El resultado de la primera vuelta cambió el clima de las expectativas; imprimió un perfil más definido al ciclo político que concluye. En un sentido, el electorado ya lo dio por concluido. La primera semana y media se fue volando mientras la sociedad digería lo que ella misma había producido el 25 de octubre y los políticos se adaptaban a lo ocurrido. Se modificó la tendencia en el plano presidencial y, con los resultados en municipios y provincias, quedó delineado un nuevo mapa político en el país. Tan complejo es el cambio que la elección presidencial, que es lo único que falta para completar el proceso, hoy parece más la frutilla del postre que el plato principal.
Aunque quedó primero, Scioli pasó a ser quien debe remar contra la corriente. Por lo que se palpa en la calle, a lo largo y a lo ancho del país, el clima es el de un cambio político más profundo de lo que podía parecer antes. El cambio podrían encararlo tanto Macri como Scioli –y también hubiera podido hacerlo Massa si las cosas se le hubieran dado más favorablemente–. Pero Scioli debe ahora volver a encarrilarse para posicionarse como un posible vehículo del cambio, mientras Macri ya está en la ruta. La partida electoral se complicó.
La ola de cambio se generó desde abajo hacia arriba, desde el nivel local –municipios, provincias– hacia el nacional. En muchos municipios el cambio significó elegir nuevos intendentes con otro perfil; y con los intendentes que se van muchos votantes esperan que se vayan también caciques políticos locales cuya misión sienten que ya está cumplida. En las provincias, en algunos casos, el cambio fue también cambio de equipos; en más casos, fue dejar la cancha marcada; y en algunos casos no cambió nada. En el conjunto, ha bastado un flujo de votos de magnitud bastante limitada –por lo menos si se la mide en términos puramente cuantitativos– para transformar la situación política del país y decretar el final definitivo de este ciclo que se cierra. Ahora está claro que el gobierno nacional está en retirada y que el equilibrio en las cámaras del Congreso se modifica irreversiblemente. Tan profunda es la transformación, que muchos votantes que hasta hace pocos días veían a Macri en las antípodas del kirchnerismo ahora pueden votarlo porque imaginan que seguirá ese mentado camino de “corregir algunas cosas y mantener otras” (algo que la campaña de Scioli intenta refutar); y muchos que hasta ayer nomás podían concebir a Scioli candidato de una oferta de equilibrio entre kirchnerismo y peronismo ahora le retacearán su voto a menos que se muestre más decididamente “no kirchnerista”. En distintos espacios del kirchnerismo la obsesión anti Scioli es tan dominante como el antimacrismo. Dentro de algunos meses, cuando el nuevo gobierno pase las primeras pruebas de su gestión, tal vez veamos más novedades. Por ahora, lo único cierto es que el kirchnerismo queda muy acotado, con escaso territorio para operar, con resultados electorales que dejan debilitada a la mayor parte de sus referentes en gran parte de las provincias y con recursos de poder limitados. Su “relato” y su esquemática división del país entre los buenos y los réprobos han quedado desactualizados.
La campaña de Scioli se ha enredado estos días en dudas y vacilaciones internas. Algo que a Macri le sucedió tiempo atrás y quedó superado por el clima triunfalista generado por el resultado del domingo 25. ¿A quiénes debe seducir la candidatura de Scioli?, ésa parece la cuestión. Los votantes que están convencidos no necesitan argumentos; quienes sí los necesitan son los que dudan –en su mayoría, votantes de Massa en la primera vuelta y, marginalmente, un popurrí de pequeños nichos electorales que en conjunto suman–. Asustarlos con Macri o con la década del 90 no parece el camino más efectivo, pero ésa es una opción para quienes conducen la campaña. En todo caso, esos votantes esperan de Scioli más precisiones; por ejemplo, su propuesta de desarrollo con base en industrias pymes que genere productividad y empleo.
Expectativas. De Macri esperan señales de gobernabilidad y aclaración de sus propuestas; por ejemplo, su afirmación de que el agro es el mayor soporte de la economía nacional. Los artífices de la campaña por momentos parecen basarse en la idea de que ganaron la votación y no de que arrancan tres puntos debajo de Scioli. Si esos problemas de enfoque de las comunicaciones de ambas campañas se despejan hasta este fin de semana, la próxima será decisiva.
En paralelo al proceso electoral, el gobierno saliente extrema sus esfuerzos para dejar plantados tantos resortes de control del futuro como le resulte posible. La disputa por los cargos en la Justicia es el frente más caliente. Pero no es el único: días atrás se votó, intempestivamente, una ley regulatoria del ingreso a las universidades; y para sorpresa de muchos, fue aprobada con el apoyo de legisladores opositores al gobierno actual. Estos días se abrió otro frente de tensiones en la Auditoría General de la Nación. Los últimos minutos de este partido serán tensos; y se juega a ganar o perder tanto como a establecer en qué cancha se jugará después del 10-D.
El kirchnerismo cumplió su ciclo. Fueron 12 años; desde 1943 ninguna fuerza política gobernó tantos años consecutivos. Dejará su impronta; será reconocido y denostado como siempre sucede. Y, como es habitual en la Argentina, termina pero no quiere irse, debiendo entregar las riendas a un sucesor no deseado. La Presidenta deberá colocar la banda o bien a un candidato que representa a su fuerza política, pero al que no siente suyo, un Scioli que se impuso como candidato por su propia gravitación personal, capitalizando las expectativas de cambio que anidan en la sociedad.
O bien a un candidato opositor, Mauricio Macri, que le resultó a veces conveniente como adversario, pero a quien no tolera imaginándolo en el gobierno que ella deja. En cualquiera de los dos casos, cuando el 10 de diciembre la Presidenta salga del recinto después de investir al nuevo mandatario, una puerta se cerrará y otra distinta se abrirá.