Doblemente tranquilizadora fue para mí la columna de Leuco en PERFIL del 9 de agosto donde anticipa la caída del ministro de Justicia, y confirma que no soy el único que considera que el proyecto de despenalización del consumo de drogas es un engendro inviable a causa de su diseño improvisado. Legisladores, gobernadores y autoridades de todo tipo se han puesto en contra, aunque sin aportar mejores soluciones. Al parecer, el improvisado Dr. Aníbal Fernández está en la mira del sector pingüino y sólo lo sostiene el sector pingüina, es decir, la Presidenta. El mismo se ha cuidado muchas veces de decir que la despenalización es una decisión de la Presi, eximiéndose de responsabilidad por el mensaje de permisividad que la sola mención del proyecto emite hacia los jueces actuantes y hacia la sociedad entera: ¿entonces el crack, la merca, el porro y las coloridas “pastas” que se “clavan” los pavotes que pierden las noches pagando por el ruido de las discotecas no eran tan malas como para prohibir su consumo…?
El mensaje oficial es que siguen siendo malas, pero que más malo es gastar mil dólares mensuales para hospedar a sus víctimas –esos giles que el ministro llamó “perejiles”– en las siniestras y hacinadas cárceles de un país tan subdesarrollado. El mensaje de la oposición es mudo y oscila entre el apoyo a la mano dura y la indiferencia por un tema que cuanto más empeore será mejor porque más votos llevará a sus listas-sábana. Como en las políticas tributaria, agropecuaria, ganadera, minera, energética, de salud, seguridad nacional, tránsito, cultura, educación y tantos rubros más, el espectro político –sobrecargado de intereses– está vacío de ideas en general y de información en particular. Para suplirlo, cuando las medidas urgen, se rodean de “expertos” con lo que se sumergen en debates que ventilan conflictos de intereses entre los sectores involucrados y requieren un tiempo que los políticos y estadistas no disponen, tan ocupados como viven entre viajes, compras, fotos y gestos propagandísticos como la frase “estoy convencida de que debemos despenalizar el consumo”.
Suerte que dijo “convencida”: si hubiese dicho “persuadida”, me habría recordado al Dr. Alfonsín y entonces le diría que todo lo que el Estado puede hacer contra los traficantes y a favor de los pobres adictos es anunciarles que la casa está en orden y desearles felices Pascuas bien abastecidas y con tan poca vigilancia policial como la que se aplica a los tugurios y las discotecas donde los chicos aprenden las artes de entregarse al vampirismo de los dealers.