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Fe y felicidad

Se repite todos los años pero no deja de sorprender. La cara de alegría, esperanza, agradecimiento y otras expresiones de la satisfacción que pintan los rostros de quienes van a celebrar cada aniversario de San Cayetano es independiente del tema que sea el de mayor preocupación de cada momento: la pobreza, la falta de trabajo, la inseguridad o las enfermedades.

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SAN CAYETANO. Tras la homilía del cardenal Bergoglio, los fieles continuaron su peregrinación.

Se repite todos los años pero no deja de sorprender. La cara de alegría, esperanza, agradecimiento y otras expresiones de la satisfacción que pintan los rostros de quienes van a celebrar cada aniversario de San Cayetano es independiente del tema que sea el de mayor preocupación de cada momento: la pobreza, la falta de trabajo, la inseguridad o las enfermedades.
La pobreza fue el foco de este año porque, en su primera mención pública sobre la Argentina, Benedicto XVI la consideró “escandalosa”. Y como pobreza y desempleo caminan juntos, el cardenal Bergoglio continuó con el tema (ver página 2: los pobres de Plaza de Mayo, vecinos del arzobispo) en la homilía de San Cayetano, patrono del trabajo. Pero la cuestión de fondo y permanente, tanto de la Iglesia como de los gobiernos, se ubica en un plano que trasciende lo material para orientarse a la noción del bienestar y su hermana mayor, la felicidad.
“Los Estados modernos han ido perdiendo la creencia de que su trabajo es hacer a los ciudadanos felices, mucho más que preocuparse por salvaguardar su seguridad y propiedades”, dice el eminente biólogo francés Matthieu Ricard en su libro Happiness, prologado por Daniel Goleman, el célebre autor de La inteligencia emocional.
Ricard, tras su doctorado en genética molecular en el Instituto Pasteur de Francia, se fue a vivir a Nepal, donde se hizo monje budista. Y es precisamente en la cordillera del Himalaya, en el Estado cuasi religioso de Bután (“tierras altas” en sánscrito), donde su primer ministro, Jigme Thinkey, es responsable no sólo de aumentar el Producto Bruto Interno (PBI) de su país sino –y principalmente– la Felicidad Interna Bruta (FIB), un coeficiente que mide la calidad de vida en términos más holísticos y psicológicos.
“Conforme a la nueva Constitución aprobada el año pasado –dice Thinkey–, los programas de gobierno, desde la agricultura hasta el comercio, deben juzgarse no sólo por los beneficios económicos que pueden generar sino por la felicidad que pueden reportar.”

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Para el primer ministro, “la insaciable codicia humana” es la principal causa de la crisis económica mundial. “Ya se ve en lo que acaba la dedicación completa al desarrollo económico”, dice Kinley Dorji, secretario de Información y Comunicaciones de Bután, quien considera el concepto de la Felicidad Interna Bruta una nueva ciencia política “justo en el momento que el mundo más lo necesita”.
Bután no era una democracia sino una monarquía, pero su popular rey, Jigme Khesar Wangchuk, renunció a sus poderes absolutos para celebrar el año pasado las primeras elecciones libres, como parte de los cambios necesarios para hacer crecer la Felicidad Interna Bruta. Ganó las elecciones el Partido para el Bienestar del Pueblo, así se llama.
Para medir la Felicidad Interna Bruta utilizan 72 indicadores, 9 campos y 4 pilares. Los pilares son economía, cultura, medio ambiente y gobierno. Los campos son bienestar psicológico, ecología, salud, educación, cultura, formas de vida, uso del tiempo, vitalidad de la comunidad y buena administración. Para alcanzar los 72 indicadores, en cada campo se miden atributos como, por ejemplo en bienestar psicológico, frecuencia de la oración, meditación, egoísmo, celos, tranquilidad, compasión, generosidad, frustración.
“Tenemos fórmulas para ponderar minuciosamente cuánto tiempo pasa una persona con su familia y en su trabajo”, explica Karma Tshiteem, secretario de la Comisión de la Felicidad Interna Bruta, que cada dos años procesa toda la información detallada en un gran cuestionario nacional.
En Happiness, Ricard dice que “la felicidad no surge automáticamente, no es un don que la fortuna nos brinda sino lo inverso de ella, depende sólo de nosotros: la felicidad es construida y requiere de nuestros esfuerzos todo el tiempo”.


Claro que es más fácil aplicar ciertas técnicas en Bután, donde sus disciplinados 700 mil habitantes están acostumbrados a que los cigarrillos estén prohibidos y la ropa y la arquitectura tradicional, obligadas por ley. Distinto es en sus dos gigantescos vecinos: China e India, las dos naciones con mayor cantidad de habitantes del planeta. Pero aun con las dificultades de estas dos superpotencias, no se puede dejar de reconocer la importante contribución de religiones como el budismo y el hinduismo en el bienestar de sus pueblos.
La búsqueda de felicidad es la necesidad mejor repartida del mundo. “Todos los hombres –decía Pascal– buscan la manera de ser felices, sin excepción es el motivo de todos los actos de todos los hombres, hasta de aquellos que se ahorcan.”
El error clásico de los gobiernos reside en asociar mayores grados de felicidad sólo con tener más bienes económicos, cuando la felicidad no es un estado de la razón sino de la imaginación. A Goethe le gustaba provocar diciendo que no hay nada más difícil de soportar que una sucesión ininterrumpida de tres días muy buenos.
Los premios Nobel de Economía Joseph Stiglitz y Amartya Sen recibieron una carta de beneplácito de las autoridades de Bután por haberle recomendado al presidente Sarkozy decir, previamente a la reunión mundial por la crisis económica: “Debemos cambiar la forma en que medimos el crecimiento”, y proponer el Consenso del Himalaya en lugar del Consenso de Washington. Quizá Kirchner, en lugar de Moreno, debería contratar a algún funcionario de Bután para el INDEC.