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temporada electoral

Estamos todos en peligro

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En campaña. “Mientras tanto, besarán chicos ajenos y abrazarán a jubilados”. | cedoc

El comienzo de la temporada de caza electoral trae lo mismo que se experimenta cada dos años. Se levanta la veda y cualquier trampa, cualquier artimaña, cualquier mentira, cualquier falsa promesa, cualquier traición, es válida para atrapar un voto, retener o incrementar cuotas de poder, ganar o ampliar espacios en los cuales hacer después negocios de todo orden, acomodar la propia impunidad, saldar deudas por favores recibidos o acomodar el futuro de amigos, familiares, socios y cómplices. Los cazadores llaman a esto “la política”. Y se mofan con desprecio de aquellos que no lo entienden así o que piensan que la política es otra cosa, algo que tiene que ver con el bien común, con el porvenir de la sociedad, con la alteridad, con el sostenimiento de ciertos valores a través de la conducta, con la honestidad moral y material. 

Mientras tanto, besarán chicos ajenos, sacrificados por sus padres para la foto con el candidato (vieja, patética e inmoral foto que se repite en cada campaña) y abrazarán a jubilados (para olvidarlos poco después, disimulando la aversión a la vejez que ese acto les produce). La puesta en escena habrá sido convenientemente preparada por sus jefes de campaña y asesores de imagen, quienes confiarán en la credulidad o el fanatismo de importantes porciones de la sociedad. Porque a esta altura ya se sabe que no son los programas o los currículos y prontuarios de los candidatos los que importan a la hora de votarlos, sino la imagen, la cáscara, el maquillaje, el ploteo. Para eso los someterán a largas horas de coaching. Una vez amaestrados repetirán frases aprendidas de memoria, incorporarán gestos ensayados una y otra vez ante espejos, entrenadores y cámaras. Tras este adiestramiento los más hábiles conseguirán hacer olvidar durante un tiempo su perfil verdadero y real, y los más torpes no podrán ocultarlo. El éxito de la práctica dependerá en buena medida de la corta memoria de una masa crítica de la sociedad, de sus especulaciones acerca de provechos personales, del grado de ceguera de su fanatismo o de la derrota definitiva del pensamiento crítico. 

Los cazadores se dispararán entre sí con carpetazos elaborados sin el menor escrúpulo con material extraído de las cloacas de los servicios de inteligencia, contratados o estatales según se trate de oficialistas u opositores, y, puestos a la tarea, desplegarán todas sus bajezas y miserias morales hasta raspar el fondo de la olla. Cada uno lo hará a su manera, con su estilo, pero casi ninguno quedará afuera. El que lo haga será apenas un candidato testimonial, la llama languideciente de una fogata empecinada en sostener una señal de luz en la noche oscura del apagón moral. Las reglas de este juego siniestro son seguidas al pie de la letra (o quizás en estos tiempos habría que decir al pie del protocolo) por todos sus participantes. Tanto los más avezados veteranos de la práctica como los recién llegados a ella, los llamados “outsiders”, los que prometen traer un aire nuevo y oxigenado a la política, los que se visten de aparente pureza y pretenden mostrarse vírgenes, pero no tardan en desnudar sus mañas, como ya se ve en estos días. A coro los unos y los otros mencionarán una y mil veces al “pueblo”, a la “patria”, a la “gente”, a “la sociedad”, palabras que se mezclarán en una misma masa con las promesas ya escuchadas una y mil veces y jamás cumplidas. 

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La temporada de caza se abre esta vez en un escenario en el cual las presas están agobiadas, famélicas de esperanzas, golpeadas y debilitadas emocional, económica y físicamente por una peste que los cazadores, de distintas maneras, no supieron gestionar. En algunos casos por inexperiencia, en la mayoría de las circunstancias por mala praxis, mala fe, transas políticas o económicas imperdonables e insensibilidad manifiesta. Más allá de declaraciones que incluyen invariablemente acusaciones cruzadas y jamás responsabilidades asumidas, no es la peste y sus secuelas lo que les preocupa, salvo en el caso de que su extensión o persistencia afecte al resultado de la cacería. Y todos somos presas potenciales.

*Escritor y periodista.