Volvió a pelearse con los jugadores. Ese es su principal defecto como entrenador. Las relaciones con los futbolistas siempre penden de un hilo muy delgado. Por supuesto, no le pasa esto nada más que al Pelado Díaz. Pero a Ramón las cosas siempre se le resuelven del mismo modo. Corta relaciones con miembros importantes del plantel.
El primero fue Julio César Toresani, en River, cuando el Huevo discutió con Omar Labruna –en aquel entonces, ayudante de campo–, el Pelado lo borró.
La historia posterior de su relación con sus futbolistas pasó por la enorme distancia entre Ramón Díaz y Francescoli. No era real que Enzo le armara el equipo, pero sí era cierto que había cero onda entre ambos. Obviamente, a la historia pasaron los triunfos que ambos consiguieron en River, pero si el equipo se hubiese hundido, no hubieran sido los jugadores.
Estos problemas de relación terminaron –al menos hasta ahora– con la relación River-Ramón Díaz. El último torneo que el Pelado dirigió a River fue el Clausura 2002. Y salió campeón. Sin embargo, el entonces presidente millonario José María Aguilar no le renovó el contrato. “Queremos intentar con otra línea, con otro estilo”, justificó y contrató al ingeniero Pellegrini. Pero Aguilar expuso la verdadera razón en un almuerzo con periodistas, habitual en esos primeros tiempos de gestión: “No podemos tener un entrenador que se hable sólo con dos jugadores. El Pelado es un buen técnico, aprendió mucho en estos años. Pero tiene relación sólo con Comizzo y Celso Ayala. Los demás no se lo bancan y no le dan pelota. No podemos tener un técnico que no hable con todos”. La de Aguilar debe ser la peor gestión de presidente de River alguno en toda la historia, pero en el tema Ramón fue coherente. No lo llevó jamás. Una vez hizo una pantomima de reunión, hizo de cuenta que lo llamaba y finalmente manifestó: “Ramón dijo no”. Aguilar jamás lo quiso de técnico a Ramón Díaz. “Me arma mucho quilombo”, declaró en otra oportunidad el ex presidente.
Hay un fugaz paso del Pelado por Inglaterra. Tan fugaz fue que casi no hay registro. Hasta que la primera oferta de San Lorenzo le llegó cuando se apagaba 2006. Arregló y se hizo cargo de un equipo que venía a los tumbos. Hizo un gran trabajo. Convenció a Lavezzi de que podían pelear si se quedaba y evitó que se fuera a River. Trajo a la Gata Fernández, al Malevo Ferreyra, afirmó a Orión en el arco en lugar de Saja, trajo a Tula, le dio compañía a Silvera, hizo un trabajo psicológico para que el Lobo Ledesma dejara Grecia y regresara a la Argentina… En fin. Debe ser la obra cumbre del Pelado como entrenador. Uno tiende a pensar en la cantidad de títulos obtenidos con River, lo que parecería irrebatible. Sin embargo, ese River tenía un plantel descomunal. En cambio, el San Lorenzo campeón del Clausura 2007 es un plantel que Ramón fue moldeando con sus propias manos hasta darle un funcionamiento y una forma que nada tenían que ver con los River que manejó en los 90. El resultado fue óptimo.
Pero Ramón se cebó e hizo contratar a sus dos hijos, sin que las condiciones de ninguno de ellos justificaran estar en un plantel de la jerarquía y las exigencias de San Lorenzo. De lejos, el error se agiganta aún más y se convierte en decisivo. Sin que esto signifique un juicio de valor a los hijos de Ramón –que son dos pibes bárbaros–, la presencia de ambos sin antecedentes válidos para jugar en un club de la envergadura de San Lorenzo disparó internas entre el plantel y Ramón, que explotaron en el peor momento: cuando el Ciclón se jugaba instancias decisivas en la Copa Libertadores de América 2008. Un error de Orión costó un gol ante Liga Deportiva Universitaria de Quito y San Lorenzo apenas igualó 1-1 como local. La noche anterior, los integrantes del plantel profesional de San Lorenzo habían decidido no incluir a los hijos de Ramón en el reparto de premios. El DT no estuvo de acuerdo y puso la cara por sus chicos. La discusión fue áspera y terminó a las 5 de la mañana. Ramón Díaz perdió como en la guerra: no logró su cometido y su relación con los referentes del plantel –Orión, Rivero– quedó dañada para siempre. El daño fue tal que después de caer por penales en la revancha con Liga, la llegada a Buenos Aires fue un escándalo, con aquella discusión y la condena a Ramón Díaz como títulos principales.
Con ese antecedente en el primer ciclo, cuesta creer que Ramón haya pescado dos veces con la misma red en su segunda parte. Varios jugadores –entre los que estaban Albil, Rivero y Balsas–se entregaron a una larga noche de póquer en una concentración y Ramón los enganchó. No fue duro con Albil, que era suplente de Migliore. Pero sí con Balsas y Rivero, a quienes a partir de allí jugaron en cuentagotas. En esta lista de transferibles, negociables o “no serán tenidos en cuenta”, están Balsas, Rivero, Bordagaray, Rusculleda y Nelson Benítez. Pero hay algo peor y que, curiosamente, se emparenta con otro episodio relatado en esta columna: sólo dos jugadores del plantel actual bancan a Ramón Díaz: Placente y Guillermo Pereyra. El resto fue viendo cómo, ante el derrumbe del equipo en el torneo, Ramón Díaz culpaba a los jugadores y tomaba decisiones que eran mensajes a la tribuna. Y le quitaron respaldo. Si un dirigente fuera a un entrenamiento y les dijera a todos que el Pelado no sigue, estarían más que contentos.
Es raro que un tipo con la experiencia, el éxito y el manejo de las RR.PP. de Ramón Díaz tropiece siempre con la misma piedra. Es increíble que siempre termine enemistado con los jugadores, un defecto que le quitó posibilidades de llegar a la Selección o de cumplir su tan deseado regreso a River. También Passarella prefiere cualquier técnico antes que Ramón Díaz.
Si Ramón Díaz no corrige esa conducta, pronto quedará al margen de todo este juego.
Sería una pena.