Nueva Zelanda goleó a Tonga y clasificó a Los Pumas, cuyo entrenador, antes de conocer el resultado, había decidido usar un equipo casi sin ninguno de los quince que, dentro de una semana, saldrán a la cancha como titulares en los cuartos de final ante irlandeses o franceses.
Inglaterra jugó contra Uruguay uno de los partidos más tristes de su historia: al equipo local, que dispone del presupuesto más importante de los veinte participantes, jamás se le podía ocurrir la posibilidad de quedarse fuera en la primera rueda. Técnicamente, los ingleses habrán soportado un mes de torneo sabiendo que su seleccionado ya no tendría nada que hacer.
Australia, que fue una maquinita de temible equilibrio entre ataque y defensa ante Inglaterra, le ganó a Gales asegurándose el lado potencialmente menos complicado del cuadro camino a la final. Convirtió su ingoal en un área inexpugnable, aun mientras jugó con dos rugbiers menos durante casi diez minutos. Parece haberse convertido, nuevamente, en la auténtica sombra de los favoritos All Blacks.
Y Escocia entró por la ventana. Derrotó por tres puntos a Samoa luego de estar perdiendo hasta bien entrada la segunda etapa y con la inestimable ayuda de una actuación lamentable del árbitro sudafricano que, hace una semana, ya había convertido varios de sus fallos en una versión en sánscrito del reglamento del juego que, aseguran, inventó William Webb Ellis. Por cierto, ese partido ofreció los cuarenta minutos más impactantes del torneo con un parcial de 26 a 23 favorable a los parientes no tan pobres de los neocelandeses. Números infrecuentes para partidos sensibles de un torneo de esta magnitud.
Quedarán algunas emociones para hoy. Por ejemplo, las que ofrezca la dura lucha entre Irlanda y Francia por un campeonato paralelo: evitar a Nueva Zelanda en cuartos de final. También, las de la ilusión de que Japón redondee con un éxito ante los norteamericanos un Mundial que ya fue calificado hace una semana como excepcional. También se suponía entonces que, aun con tres triunfos sobre cuatro posibles, los asiáticos se quedarían injustamente afuera.
Y, por supuesto, las que le quepan a Los Pumas en el amanecer ante Namibia, un vecino lejano de los Springboks, a quien se le anotó más de sesenta tantos las dos veces que se lo enfrentó. Es un equipo muy parecido al que, hace cuatro meses, derrotaron por veinte tantos de diferencia los Jaguars, algo así como un equipo Puma en desarrollo. Ninguna razón para confiarse. Y un partido en el cual, aunque no lo parezca, hay muchísimo por ganar. Que los muchachos con menos minutos en la cancha tengan la posibilidad de lucirse y de mandar mensajes al cuerpo técnico puede no ser lo más importante. Claro que es de relevancia. Como lo es la reaparición de Juan Martín Hernández como apertura o la designación de Martín Landajo como capitán; gran forma de festejar su 50º partido internacional.
A esta altura del torneo, con la eliminación de los locales, la derrota sudafricana ante Japón, el pánico y la ayuda que atravesaron la clasificación escocesa, la indefinición de estilo de Francia y la pésima actuación irlandesa ante Italia, el universo ovalado está poniendo a Los Pumas en un lugar de expectativa sin precedentes. Por encima, aun, de lo que pasó en 2007. No deja de ser curioso que ex jugadores, periodistas, analistas y adversarios tengan a la Argentina en tan alta consideración habida cuenta de que los propios Pumas y sus entrenadores quedaron entre insatisfechos y enojados por el partido con Tonga. Inclusive más molestos que luego de ganarle a Georgia.
Revisemos las dos lecturas. La propia se sintetiza en las palabras de Hourcade cuando sentenció que se hizo bien lo más complicado y mal lo más sencillo. Que se cometieron errores en ataque –mala toma de decisiones, desajuste en el pase final– y en defensa –poca agresividad en el tackle, postura de repliegue que favoreció que el rival ganase la línea de ventaja con cierta facilidad–, que en cuartos de final significan juntar la pilcha y volverse a casa. Da la impresión de que lo que más molestó fue haber incurrido en errores que, de tan obvios, ni siquiera merecen una corrección. Simplemente, no deberían haberse producido. Quedó subyacente el nivel de contundencia del equipo, que anotó casi cien puntos en dos partidos y que es uno de los conjuntos más goleadores del torneo. Justamente en esa frescura y convicción para atacar es que se sustenta la valoración ajena. La otra visión del asunto en cuestión. A la Argentina se le reconoce su poderío ancestral en el scrum y una capacidad formidable para defender lo indefendible. En las publicaciones típicas de previa del torneo, es recurrente el reconocimiento al equipo argentino como uno de esos que no concibe la derrota ni ante el hecho consumado.
No es asunto nuestro. Así se refieren al equipo analistas británicos, franceses, australianos o neocelandeses. Hay unas cuantas revistas que hablan al respecto y servirían de testimonio para aquellos a que la sola presencia del rugby en el universo mediático les bloquea aquella neurona ermitaña. Veré más tarde si tengo tiempo para alguna traducción. Entonces, a ese preconcepto le agregan el asombro por un equipo con una ambición ofensiva quizás sin precedentes para un seleccionado argentino.
No fue asunto de un día para el otro, sino la consecuencia de un trabajo que comenzó hace varios años con Pampas XV. Y con el talento, la experiencia y la mística de los más experimentados. Más la confianza de aquella gloria fundacional de 2007. Más los cuatro años de pelarse el lomo contra tres de los cuatro mejores equipos del planeta. Esos contra quienes, muy frecuentemente, los mejores equipos europeos aspiran a perder dignamente.
Es probable que la desmesura respecto del puesto de privilegio en el que se coloca en este momento a Los Pumas –para muchos, las chances de meterse en semifinales están cincuenta y cincuenta con quien sea que toque en cuartos– no pase por valorar esa búsqueda de ataque constante y variado, sino por la valoración de lo preexistente. Para seguir viviendo desde adentro este maravilloso torneo, la Argentina deberá mejorar su scrum y ser tanto más agresivos como disciplinados en la defensa. Es lógico que el resto del mundo del rugby no se detenga demasiado en las dudas que la Argentina mostró en esos aspectos. A ellos no se les llenan de nervios el pecho y el orgullo ante la posibilidad de una performance histórica.
Mientras tanto, nadie en la concentración argentina quiere pensar más allá de Namibia. Hacen bien.
Probablemente, los africanos lo padezcan hoy.