La semana anterior, con el ejemplo de la explosión del precio de la carne en 2010, comentaba los costos que se empiezan a pagar por las malas políticas instrumentadas en los últimos años.
En la semana que acaba de terminar con el año, se le sumaron, más explícitamente, otros ejemplos que demuestran que el largo plazo ya llegó. Uno, el correspondiente a la falta de combustibles. Otro, el de los cortes de luz que afectaron a diversos barrios de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires. Y, finalmente, los problemas de dinero en los cajeros automáticos.
Todos estos casos se explican, aparentemente, con razones ajenas a la política económica. Sin embargo, todos tienen, como en el caso de la carne, un claro origen en los errores de política del ciclo kirchnerista.
Es cierto que la Argentina cierra un 2010 de muy buen crecimiento macroeconómico, después de la recesión del año anterior, y es cierto también que 2011 pinta para ser un año al que le costará repetir el que acaba de terminar, pero que, casi con seguridad, no será 2009.
Pero ese crecimiento se produce “a pesar” de las políticas instrumentadas y no “gracias a ellas”. La buena performance de la agricultura, acompañada por excelentes precios internacionales, la demanda brasileña y la gran liquidez global permitieron disimular –parcialmente– la elevada inflación, y las consecuencias negativas de un populismo anacrónico y de baja calidad de gestión.
Una huelga de petroleros en el sur dificultó la llegada de materia prima a las refinerías que producen combustibles. Esa huelga, como muchos otros conflictos laborales de estos días y de los que vendrán, resulta de una combinación de luchas de poder intragremiales, con el caldo de cultivo de una alta inflación, no reconocida en forma pareja en los diversos acuerdos salariales, que tienen distinta fecha, y diversos mecanismos de ajuste.
Pero más allá del conflicto salarial, con los precios de la cadena de valor de la energía alineados correctamente y las inversiones adecuadas, las petroleras hubieran desarrollado en estos años capacidad de almacenamiento y logística suficiente como para tener reservas acumuladas, sin disminuir el abastecimiento al consumo final, por un problema de unos días. Eso no estuvo disponible. Todo opera en “mínimo”, dados los precios y las regulaciones del sector.
Soportamos, en Buenos Aires y alrededores, una ola de calor excepcional y ello afectó el normal desempeño del servicio eléctrico, se entiende.
Pero el sistema de distribución está “atado con alambre” por falta de precios adecuados para financiar mejoras en las instalaciones y esos mismos precios generaron un boom de uso de electrónicos, en especial aire acondicionado, y un descontrol en la demanda. Desincentivo a la oferta y derroche en la demanda, consecuencia de malas políticas, no de fenómenos naturales.
Por último, en esta serie de ejemplos que se suman al de la carne, la Argentina presenta el extraño récord de falta de billetes en medio de una adecuada liquidez bancaria y ausencia de corridas o crisis en el sistema. Imprevisión ante mayor demanda estacional de dinero, con alta inflación y el impuesto al cheque que potencia el uso de efectivo, sumados al intento del Gobierno de apoderarse de una empresa en convocatoria. Otra vez la mala política.
También en la región empiezan a verse con más claridad las grietas de dichas malas políticas. Evo Morales tuvo que abandonar el congelamiento, todavía modestamente, de los precios de los combustibles.
Venezuela muestra el triste récord mundial de dos años consecutivos de recesión, pese al repunte importante del precio del petróleo.
Mientras tanto, los otros gobiernos de la región que “potenciaron” con sus políticas al favorable contexto internacional, registran buen crecimiento económico, baja inflación, una mejora –aunque falta mucho– en la situación social y la provisión de bienes y servicios públicos se encuentran, salvo excepciones puntuales, garantizada.
Los costos que los argentinos estamos pagando no son “obligatorios” ni un efecto colateral del aumento de la demanda mundial de recursos naturales, la debilidad del dólar y las bajas tasas de interés.
Lo que estamos “padeciendo”, como contracara del buen crecimiento del año que terminó hace dos días, es ciertamente “made in K” y será parte de lo que habrá que corregir a partir de 2012, gradualmente, si el contexto global nos sigue ayudando; o más rápido, si el escenario internacional cambia.