El voto electrónico apareció como alternativa a la boleta única en los últimos años. Lo adoptaron países como Holanda y Alemania y pronto lo abandonaron, argumentando que entregaba el control del proceso electoral a técnicos, obligaba a confiar ciegamente en las tecnologías, impedía el recuento de votos y, sobre todo, no preservaba el secreto del sufragio porque la urna electrónica memorizaba el orden y el horario de la votación de manera casi inevitable. El profesor de la Universidad de Brasilia Diego F. Aranha pudo identificar experimentalmente por quién había votado cada elector en una urna y así logró demostrar la vulnerabilidad del sistema en Brasil. En Venezuela, con la urna electrónica se consigue la lista de quiénes votan por la oposición y quiénes votan por el régimen: tengo amigos que han sido perseguidos después de votar en contra de los militares. En la Ciudad de Buenos Aires, por su parte, se empleó un sistema mixto de boleta electrónica con buenos resultados. Son temas que están en discusión, pero lo único que no se discute desde hace mucho tiempo es que las boletas múltiples están obsoletas.
El caos provocado por estas boletas era sólo uno de los engranajes de un sistema ideado para manipular los resultados, en el que patotas de matones atacaban a electores, candidatos y periodistas para coaccionarlos. Se quemaban urnas, aparecían en los padrones personas inexistentes o de otros países, se nombraban funcionarios parcializados para que hicieran trampas, se falseaban los escrutinios y grupos delincuenciales manipulaban la transmisión de los resultados y el traslado de las urnas.
Los terratenientes conservadores compraban los votos de la gente pobre con bolsas de comida o de ropa. La aberración de mantener y manipular la pobreza se modernizó y sirvió a políticos de “izquierda” para manipular políticamente los subsidios, ya que se obligaba a los necesitados a afiliarse a organizaciones pro gubernamentales y participar en manifestaciones a cambio de beneficios financiados por el Estado. En nuestros países, las cosas son parecidas. La política clientelar va desde el reparto de “despensas” en el campo mexicano hasta la coincidencia del mapa de subsidios en Brasil y con la votación de Dilma Rousseff.
En México, en 1988 los escrutinios favorecían a Cuauhtémoc Cárdenas, pero se “cayó el sistema” y luego se anunció el triunfo de Carlos Salinas de Gortari. Después de décadas de bipartidismo apareció el PRD, una tercera alternativa con posibilidades de triunfo, y esto permitió ver los defectos del sistema electoral. La posibilidad de un fraude provocó una ola de protestas exigiendo la reforma integral del sistema electoral. Se hicieron reformas jurídicas de fondo, pero además se impulsó un programa de educación para fortalecer la cultura democrática de los mexicanos. Después de Estados Unidos, México es la democracia presidencial más antigua del mundo y una de las más sofisticadas. Las elecciones están en manos de los ciudadanos. En el extremo, las autoridades y delegados de los partidos pueden pedir permiso a la autoridad electoral para organizar la votación de una mesa en la casa de uno de ellos. El anfitrión prepara café y tamales para convidar a los votantes, que asisten a una celebración en la que los valores democráticos están por sobre las discrepancias políticas. Cuando alguien vota, le marcan el dedo pulgar con tinta indeleble para impedir que vote nuevamente. Los electores exhiben esa marca con orgullo, porque certifica que fortalecieron la democracia participando de los comicios, y reciben descuentos o los convidan con un café cuando la presentan en supermercados y cadenas comerciales. Los mexicanos llegaron a esta meta con una reforma electoral profunda, que planteó que la democracia no es un deber masoquista, sino una fiesta cívica de respeto a esa diversidad de la que se enorgullecen.