CARLOS RUSSO*
El último martes se produjo un hecho extraño más en la saga del caso Skanska. Es que el escándalo tiene sucesos raros, como aquél en el que se intentó incendiar la causa en la Sede Central de la AFIP, o aquél otro, en donde una de las escribanías presuntamente involucradas en la parición de la empresa fantasma Infiniti Group, sufrió una insólita toma de rehenes en pleno centro porteño. Un operativo que para colmo de extrañezas, estuvo comandado por una mujer.
Dentro del juzgado de Javier López Biscayart, quien inició la investigación, también pasaron cosas insólitas: una “visita” de agentes de la SIDE para que direccione un proceso en una forma determinada. La negativa de ese organismo para no escuchar a todos los teléfonos de los integrantes de Infiniti Group –que quizás dejó afuera de las escuchas a los jefes máximos de esa organización ilegal– también puede sumarse a la lista. Es en ese contexto en donde el martes 27, entró un hombre de unos 23 años a mi dormitorio mientras decía, sin gritar, “estás entregado” y mostraba un calibre 38. Detrás de él, llegaron mi hija de 7 años y mi esposa, apuntadas por otros dos individuos.
Pidieron plata y joyas, pero lograron un magro botín de 200 pesos y un par de anillos. Eso, sin embargo, no los erizó. Dos de ellos recorrieron la casa con tranquilidad. El tercer delincuente que nos tenía de rehenes en el dormitorio, revolvía los cajones con poco esmero. Después de quince minutos eternos, nos encerraron y se escaparon en mi auto.
Cuando nos liberamos, anduvimos por casa como en un balance: se llevaron un dvd, dos reproductores de mp3, mis dos teléfonos celulares, mi agenda electrónica y no mucho más. Hasta que descubrimos una inesperada vocación de la banda por los escritos periodísticos: se habían robado también mi cuaderno de anotaciones –un simple block anillado– y todos los papeles del escándalo Skanska. Fueron poco eficaces en lo privado, pero quirúrgicos en lo de interés público.
Es posible que el hecho sea nada más, que un simple asalto. También es probable que no lo sea y que se haya tratado de una amenaza. O de un mensaje: “Te entramos a tu casa cuando queremos”. Aún no lo sé, pero el suceso me provocó una reacción paradojal: lo tomé como un nuevo impulso para continuar con mayor entusiasmo en la investigación de este caso.
*Editor jefe de PERFIL