Estoy finalizando una investigación genealógica para la cual aproveché una serie de invitaciones europeas que me retuvieron en el Viejo Mundo durante un mes. Me reservo los resultados de mis indagaciones, por el momento, y aprovecho las cervezas checas que me tomé esta tarde (servidas en raciones de un litro) para meditar un poco sobre Europa, esa idea barroca.
Estoy en Olomouc, una ciudad universitaria medieval morava, amurallada y con un foso que servía de contención a los otomanos, con certeza, en algún momento. Una ciudadela encantadora, declarada patrimonio de la humanidad por la cantidad de monumentos que contiene: fuentes barrocas, catedrales góticas, el odioso (para los nativos) catolicismo de los Habsburgo presente por todas partes. Ellos, que han salido del comunismo hace muy poco, tienen que convivir con esos traumas: los Habsburgo liquidaron a toda la nobleza checa, de un plumazo, cuando ésta adoptó la causa protestante.
Como ahora hay un papa peronista, me considero en condiciones de intervenir con solvencia en las discusiones que, seguramente, sostienen en el patio los curitas putísimos y muy rubios que estudian teología en el edificio que está enfrente mismo de donde vivo. Todas las mañanas los veo pasar, a las 8.25, con sus cuellitos eclesiásticos y con paso tan apretado como sus esfínteres virginales, y les sonrío libidinosamente desde la puerta, adonde he bajado a fumar un cigarrillo.
Vuelvo a Europa, idea barroca: en 1613, Góngora puso al frente de sus Soledades (texto que forma parte de todos los exámenes importantes del Viejo Mundo, incluidos los checos): “Era del año la estación florida/ en que el mentido robador de Europa/ (media luna las armas de su frente,/ y el Sol todos los rayos de su pelo),/ luciente honor del cielo,/ en campos de zafiro pace estrellas”. Es decir: es primavera, y Tauro, la constelación, rige en el cielo (es mayo), lo que se deduce de la alusión a Zeus, quien disfrazado de toro blanco, raptó a Europa, para someterla a sus caprichos sexuales. Eso es lo que los alumnos de Letras (es decir, de Filología) dicen cuando uno les pregunta.
Pero deberían recordar también que en 1613 sucedió la batalla naval del cabo Corvo, entre las flotas de los Habsburgo y del Imperio Otomano, en el que se enfrentó un escuadrón español llegado de Sicilia a las órdenes del almirante Octavio de Aragón con naves otomanas cuya bandera de guerra (de la cual deriva la actual bandera turca) lució de 1453 a 1793 una media luna sobre campo verde. De modo que uno podría interpretar “el mentido robador de Europa” como ese enemigo imaginario que Europa necesitó (y necesitará siempre) para constituirse en una unidad cerrada (se trate de la Eurozona o Schengen). ¿No dice otro mito que los panaderos vieneses inventaron la medialuna para festejar un triunfo sobre el imperio otomano?
Hoy los turcos esperan en la cola de los países que quieren entrar a la Europa unida, de modo que no constituyen amenaza alguna. Más allá están los sirios (a cuyo asilo los checos que me brindan hospitalidad temporaria se negaron) y los musulmanes radicales (Je suis Charlie) y allí sí Europa encuentra la tranquilizadora encarnación para un enemigo exterior, imaginario.
Desde el barroco y los Habsburgo pasaron muchas cosas por Olomouc, después de esa primera inscripción en esferas globales: los protectorados nazis, el comunismo, que ha dejado huellas todavía evidentes en los comportamientos y en la imaginación paranoica (bastante diferente de la que se observa en los países de larga tradición capitalista) de las generaciones que vivieron su infancia y su juventud bajo su influjo. Y, finalmente, la globalización capitalista, que agrega una última capa de horror a todas las anteriores. El peronismo papal podría servir de antídoto en esta ciudadela morava, pero sus habitantes no consiguen recuperarse del trauma y rechazan al mismo tiempo, como enemigos exteriores, el catolicismo, el comunismo y la globalización. Tanto rechazo impide abrazar el mundo.