Para un sector de la prensa argentina, generalmente alineada con el Gobierno, esta semana murió un héroe. Despidieron a un Hugo Chávez perfecto y sin errores. Para otros grupos mediáticos, neocríticos del kirchnerismo, el que falleció fue un tirano. Un hombre perverso que complicó el presente y el futuro de Venezuela. No hubo en esas necrológicas ni una línea de aciertos chavistas.
Pero, ¿quién fue, realmente, Chávez? ¿Fue un autoritario que forzó las instituciones para perpetuarse en el poder o fue el político que más elecciones ganó en Venezuela? ¿Fue la voz de los que no tienen voz o fue un demagogo al frente de un Estado corrupto? ¿Fue un líder popular o fue un líder populista? ¿Fue un militar golpista o fue un demócrata que sufrió un golpe de Estado? ¿Fue el que más hostigó a la prensa o fue el que más ataques sufrió de los medios?
Chávez fue todo eso. Y todo a la vez. Es ahí donde radica el error de los comentarios reduccionistas utilizados por gran parte de los medios argentinos, y del resto del mundo, al trazar las líneas de la apasionante y controvertida vida del venezolano.
Un sector de los analistas no pudo o no quiso ver los logros de Chávez, sobre todo, en materia social. En ese cerrado esquema, las conclusiones a las que arribaron no entendieron las masivas, y genuinas, demostraciones de afecto que recibió el líder. El aparato chavista repartiendo arepas y Coca-Cola no explica semejante amor caribeño.
Cuando Chávez llegó al poder en 1999, Venezuela tenía un escandaloso nivel de pobreza y de indigencia que llegaba al 80%. Luego de 14 años de chavismo, ese índice bajó al 38%. Los críticos aseguran que ese verdadero milagro fue producto de la exorbitante renta petrolera y recuerdan que, en ese mismo lapso, el barril de crudo pasó de los 19 dólares a orillar los cien dólares.
Se olvidan que el boom petrolero venezolano no empezó con Chávez. La Arabia Saudita sudamericana explotó en la segunda mitad del siglo pasado y fue uno de los cinco países fundadores de la OPEP. Durante esas décadas, el bipartisimo de Copei y Acción Democrática se alternó en el poder logrando un ejemplo cívico en la región, pero fracasando en su intento de evitar una vergonzante fractura social entre ricos muy ricos y pobres muy pobres.
Pero otro sector de los analistas tampoco quiso, ni pudo, ampliar su mirada frente al romanticismo, como si la muerte de un político lo exculpara de los desaciertos que cometió en vida. En ese marco, también obtuso, nadie atinó a preguntar por qué Chávez se obsesionó con el poder poniendo en riesgo su vida y a su país. Para el bolivariano las instituciones republicanas fueron obstáculos que dificultaron su tarea revolucionaria. Eso no es de estadista.
Chávez fue un presidente que siempre vistió uniforme y que trasladó la liturgia militar y el lenguaje de guerra contra periodistas y jueces. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que enfrentó la dictadura de Rafael Videla, denunció constantemente las presiones a la prensa en Venezuela. Y Noam Chomsky, un declarado defensor del antiimperialismo, criticó en varias ocasiones la persecución que sufren los jueces venezolanos.
Es muy prematuro para establecer conclusiones que permitan saber cómo será recordado Chávez. Pero su legado marcará a fuego las próximas décadas. Como le pasó al peronismo tras la muerte de Juan Domingo Perón, la polarización chavismo-antichavismo protagonizará el debate político por venir.
Ojalá que la mesura se imponga y que Chávez no se convierta ni en un dictador ni en prócer. Que sea lo que realmente fue: un animal político. Lleno de virtudes. Y de defectos.