Como el pescador que cambia la carnada con el último sol de la tarde, Russo mandó a Bernardo Romeo para que tomase alguno de los rebotes postreros que la desesperación suele dejar boyando en las áreas chicas en los últimos cinco minutos de los partidos. Los arqueros veían con impaciencia cómo costaba cada vez más alejar el peligro. Tenían el error en el plano corto de sus miradas. Tanto Vélez como San Lorenzo merecían la victoria; o mejor dicho: no era justo que la derrota castigase a Vélez o a San Lorenzo, porque en contadas ocasiones se ofrece una paridad como la que se registró ayer El Fortín, pese a resultar evidente que los Santos tienen un material muy superior a su abnegado adversario.
Esa entrada de Romeo definió el partido. Porque Romeo sabe muy bien lo que es balconear, y porque Gonzalo Bergessio es un goleador altruista, capaz de ofrecer a un compañero el gol que él mismo podría correr el albur de concretar. Anticipó Adrián González y, por encima de Rivero que corría bien abierto, prefirió la tentación del medio metro que Bergessio se había separado de su cancerbero en la puerta del área. Movió Bergessio su cuerpo con algo del torero que se quita de encima al animal, justo cuando llega la cornada, y enfiló para el arco con buenas perspectivas para su remate cruzado. Por adentro venía Romeo persiguiendo a su sombra, que es la que vio Bergessio por detrás del cuerpo del zaguero, y ahí lanzó la pelota para el empujón final del goleador que siempre resucita.
Como cuando ya no queda luz en los potreros, el que hacía el primer gol era una fija que se quedaba con los tres puntos.
Podría decirse que la justicia, la más estricta, miró para otro cuando Bernie tocó a un rincón, al que el arquero, que venía del lado opuesto, era imposible que llegara. No hacía ni dos minutos que Vélez también había estado a punto de alzarse con la victoria. No menos de cinco jugadas le prometieron el triunfo, y otras tantas veces, algo impidió el gol, incluyendo un acto heroico del Flaco Hirsig trabando a tres metros del arco un remate de Uglessich.
San Lorenzo no repitió sus lujos de la semana anterior ante Arsenal; por eso su partido fue como una de esas velas de torta que se soplan, se apagan, y de inmediato vuelven a encenderse. Así como el sol entraba y salía del terreno, las luces del espectáculo se bamboleaban pendularmente entre aciertos muy valiosos y chambonadas de cuarta. Sobre todo en el primer tiempo, cuando después de una entrada de trompetas en los emocionantes primeros minutos, parecieron músicos de una banda a la que el viento de la plaza les echa a volar las partituras. Una de esas películas en las que mientras ofrecen los títulos lo que se ve promete, pero luego no pasa nada.
En la parte final hubo más emociones y una decisión por lograr la victoria, que ya no se esperaba habida cuenta de que para ambos el empate no era una condena. La influencia de ese verdadero cacique del Fortín que es Leandro Somoza, un jugador cuya estatura resalta en varios sentidos, la prometedora incursión de Solari, la obstinación por avanzar de Adrián González y Rivero por la derecha, la enjundia de Hirsig, si bien no es Ledesma para esa función distributiva –Ledesma se fue lesionado en el primer tiempo–, las incursiones de Papa, sus buenos centros sostuvieron el partido en un nivel aproximado a lo que se esperaba con los antecendentes inmediatos en la mano y tanto San Lorenzo como Vélez pudieron irse entre aplausos.
Para el torneo, el partido dio una pista importante. Aun en ese trámite parejo e incierto del partido, pudo apreciarse que lo de San Lorenzo tiene más aliento.
No es este Vélez aún un equipo para postularse al campeonato.Sin Somoza, cuesta imaginar que podría estar más arriba de la mitad de la tabla. Ayer, en cambio, San Lorenzo, sin la gracia de otras tardes, ofrece para la licitación lo que en la apertura de sobres ya pocos pueden superar. No hay línea en la que no haya buenos jugadores, y el banco denuncia un poderío que, con el camino libre de copejas como las que deben librar otros candidatos, lo instala como el favorito. Los Santos vienen marchando. El asunto es serio.