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Fantasmas

Durante milenios, la humanidad se ilusionó con su perduración más allá de la evidencia, creyendo que en el momento de la muerte su doble inmaterial, el alma, se desprendía del cuerpo físico y viajaba a una zona imprecisa llamada Paraíso, Walhalla, Eliseo, Cielo Azul. Ese esquema central ofrecía encantadoras variaciones como la resurrección incorrupta, la reencarnación, o la disolución final en el Nirvana.

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Durante milenios, la humanidad se ilusionó con su perduración más allá de la evidencia, creyendo que en el momento de la muerte su doble inmaterial, el alma, se desprendía del cuerpo físico y viajaba a una zona imprecisa llamada Paraíso, Walhalla, Eliseo, Cielo Azul. Ese esquema central ofrecía encantadoras variaciones como la resurrección incorrupta, la reencarnación, o la disolución final en el Nirvana. Desde luego, como el momento de la muerte no es encantador, algunas civilizaciones tendieron a creer que si ésta había ocurrido bajo circunstancias traumáticas, el alma del difunto debía recibir, por parte de los vivos, un tratamiento apaciguador, no fuera que permanecieran presentes como entidades oscuras, dispuestas a vengarse. En Japón, el país más decoroso del mundo, donde cada obsesión y cada síntoma se vuelve ritual y signo estético, se concibió el Goryo Shinko, la religión de los fantasmas.

No me constan los modos particulares de esa religión pero supongo que no carecía de sahumerios, inclinaciones de sacerdotes, recorridos por las tumbas excavadas al filo de las montañas,  farolillos de papel depositados en barcarolas que se sueltan en el río para que su luz se pierda en la noche, y toda la clase de ceremonias necesarias para que un difunto extraviado en los detalles de su ira encuentre el camino de salida hacia el otro mundo. El ritual es de lo más antiguo, y su declinación debe atribuirse seguramente al ingreso del Budismo y a la deplorable difusión del agnosticismo. Pero en tiempos más dichosos, cuando lo fantástico formaba parte del repertorio cotidiano, el Goryo Shinko tenía funciones muy precisas. El aplacamiento del espíritu de los difuntos impedía que el rencor de estos, sobre todo de los afectados por muertes violentas (asesinatos, combates, etc.) se desperdigara por el país en forma de inundaciones, pestes, plagas y sunamis. Todo fantasma animado por el rencor era llamado onryô y cuanto más poderoso había sido en vida, más capacidad de producir catástrofe contenía después de muerto. Cuando la desgracia natural ocurrida era extremadamente grave, se la atribuía a un conciliábulo o agrupamiento o yuxtaposición de onryôs, llamados Hasso Goryo. En Argentina, un país de lo más nipón al viejo estilo, los onryôs llevaron el nombre de alfonsinismo, menemismo, duhaldismo,  kirchnerismo. Matar, resucitar o agitarlos es el deseo y el terror de los vivos.