Me encantó la nota sobre los fantasmas en el cuartel de bomberos. ¡Cómo! ¿Usted no la leyó? Estupenda, vea. En primer lugar los fantasmas son… qué son, son cosas o son seres muy interesantes que siempre dan lugar o a apasionadas controversias o a cuentos maravillosos o a escalofríos inspiradores. Es mucho más de lo que se puede decir de por ejemplo una sesión en la cámara de diputados o una visita a casa de la tía Sinforosa, lugares o situaciones ambas que no les llegan a los fantasmas ni al dobladillo de la sábana ni al último eslabón de la cadena. En segundo lugar, los fantasmas tienen su ámbito ya determinado por la costumbre, la literatura y el miedo. Los castillos abandonados son el lugar preferido para la aparición de fantasmas, claro. Bueno, en fin, concedo, pueden ser viejas casas ruinosas con persianas que cuelgan de una sola bisagra, todos los vidrios de las ventanas rotos a pedradas, pisos (para quien se anime a entrar) que crujen cual gemidos desesperados que salen de los cimientos, ay, y techos agrietados que amenazan con venirse abajo en cualquier momento. Los jardines misteriosos también tienen lo suyo y no le digo nada de los subterráneos (me refiero a los naturales o a los cavados por lejanas generaciones de contrabandistas y piratas, no a los del transporte público), los sótanos, las cavernas, todo eso que queda bajo el suelo que pisamos. Allí la oscuridad, la humedad, el silencio, forman el ambiente propicio para que aparezca el fantasma del capitán de húsares o de la pálida muchacha que murió de amor (no, no, cuidado, no se me incline para el poema de José Martí, no caiga en herejías) o incluso del decapitado en la última batalla de la última guerra del siglo XVIII. Lo cual quiere decir que es difícil, yo diría que imposible, que algún fantasma aparezca en la cocina del restaurante de moda, ése que queda en Alberdi cerca del río. O que se presente en el vestuario de señoras del Club Universitario. O en el escritorio de la regente del Normal número dos. No, desde mucho antes del de Canterville (que es el fantasma más tierno que hemos conocido) que la cosa viene cantada: misterio, mucho misterio, silencio, viejas maldiciones, ruido de cadenas, gemidos y un miedo que te la voglio dire. Y sin embargo… ah sin embargo: ahí tenemos a los fantasmas que aparecen en el cuartel de bomberos de Salta. ¿No es un maravilla? Y aparecen con toda la parafernalia, moviendo puertas, tirando abajo enseres, aullando, haciendo temblar las paredes y las ventanas. A mí no me escandaliza, qué digo, ni siquiera me parece mal, que los bomberos se hayan asustado, se hayan levantado de sus cuchetas y hayan salido a la calle llenos de pavor. Es lo que corresponde, es lo que sin duda yo hubiera hecho en el lugar de ellos. Lástima que los fantasmas del cuartel de bomberos no hayan hecho acto de presencia, digo, que se hayan limitado a los rastros del trabajo que les corresponde en esta tierra de incrédulos. Porque, claro, muchos se apresuraron a explicar lo que llamaron el fenómeno. Y no hay que explicar nada. Con estar atentos a lo que puede venir, basta.