Advierto de entrada al lector que esta nota sobre el tema “Década” va en plan filosófico, ya que son las tres de la tarde y aún no he comido. Noble bruto, me pasa lo que a Rocinante.
Aquí va: puesto que tanto en filosofía como en física las definiciones se entremezclan y contraponen, lo que llamamos “tiempo” acaba por ser un acuerdo, una convención humana. Un instrumento abstracto para encontrarse y comparar las cosas que pasan. “Si nadie me lo pregunta, entiendo perfectamente lo que es el tiempo. Pero si quiero explicarlo, me resulta imposible”, se justificó un autor que no he logrado verificar.
Una década, lo que ahora conmemora PERFIL para felicidad de todos, es una convención que dice que son diez años y los años son, ya se sabe, doce meses, y los meses… Una referencia que nos permite reflexionar, por ejemplo, sobre los cambios de color de nuestro pelo, o su progresiva disminución. Ampliando el foco, podemos comparar a trazo grueso y década por década, los cambios en la paleta de color de la República Argentina.
En 2005, íbamos saliendo de una crisis gravísima, la del “corralito”, luego de una fuerte devaluación, algunas medidas atinadas y gracias al alto precio internacional de nuestras commodities. Una antes, 1995, privatizábamos todo y viajábamos a Miami. En 1985, festejábamos la democracia y juzgábamos a los responsables de los crímenes de la dictadura.
En 1975, acababa de producirse el terrorífico “Rodrigazo”; la “Triple A” asesinaba a mansalva, había guerrillas y se avecinaba la dictadura. Una más, 1965, y militares oscurantistas ligados a la Iglesia Católica, apoyados por gremios peronistas, preparaban el absurdo golpe de Estado contra el radical Arturo Illia, uno de los presidentes más democráticos y eficaces que ha tenido el país. En cualquier caso, el más honesto. Antes, 1955, la “Revolución Libertadora”: una coalición tan heteróclita como ineficaz y, al cabo, antidemocrática, derrocaba violentamente a un gobierno popular, pero antidemocrático, corrupto y encerrado en los límites materiales de su propuesta. 1945: democrático y arrasador triunfo de una gran esperanza; el peronismo.
Midiendo las décadas según el almanaque, en 2010 el peronismo actual empezaba a asfixiarse ante sus propios límites. En 2000, gobernaba un pensador tan abstracto que no hablaba y cuando lo hacía nada decía, mientras se avecinaba el “corralito”. 1990; la hiperinflación. 1980, 1970, dictaduras militares; 1960, Arturo Frondizi, el presidente récord en sufrir “conatos” de golpes de Estado, hasta que uno, el de 1962, no resultó un “conato”. En fin, 1950, un año de transición entre un período esencialmente positivo del peronismo a otro de crisis, represivo, corrupto. Empezaban a gestarse la quema de iglesias y de “Casas del Pueblo” y, del otro lado, a oírse el ruido de botas, cirios y el griterío de demócratas desconcertados o, en el mejor de los casos, eligiendo el mal que estimaban menor. En otros, mostrando el plumero reaccionario, de clase.
Se puede seguir, pero allí paramos. Como las medidas del tiempo, que se pueden desgranar hasta mil millonésimas de segundo sin ir más allá de una reiteración infinita, la historia argentina es la de un interminable desencuentro en el que, según los casos, un sector tiene más razón que el otro, pero en el que nunca aparecen puntos de razón común; algo que oriente ese girar interminable en alguna dirección razonable. O sea, la sinrazón política y social. Lo que, como el tiempo, se puede entender pero no se puede explicar.
Y si “el tiempo sólo es tardanza de lo que está por venir”, como respondió Fierro al Moreno, la cabellera argentina seguirá perdiendo color y disminuyendo, tal como tornan a estar hoy las cosas. En el tiempo histórico, hay quienes a fuerza de girar en círculos, acaban yendo hacia atrás.
Va siendo nuestro caso.
*Periodista y escritor.