista en medios. En Twitter @aracalacana.

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