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HOMENAJE

Falucho, la pasión y la razón

Se fue sencillamente, rodeado por el cariño de su familia y de sus amigos, sin las despedidas oficiales ni las honras póstumas que jamás le interesaron. Sí le importó en cambio ser querido, valorado, leído y comprendido.

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Se fue sencillamente, rodeado por el cariño de su familia y de sus amigos, sin las despedidas oficiales ni las honras póstumas que jamás le interesaron. Sí le importó en cambio ser querido, valorado, leído y comprendido.
De ascendencia riojana, le gustaba recordar la antigüedad de su linaje no para jactarse sino para señalar la responsabilidad con el país que sus ancestros habían contribuido a crear. De origen asturiano por su abuelo materno, heredó la tenacidad del inmigrante. Fue un trabajador que se hizo a sí mismo y logró que los demás lo acompañaran en el diálogo constructivo con la historia, con la verdad del pasado pero sin odios.
Le importaba la Argentina profunda y aprender de ella y de su gente lo que no se encuentra en los libros. Por eso recorrió a lomo de mula, en compañía de sus entrañables Mario y Horacio Guido, las serranías de las provincias andinas. Buscaba los rastros del pasado que lo ayudarían a descifrar el presente. Algunas de esas vivencias están en su poesía, en textos musicalizados por Ariel Ramírez y en su libro Encuentros, memoriales informales de tono intimista donde relata su vida aunque, como buen criollo, con sus reservas.
Gracias al archivo familiar, logró entender el complejo entramado de política, guerra y negocios en la época de la organización nacional y escribió su primera investigación histórica: La Rioja, después de la batalla del Pozo de Vargas. Años después, publicó De comicios y entreveros, un trabajo de excelencia.
Escribió siempre, hasta en la cárcel, donde inventaba sonetos para entretener a sus compañeros de celda. En los últimos años, cuando la enfermedad le impedía abordar la escritura de grandes obras, publicó breves apuntes para sus descendientes con sus propios dibujos y hasta editó un CD destinado a sus amigos en el que entonaba sus canciones favoritas con la voz enronquecida por el cigarrillo.
Fueron los relatos testimoniales de su abuela sobre las montoneras riojanas los que despertaron su interés por la historia. Guiado por su padre, a los ocho años leyó Civilización y barbarie, de Sarmiento, y se deslumbró con “la sombra terrible de Facundo” y con el genio inasible del autor. Los caudillos (1966) es el título de su primer best-seller. En Sarmiento y sus fantasmas (1997) abordó la vida del sanjuanino sobre una situación ficticia que le daba más libertad imaginativa a la obra.
Comunicador formidable, utilizó todos los formatos para hacer llegar la historia nacional a sectores muy amplios, sin renunciar a la calidad literaria, al vuelo poético inclusive. Ensayos, biografías, breves historias, novelas, colecciones de libros y de fascículos, artículos periodísticos, programas de televisión y de radio; y por último su obra preferida, la revista Todo es Historia que desde hace 42 años se vende mensualmente en los quioscos y constituye un verdadero récord de permanencia en el mercado sin renunciar a la calidad, además de ser un semillero de nuevos contenidos, nuevos enfoques y nuevos autores.
No voy a mencionar todos sus libros aunque me permito recordar que El 45 y la trilogía Perón y su tiempo son obras para la posteridad y que Soy Roca abrió nuevos caminos para la ficción histórica de alta calidad, no siempre sostenida por sus imitadores.
Creo que la historia se aleja del gran público y del público culto a secas en la medida en que queda en manos de especialistas dependientes de “la comunidad científica” y a veces también de trenzas y de capillas para acceder a cátedras, becas y congresos. Todo esto es comprensible pero muy alejado de la fuerza vital que proviene de quien escribe por vocación y es capaz de comprometerse con ideales y vivirlos intensamente.
Félix Luna pudo acercar la historia a la gente porque la historia para él era el fruto de la pasión y de la razón, del interés por entender al otro, de la investigación y el estudio pero también de la memoria familiar, de sus luchas políticas, de su sensibilidad artística, de su humanidad entrañable y de su argentinismo genuino.
Tuve el honor de participar de muchos de sus proyectos. Mis primeros artículos, luego convertidos en libros, se publicaron en Todo es Historia, y lo acompañé como subdirectora de la revista desde 1985. Fue un gusto colaborar con quien sabía ser jefe sin perder el buen humor y delegaba responsabilidades pero no del todo. Fui también parte de la última reunión de nuestro pequeño equipo de redacción, hace quince días, en la habitación donde estaba internado y en la que con voz casi inaudible indicó la nota que debía publicarse en enero. Porque la historia continúa.
Adiós, Falucho, descansa en paz.
*Historiadora.