COLUMNISTAS
LOS MEDIOS Y LA RENUNCIA DE BASILE

Esto es fútbol, ni más ni menos

No recuerdo cuándo fue que empezó esta historia de los periodistas puestos en primer plano. O, mejor dicho, de los periodistas puestos en protagonistas o en entrevistados.

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No recuerdo cuándo fue que empezó esta historia de los periodistas puestos en primer plano. O, mejor dicho, de los periodistas puestos en protagonistas o en entrevistados. Casi sin tiempo para hacer nada al respecto –ni siquiera a controlar mi ego y evitar caer en la trampa–, hoy es tan frecuente leer o escuchar entrevistas a Maradona y a Messi tanto como a Fernando Niembro o a Víctor Hugo Morales. Y participamos de ello o lo consumimos con absoluta naturalidad.

Por cierto, esta tendencia no tendría nada de malo si no fuera indiscriminada. Entonces, terminamos creyendo en cualquiera que hable delante de un micrófono o escriba en un diario, así como consumimos información sin estar seguros de lo fehaciente de su origen: en días en los que creemos que Wikipedia es la versión aggiornada de la Enciclopedia Britanica, mal podríamos evaluar la posibilidad de que un medio manipule datos u opiniones según sus intereses comerciales o, en mucha menor medida, ideológicos.

Da la impresión de que, a partir de esos fenómenos –los de la mediatización de los periodistas en todos los niveles y del exceso de credibilidad y esperanza puestos en los medios–, pasamos también a creer que los hombres de prensa somos capaces de cualquier cosa. Por ejemplo, de meter preso a un cura, de echar a un presidente o de poner o sacar un técnico del Seleccionado nacional. Sin negar la posibilidad de que haya periodistas que se crean capaces de ello –más de uno hasta cobra algún plus por debajo de la mesa porque tienen convencido de eso a empresarios, funcionarios, dirigentes o entrenadores–, estoy seguro de que, sin descartar el nivel de influencia que se pueda tener, ninguno de nosotros tiene tanto poder.

El escenario que propuso el final de la semana hábil, con la renuncia de Alfio Basile, fue ideal para dejar a la intemperie este fenómeno. En realidad, el episodio nos dejó en evidencia a todos de distintas maneras. Desde periodistas semi retirados que llegan a la antes denostada AFA de la mano de un vínculo cuasi gastronómico con el técnico, hasta influyentes hombres de prensa que un rato antes de la renuncia de Coco exponían públicamente la exigencia de Basile de no citar más a Messi –casi podría decirse que, finalmente, la historia fue al revés–, entre el jueves a la tardecita y la noche del viernes, hicimos lo suficiente como para que las producciones de Zapping, TVR y RSM armaran un collage de la fauna periodístico-deportiva y se tomen el fin de semana descansando con el rating asegurado.

Lo llamativo del asunto es que en la bolsa nos metimos desde los sanfili-ppos de turno, hasta aquellos que nos creemos un poco más serios. Y los medios más poderosos del país asumieron que su mayor esfuerzo editorial debía girar alrededor del sainete Coco o de la detención del papá del pobre Mariano Martínez que de la presunta anemia de Menem que le permite justificar legalmente su injustificable ausencia en un juicio por asuntos que realmente deberían ser considerados asuntos de Estado. Está claro que la opinión pública está, en este sentido, idiotizada. Y ese partido lo jugamos todos los del medio, pero no todos con la misma responsabilidad o la misma exigencia, claro está.

Desde el momento en que el vocero de Basile lo dio por muerto (entiéndase la interpretación a partir de que se habló de duelo y de heridas en el corazón) comenzó el desfile de periodistas que sabíamos todas las internas. Si estábamos al tanto de que Heinze se agarró con el profe Dibos, de que los jugadores se quejaban porque el cuerpo técnico no trabajaba lo suficiente, de que los mismos players hacían bromas en el vestuario con el asunto del talco mágico y que todo eso perjudicó el rendimiento y adelgazó resultados, ¿por qué no lo contamos en su momento?

Hoy, Boca se debate en un escándalo de vestuario tal vez más mediatizado que aquel de halcones y palomas. ¿Por qué nadie contó en su momento lo que mucho periodista “boquense” sabía cuando lo repatriaron a Román? ¿Estamos seguros de que los modos difíciles de Riquelme –un poder paralelo al poder real o viceversa– son de estos días? El propio crack dejó en claro que es tan viejo como su propia esencia.

Hoy estamos terminando de asarlo al Coco y, a la vez, jugamos a que sabemos lo que piensa hacer Grondona con el trono de Ezeiza (está claro que el de Viamonte 1366 es intransferible, ¿no?). Es más, algún medio muy calificado ya estableció que Batista bancará hasta fin de año y que todo está resuelto con Russo. Teniendo en cuenta el hermetismo del hombre que todo lo decide, me permito sospechar de otra operación. El mismísimo y enorme Diego, con todas las medallas de jugador que le dan chapa para querer meterse en el asunto, eligió muy bien dónde anunciar su postulación. Lo hizo donde nadie le preguntaría cómo cree ser él como técnico. No porque vaya a ser malo, sino porque sencillamente no hay suficientes puntas como para saberlo. Al fin y al cabo, nadie podría decir que Vilas, el más grande tenista de nuestra tierra, haya sido o sea un buen entrenador.

Donde casi nadie se mete es en decir lo que le gustaría que sucediese. No respecto del técnico que se elija, sino respecto de la línea por seguir. Tal vez por no estar plenamente identificado con el fútbol –para afuera; por dentro me siento futbolero como el que más–, no creo que sea pernicioso decir que estoy convencido de que, a dos años de un Mundial y en plena crisis, el fútbol argentino necesita armar el equipo para Sudáfrica. Y ello implica dejar afuera a varios nombres a los que, como Riquelme, Verón o Zanetti, admiro y/o disfruto plenamente por su presente en las canchas. Y, por favor, dejar de jugar con tres volantes centrales. Al menos, para empezar.

Y para terminar, recordar que esto es fútbol, ni más ni menos. Curiosamente, alguien que, como Basile, pregonó ser la antítesis del ocultismo y el bastión de la no dramatización, terminó ocultando las formaciones hasta el momento de los himnos y se fue de la AFA envuelto en un vodevil digno de una dramática cuestión de Estado. Como si no las hubiera en serio…