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Fin del patriarcado

En su clásico libro Las estructuras elementales de la violencia, Rita Segato sostiene que la violación no es sencillamente una consecuencia de patologías individuales ni, en el otro extremo, un resultado automático de la dominación masculina ejercida por los hombres, sino un mandato, es decir un imperativo.

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En su clásico libro Las estructuras elementales de la violencia (cuyo fraseo rememora las estructuras de parentesco de Lévi-Strauss), Rita Segato sostiene que la violación no es sencillamente una consecuencia de patologías individuales ni, en el otro extremo, un resultado automático de la dominación masculina ejercida por los hombres, sino un mandato, es decir un imperativo: la condición para la reproducción del género como estructura de relaciones entre posiciones marcadas por un diferencial jerárquico.

La violación, como exacción naturalizada de un tributo sexual, juega un papel necesario en la reproducción de la economía simbólica del poder cuya marca es el género (o la edad u otros sustitutos del género). Se trata de un acto necesario en los ciclos regulares de restauración de ese poder.

Si se entiende bien lo que la antropóloga argentina está diciendo, la violación sería un crimen de poder inscripto en la estructura elemental de la dominación (el sujeto no viola porque tiene poder o para demostrar que lo tiene, sino porque debe obtenerlo). Por eso, el acto no es percibido como delito por quienes aceptan el mandato de género para cometer un “acto disciplinador y vengador” contra una mujer genéricamente abordada y que se realiza con, para o ante una comunidad de interlocutores masculinos (si no “de cuerpo presente”, presentes en el horizonte mental, el ámbito discursivo en que se realiza).

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Si eso permite entender la violación como un acto expresivo revelador de significados, resta una duda: ¿de qué tienen que vengarse los hombres contra las mujeres? Para intentar contestar esa pregunta, hay que aproximarse al mito: las mujeres habrían inventado no solo las flautas, sino también el arco y las flechas. Es ese exceso de creatividad lo que el varón castiga.    

Por eso, solo al superar la estructura simbólica patriarcal, la humanidad podrá salir de su prehistoria.