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la tension cristina-moyano

Esto no termina acá

El paro se suspendió, pero antes de la frágil tregua explotaron los pases de factura. Moyanistas, en pie de guerra. Una ruptura casi inexorable.

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Las relaciones de amor-odio entre Cristina Fernández y Hugo Moyano quedaron pendientes de un hilo, en suspenso, como el paro general. El choque de gigantes entre los dos argentinos más poderosos produjo una conmoción política y dejó al descubierto la ferocidad con que se está librando la batalla por el poder y el dinero puertas adentro del oficialismo. Incluso hubo versiones camporistas de que el cruce involucró a los hijos de ambos, Máximo y Facundo, que hasta se amenazaron mutuamente. Nunca antes desde 1983 hubo un desafío tan brutal de parte de la CGT a una presidenta peronista elegida democráticamente. Raúl Alfonsín sufrió 14 paros nacionales, pero era radical y el poder de Saúl Ubaldini no tenía ni comparación con el de Moyano. Con el catecismo de Carta Abierta en la mano, bien se podría caracterizar la actitud del camionero como “destituyente”. Llevar una multitud organizada y agitada a Plaza de Mayo era un ataque directo a la Presidenta. Una suerte de extorsión de masas para que ella, a su vez, presionara y domesticara a la Justicia y al periodismo libre. La amenaza moyanista de paralizar el país con su gran capacidad de daño puso a Cristina Fernández entre el camión y la pared. Como suele ocurrir, la jefa de Estado salió del laberinto por arriba, pero es consciente de que hay una encrucijada, una encerrona ideológica que la espera a la vuelta de la esquina: ¿qué le sirve más a su proyecto. Proteger o soltarle la mano a Moyano? En los dos escenarios pierde algo. Ella nunca lo quiso pero admite que, en muchos casos, tienen los mismos enemigos. Las dudas aparecen en relación con la valoración que hace la sociedad. Es que ocupan los dos extremos en la lista de imagen pública. Hoy, Cristina encabeza la tabla de posiciones y Moyano está en la zona de promoción, peleando por el descenso. Ese alto desprestigio se nutre de dos corrientes de rechazo. Una que, por buenas razones republicanas, no tolera su metodología patotera ni el enriquecimiento súbito de su familia y otra que, por malas razones gorilas, censura su color de piel, su forma de expresarse y su firme defensa del nivel de vida de los trabajadores.

En el entorno menos peronista de Cristina dicen que ella ya había decidido tirar por la ventana a Moyano y apurar su reemplazo por alguna figura joven sin tantas impugnaciones de la clase media. Pero la fecha para concretar esa delicada estrategia de cirugía mayor era posterior a las elecciones de octubre, después de relegitimar su poder en las urnas. El exhorto de la Justicia suiza, como el diablo, metió la cola y aceleró los tiempos. La Presidenta no come vidrio y sabe que, por ahora, necesita como el agua a la CGT para disciplinar a los trabajadores y que no se le desborden en los pedidos de aumento ni ideológicamente hacia la izquierda clasista y antiburocrática. Sabe, además, que Moyano le garantiza un ejército proletario capaz de defender al Gobierno en la calle. Pero no ignora que ese dirigente que su esposo fortaleció económicamente con varios negocios oscuros ya cobró vida propia y quiere ser presidente. “Que nadie se equivoque. Esta lucha no termina acá. Los trabajadores queremos el poder”, dijo exultante el líder cegetista el viernes en su gremio y rodeado de su Estado Mayor. A Cristina ni la nombró. Ella tampoco lo mencionó a él en el acto en la cancha de Independiente. Públicamente se mataron con la indiferencia. Secretamente, acordaron apagar el incendio que se los devoraba. Julio De Vido tuvo que sudar la gota gorda para acercar a las partes y, súbitamente, recobró parte del protagonismo y el poder que viene perdiendo todos los días.

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La primera escaramuza de este tipo ocurrió en el acto de River del año pasado. Moyano le pidió a Cristina “un esfuerzo más” para los jubilados, más viviendas, y a la concurrencia la instó a “dejar de ser instrumentos de presión para ser instrumentos de poder”. La Presidenta recogió el guante y frente a la multitud lo retó: “Compañero Moyano, usted que anda pidiendo un trabajador como presidente de la República, yo quiero decirle que trabajo desde los 18 años. Fui empleada pública, el último orejón del tarro del Ministerio de Economía de La Plata. Toda mi carrera de abogada laburando y después me tocó laburar como profesional”. Ya en ese entonces, Cristina se hizo los rulos y generó un momento de tensión que pareció un siglo. Pero mucho más cerca en el tiempo, en el discurso del Congreso, en la apertura del año legislativo, la Presidenta, sin pelos en la lengua, dijo que quería compañeros entre los sindicalistas y no cómplices, en referencia a algunos gremios de transporte que “tienen como rehenes a los usuarios”. Otra vez sonó la alarma. Desde ese momento, los radares moyanistas detectaron mil conspiraciones del cristinismo.
Sus amigos confiesan que lo vuelve más loco que el hecho de que Hebe de Bonafini diga que es un traidorazo al que hay que tener lejos o que Martín Sabbatella lo critique y rechace el paro, que cien tapas de Clarín o las investigaciones de PERFIL sobre la mafia de los medicamentos y Covelia. Siente repulsa ante lo que considera una traición. El fuego amigo le hizo levantar la guardia y pasar al contraataque. Apuntó primero a Héctor Timerman, que dejó pasar el exhorto suizo al que calificaron de “mamarracho y engendro”. Pero también sospecha de los medios paraoficiales que no lo defienden ni valoraron la gran columna que la juventud sindical del camionero llevó al acto de Huracán aunque él, con toda intención, brilló por su ausencia.

Uno de los hombres de mayor confianza fue demoledor cuando confesó ante PERFIL: “Oyarbide lo investiga al Negro y está bien. Yo sé que Hugo no orina agua bendita, te reconozco que no es la madre Teresa. Pero decime entonces por qué el mismo juez cerró a mil por hora la causa por enriquecimiento ilícito de los Kirchner”. Material inflamable si los hay. Preguntas que se hacen hombres muy pesados y que auguran tiempos tormentosos. Facundo, el hijo más combativo de Moyano, exigió que algún funcionario respaldara con declaraciones a su padre. Nadie dijo una palabra. Twitter estuvo cerrado por vacaciones y hasta Télam tardó horas en escribir una crónica lavadita. “Nosotros los apoyamos en los momentos más difíciles como en la 125”, dijo Omar Viviani, que es todavía más pesado que Moyano y por eso no anduvo con vueltas. Habló del asesinato de José Ignacio Rucci, se quejó de las embestidas de propios y extraños y acuñó una frase que bien podría haber pronunciado Marlon Brando: “El diablo tiene muchas caras”. ¿Creerán que una de esas caras es la de Cristina?